Esos días a finales de aquel año es la primera novela de Álvaro Llamas editada por niñosgratis*. Su título (magníficamente ha aprovechado por una sencilla y muy original idea de portada de los hermanos Paadín) remite efectivamente a la Navidad. El protagonista, que habla en primera persona y presunto trasunto del autor, decide pasar solo en su piso de Madrid las fiestas navideñas: no visitar a la familia, pues está enfadado con su hermano; no gastar dinero en salir o festejar, pues tiene deudas y no tiene un duro; encerrarse o retirarse, pues entiende que debe reflexionarse. O escribir un libro...
Empieza así un relato que bien puede decirse que niega el encierro soñado de manera constante. El protagonista habla de continuo con amigos que regresan a la ciudad; con algunos de ellos mantienen encuentros. Mientras, explica recuerdos relacionados con ellos y con su familia, estudios, novio y ciudades en las que ha vivido. Los recuerdos, conversaciones y pensamientos (trufados de arte, literatura y música) forman un conjunto bastante inseparable, en el que todos los personajes tienen la misma voz que el autor (algo que al principio no parece tan obvio, pero que se rebela con descaro en la carta que le envía su propia madre), y en el que prácticamente ninguno vuelve a escena, anulados tal vez por esa voz única auténtica capitana del barco, que no para en su devenir.
La literatura de Llamas es muy envolvente. El estilo tiene inspiración casi proustiana (esto no es un reto pequeño) con su uso de frases largas y continuadas para remover el pasado, con además también mucha capacidad sensorial y metafórica -excelente en varios momentos-; las referencias culturales tampoco son ajenas a esto e incluso el impulso del encierro es compartido. Llamas eso sí no tiene que modificar la sexualidad de su protagonista, y, por otro lado, mantiene una visión más desencantada de su momento vital y del mundo que le rodea, cuando no decididamente depresiva. En este punto la comparación se vuelve interesante: donde Proust es optimismo de progreso y fascinación social, Llamas retrata una época culturalmente nihilista, en que la sobreabundancia arrolla al juicio, y en que los personajes, sobre todo su protagonista, parecen sobrepasados. Entiéndase aquí por cultural no lo procedente específicamente del mundo estético-artístico, sino las formas sociales generales y también, inevitablemente, la subcultura homosexual. Con el encierro navideño y la reflexión vital del pasado en diálogo permanente con los demás (pero con su propia voz), el protagonista propone un retraimiento aparente acorde con los tiempos: el amor no es posible, pero los cuerpos son accesibles; el salario es ínfimo, pero los trabajos de supervivencia abundan; la familia da un sentido, pero el hijo homosexual representa la decepción.
Pero, como toda fiesta o semana navideña, tenemos dos
partes, y la premisa se cumple solo en la Nochebuena. Para la Nochevieja el
encierro se rompe definitivamente y el protagonista es rescatado por varios
amigos y amigas para pasar una Nochevieja en una casa de Ourense, dónde se
encontrará aún con más gente y abundará el diálogo "previo al
banquete". La fiesta se mantiene en una elegante elipsis, pero queda el
canto al olvido (o la suspensión de la realidad) que suponen la amistad, la
reunión con conocidos y desconocidos, y las sustancias y cuerpos que las
nutren. A esta sublimación, durante el resto del libro han contribuido también
la música y la lectura, la conexión estética con el arte y la vida
occidentales. No obstante, mi impresión como lector es que, a pesar del reposo
mental en que deja el 1 de enero al lector del libro, la realidad de las
miserias de la cotidianidad prevalece para el protagonista, consciente de que,
al modo en que le explica su amigo frecuentador de saunas, las suspensiones de
la conciencia no le curarán su depresión de la edad madura, aunque alivien.
Me gusta mucho este libro. La aceptación y cotidianeidad gay
de su protagonista tiene el naturalismo que veo en los homosexuales asumidos,
sin homofobia interiorizada, que conozco y entre los que me muevo (no son los
únicos que conozco, por supuesto, pero sí aquellos que parecen -o les ha sido
posible- vivir su realidad de modo coherente, o, al menos, no en primero de
desarmarización). Me siento identificado con frecuencia en varias de sus
situaciones y reflexiones, a pesar de que no es lo mismo -generalizando, porque
siempre hay de todo- lo homo en el Sur que en el Cantábrico, ni, aunque apenas
sean ocho años, naciendo en el 68 que en el 76 (ya hablé de esto en la reflexión
sobre Crónica de un devenir). Otra cosa son lógicamente los
caracteres personales y el devenir de la vida. Pero este flujo de pensamiento
de lo cotidiano a lo sublime alcanza una peculiar comprensión del mundo y su
representación, en conexión bidireccional, que me parece que supera las
intenciones del propio autor. Al que espero que el merecido éxito del libro
obligue a más retiro escritor (que proporcione un poco de alegría y sensualidad
a su Marcel de ficción).
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