25 de diciembre de 2024

Un siglo en Urano

 



El historiador Graham Robb, británico biógrafo de Balzac, Víctor Hugo o Rimbaud, publicó en 2003 esta documentada y concentrada visión de la homosexualidad (masculina y femenina, el término engloba ambas, especialmente en inglés) en el siglo XIX. Aparentemente, Robb ha leído todo lo pertinente sobre la literatura, ciencia, justicia y medicina que se escribió sobre (o afectó a) las personas homosexuales en dicho siglo, como atestiguan 50 páginas de notas y bibliografía para un texto de 270.

Strangers. Homosexual Love in the Nineteenth Century mantiene un punto de vista controvertido sobre la vida homosexual en el siglo XIX. Básicamente: la persecución o el sufrimiento existían pero su generalización no era especialmente asfixiante, y existía una rica (incluso) vida subcultural que permitió un más que aceptable proyecto de vida a muchas personas. La controversia procede lógicamente de que esta condición humana (el encontrar caminos de alegría o incluso felicidad en el peor horror del entorno) permita proponer una situación relativamente laxa del ostracismo al que el siglo XIX pudo condenar a las personas de orientación homosexual.

¿En qué se basa Robb? En su repaso histórico comienza por la situación legal y su progresiva y continuada relajación de punitividad a lo largo del siglo, en parte apoyada por la imposición de las ideas liberales. Durante el siglo por supuesto siguió existiendo persecución legal, procesos más o menos continuados que Robb destaca, pero en los que el foco se desplaza de la sodomía o pederastia (en su momento no distinguibles) a la indecencia. En el caso de Oscar Wilde, Robb subraya mucho la imprudencia conocida de Wilde (pero menos que Wilde debiera disfrutar de la libertad de expresión que precisamente el liberalismo predicaba). A mí me convence lo primero: los gráficos de casos y la relajación de penas son obvios (ojo: el contraste con los años de la posguerra de la Segunda Guerra Mundial es terrorífico: Europa se volvió paranoica con el tema de 1945 a 1970). Pero no lo segundo, que me parece una trampa legal llena de retórica.

(Y me atrevo con un INCISO: Esta visión de Robb frente al caso de Oscar Wilde se me antoja muy inglesa, en su tradición liberal: se aplica una ley injusta, existen protestas que no sirven para mucho, y un hombre homosexual inteligente pero tozudo es condenado. El análisis es que el caso es desgraciado, y la prueba de carga se desplaza: Wilde no aceptó sus condiciones de contorno. Así que, frente a una legalidad injusta, la ' solución' estaba en no caer en demandas o provocaciones y seguir la vida en una sociedad que “sí” era compasiva o que en buena parte consideraba la sodomía un pecado privado no legislable. El viejo conflicto de fondo es si las leyes avanzan por delante de la sociedad o al revés. ¿Por qué me parece una visión muy inglesa? Porque mantienen una filosofía que sospecha de la existencia de leyes. Me parece profundamente contradictorio aunque me guste leer el punto de vista: Robb postula en realidad que Wilde fue condenado más por mamarracho locuaz que por maricón. Yo creo que no es cierto).

Sobre la situación médica, resulta mucho más contundente en su condena a los tiempos. Sobre el texto sobrevuela la apreciación de Michel Foucault sobre el advenimiento de la homosexualidad como categoría definida a partir de la década de 1870. Y en ello el papel de los estudios médicos forma parte relevante: los médicos del XIX parecen obsesionados con encontrar indicios físicos que expliquen la homosexualidad en los gestos, en la genitalidad, en el aspecto… Se fascinan con que los homosexuales sean capaces de reconocerse allá donde los no-homosexuales no ven nada; pasan después a tipificar el vicio, encontrar ‘errores’ familiares, y a consideraciones psicológicas. El terror de este capítulo está asegurado, y el papel médico como agente de la ciencia actuando como sustituto moral de ley y religión es bien subrayado. Robb aún cae en señalar de vez en cuando que también los propios homosexuales buscaban su 'curación' o que visitaban burdeles como alivio, pero no enmarca tanto que no existían más salidas y que bajo esa visión social general es una petición bajo presión. Su visión de algunas consecuencias positivas es sin embargo lúcida: la obsesiva publicación de historias de vida médicas permitió a muchos homosexuales anónimos reconocerse en esas lecturas, y la pasión médica por encontrar explicación a lo inexplicable llevó a muchos profesionales a desdeñar la hipótesis de la depravación.


