Una pegatina en la portada de Un lugar equivocado, del autor flamenco Brecht Evens, indica que
este cómic ganó el Premio de la audacia del Festival de Angouleme en 2011,
cuando su autor tenía 25 años. El libro apenas tiene historia: tres capítulos
centrados cada uno en una fiesta distinta, donde el protagonista principal, por
su ausencia o por su presencia, es Robbie, un joven popular al que todos
quieren y desean y que es el aparente líder del hedonismo de los jóvenes en la
ciudad sin nombre donde sucede la acción.
Robbie, él.
La primera parte es directamente magnífica: en una casa, una
fiesta se ve frustrada por la esperada aparición de Robbie que finalmente no
sucede; los personajes se reúnen en conjunto o por grupos e intentan hablar y
divertirse pero no lo consiguen ante la ominosa ausencia de quien les concede
el deseo y la risa, quien es además su único motivo de conversación y de celebración.
Gran parte de la fascinación la produce el dibujo, realizado aparentemente en acuarela
y sin lápiz, directamente sobre el papel, y con capas añadidas de pintura al
agua cuando es necesario. En este primer episodio la técnica sorprende porque
además se ajusta excelentemente a los sentimientos de los personajes, dibujándolos
como sombras aisladas en sus sillas o apoyados en la cocina, sobre fondos
blancos que reflejan un hieratismo doliente, con un expresionismo sin duda
exagerado por la exacerbación de una pasión estúpida, pero resuelto con pulso…
Con la aparición de Robbie, en la segunda parte, la pintura a la acuarela
alcanza una exuberancia feroz: Robbie vive en las fiestas, y en ellas, en la
noche, con la música y el alcohol, los cuerpos se mezclan y desdibujan, el
cuadro y la viñeta se llenan, y las sombras de colores de agua inundan casi
literalmente al espectador. Robbie no resulta desde luego tan excepcional, no
se diría que Evens nos ha preparado un joven de grandes cualidades, sino más
bien alguien caído en gracia, alguien que sin explicación, como si llevara un
perfume esencia de trece mujeres, recoge el amor incondicional de los que le
rodean, sin en realidad merecerlo demasiado. Aquellos a los que otorga sus
favores, eso sí, son pura felicidad. Del propio Robbie y su pensamiento, en
realidad, tampoco llegamos a saber nada.
Las fiestas sin Robbie no son lo mismo...
Estas segunda y tercera parte, no obstante, son historias
menos interesantes, posiblemente porque Robbie no puede llenar el hueco que
todos creen que deja. El lector siente una ligera decepción por ello, pero no
estoy seguro del todo de si esta es la sensación que el autor deseaba con su
final abierto y repentino –hasta la siguiente fiesta, entiendo-, acorde con el
regusto que el hedonismo juvenil estándar deja.
Pero lo inolvidable del cómic es sin duda la maestría
continuada en el impresionante conjunto de expresivas acuarelas que en algunos
casos ha debido suponer un trabajo inmenso. Algunas resoluciones visuales son
estupendas, como la escena de sexo. También hay acuarelas en blanco y negro
para la visión de personajes cuya mirada a la fiesta no puede alcanzar la de
Robbie y sus elegidos. Sí, pensar ahora en una fiesta en la que no esté Robbie
es algo que se me hace cuesta arriba…
Brecht Evens (vía)
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