L’Ecole de Platon, de Jean Delville

 

Donde Robb maneja multitud de referencias que usa para estructurar las partes restantes de su estudio es en las diferentes fuentes culturales y sociales. Algunas de ellas surgen del apartado médico, como las del doctor Magnus Hirschfield, y otras de estudios legales que podían acercarse a esa categorización en su tiempo, como las del ‘primer activista’ Karl Heinrich Ulrichs (creador del término 'uranistas'). Pero novelas, diarios, noticias, escándalos sociales y fenómenos varios sirven para describir una aparentemente satisfecha subcomunidad cultural en las grandes ciudades europeas. Siempre, invariablemente, mantiene un equilibrio entre las posibilidades de esta subcultura y la indiferencia social que opina que era la actitud más generalizada, y los problemas obvios que la falta de encaje en la sociedad suponían, donde 'encaje' es una descripción benévola. Al libro de Robb, publicado en 2003, curiosamente le falta analítica de la fluidez que tanto se ha popularizado en el siglo XXI, y cuya ausencia se nota: la racionalización de la homofobia interiorizada no existe, la discusión sobre la adocenación de la normalización frente a la subversión sexual no es instrumento de análisis, relaciones entre orientación, travestismo e identidad de género no son sino superficiales. El anecdotario, claro está, sí es jugoso. De como Engels expresaba a Marx en tono mezquino un pionero 'pánico gay' al registro cuasi contable de amantes masculinos de Keynes, pasando por la consideración de Cristo como afeminado por parte de un arte de representación de la androginia (sí, pasaba hace 200 años, no es cosa de hoy). Se recogen también vocablos, gestos y lenguajes de reconocimiento hoy perdidos, y los primeros intentos de lucha política por los derechos, con Ulrichs de nuevo como pionero al hablar delante del Congreso de Juristas de Alemania, y Hirschfield como fundador de la primera organización activa al respecto, que en parte enseña ya varios males de las actuales (disputas internas, incapacidad de asociar mujeres…). Pero, aunque Robb considera revolucionario en el pensamiento esta acción y debate pioneros, también los juzga con cierta severidad. Sus premonitorias (de la historia de las asociaciones lgtbi) escisiones, la impresión de que se mantiene un debate pseudocientífico en la organización, y las luchas de poder entre personas sin poder le parecen desafortunadas pero inevitables, exigiendo en el fondo aspectos que otro tipo de organización sin duda tendrían más fácil. También usa otro ejemplo que creo duro y desgraciado, al relatar cómo Hirschfield se sintió impelido a esta lucha tras conocer en 1895 que un joven teniente que era su paciente se había suicidado; Hirschfiled se pregunta si merecía la pena trabajar porque un siglo después fuera menos posible que esto sucediera. Y entonces compara con las estadísticas actuales de suicidio entre homosexuales y lesbianas jóvenes (que no son buenas: tienen el doble de posibilidades de intentar un suicidio que los heterosexuales. Parece pues que el joven homosexual podría de nuevo haberse suicidado cien años después de que Hirschfield empezara su trabajo. Pero, entonces, ¿qué sugiere Robb? ¿No hacer nada? ¿Daba igual marcar esa potencial causa de suicidio? La circunstancia no es que existiera Hirschfield y su noble ideal y que fundara su Instituto, que en 1933 quemarán los nazis. El problema es que apenas fuera el único.

Respecto al análisis literario, entre las muchísimos apuntes hay tres que me parecen especialmente interesantes: (1) el hecho de que la literatura convencional, al tratar el tema, fuera fundamentalmente dramática y trágica, bajo el drama de una represión social y una lucha contra una depravación -libros que además en muchos casos no se publicaron adecuadamente hasta décadas posteriores-, mientras que fuera la literatura erótico pornográfica del tiempo la que representara un hedonismo y alegría de vivir el sexo que hoy consideraríamos normalizada; (2) los escritores que desarrollaron su carrera literaria 'necesitados’ de la metáfora recurrente para hablar, con frecuencia de modo críptico, de su condición. Sin su homosexualidad, ¿determinados autores habrían estado limitados en su ambición literaria? Puede ser así, casi que iría más allá: la represión al escribir puede ser un modo de poetizar con más inventiva o un método de profundización mayor, con ejemplos como Proust o Mann; finalmente (3), Robb dedica unas páginas a la peculiar homosexualidad de los detectives literarios del siglo XIX (Lupin o Holmes como ejemplos principales), con sus vidas solitarias y nocturnas, su alejamiento social, su inteligencia en el reconocimiento del mal, etc. No lo profundiza, pero obviamente está apuntando a como todo tipo de personaje de doble vida -no digamos ya si encima se disfraza-, acaba siendo inevitablemente una representación de lo homo.

He disfrutado mucho del libro de Robb, de su erudición y cultura inmensas, a pesar de todas las circunstancias que he señalado. Entiendo además que yo veo crudeza de juicio donde probablemente un historiador ver rigor científico. Rob habla desde una periferia comprometida, pues creo que se trata de una persona adivino que heterosexual que, aunque tampoco puede evitar escribir desde su presente, busca reflejar el espíritu de la época. He recordado en la lectura libros anteriores que discutían este tema 'desde dentro' (Sodomy and the Pirate Tradition, de B. R. Burg, Brujería y contracultura gay, de Arthur Evans; Crónica de un devenir, de Alberto Mira -de quien recogí en su día el interés por este volumen-), y tengo el sinsabor de que las experiencias propias debieran suponer un mejor entendimiento de los ‘protagonistas de tiempos anteriores’; son obras de autores que aunque no comparten la época, lógicamente, que describen (salvo Mira), pero inevitablemente entreven la mayor verdad vivencial interior de aquel que fue y amó ‘diferente’. ¿Qué punto de vista es correcto? ¿Cuál se acerca más a la realidad?



17 de diciembre de 2024

La Sibila

Las novelas de Agustina Bessa-Luís se han reeditado en castellano, con lo que tenemos la oportunidad de descubrirla. Bessa-Luís, con el tiempo, fue guionista de Manuel De Oliveira y de Rita Acevedo Gomes, pero su prestigio se inició con esta novela fascinante, sinuosa y rural llamada La Sibila.

Es la historia sobre todo de Quina, pero también de su madre María, y algo menos de su hermana Estina y su sobrina Germa. Quina no tiene poderes, simplemente es una mujer cabal y decidida, que no se casa nunca y es capaz de arreglar la penosa situación financiera en que su padre dejó la finca familiar (la Vessada) al morir, y, a base de trabajo, austeridad, conocimiento del medio y visión, de alcanzar cierto capital y prestigio. Superviviente nata en su terruño del norte de Portugal, en un mundo de hombres incapaces de hacerle sombra, Quina ayuda en pleitos, da consejos de salud, mantiene una lengua vivaz pero concisa, y subvierte el estatus mediante la buscada perpetuación de su arraigo femenino.

La Sibila es fascinante por esto (escrita como está en 1954, sin incluir una palabra en contra de la dictadura salazarista o sus formas) pero, sobre todo, por su estilo. Dotada de una especial capacidad para el detalle, cada frase de la novela es una aventura que se desliza desde lo principal a lo secundario con habilidosos desvíos impregnados de metáforas iluminadas y aforismos contundentes donde se recoge especialmente el sentir de la época, el lugar y los personajes tal y como Quina los ve. Que parece indudablemente la visión de la propia Bessa-Luís, si bien el prólogo aclara que el personaje está basado en su tía.

¿Y cuál es este sentir? En mi opinión no hay una certeza evidente, la autora no fija necesariamente una realidad, sino que más bien hace fluir la vida de los personajes entre acontecimientos cotidianos (fiestas populares, bodas, adulterios, cambios de propiedades, vidas de algunos vecinos) poco interesantes en sí como línea dramática. La introspección del personaje de Quina revela las contradicciones a las que la someten la vida y el trabajo y la casa, en una aproximación vitalista a la condición humana en un entorno no urbano, pero tampoco arcaico o subdesarrollado. Alejada del miserabilismo aunque exista pobreza, el naturalismo y costumbrismo que podrían esperarse chocan con un estilo proustiano, a veces incluso trascendente, y que a pesar del título, no cruza nunca la línea de lo mágico o lo mítico. No conozco bien la novela portuguesa y su tradición literaria, pero reconozco una especie de puente entre cierto ruralismo tremendista (a lo Pardo Bazán o incluso Cela) y el realismo mágico latinoamericano, sin nunca llegar a casarse con ninguno, totalmente original en su apuesta estética clarividente del retrato final conseguido.


Agustina Bessa-Luís (según foto publicada en Clarín)


7 de diciembre de 2024

Terapia

 


Como me sucedió hace unos meses con Nice Work, es fácil ver la correlación entre título y contenido y realización en este volumen de David Lodge, Therapy, donde no sólo el protagonista se somete a diferentes terapias, sino que el propio libro se exhibe como una terapia determinada. Y, como Nice Work, Therapy es un libro inteligente y divertidísimo, tal vez no tan completo pues, a pesar de su componente metaliterario, tiene un final algo errático y algún que otro argumento se cierra algo en falso. Pero esto no elimina la construcción brillante, el uso de elementos secundarios (del tenis al catolicismo, de las sitcoms televisivas a los vagabundos de marca de Londres) engarzados con precisión, y la creación y explicación de situaciones hilarantes.

Lawrence Passmore es un guionista exitoso de la televisión británica que sufre de inexplicables pinchazos en la rodilla que le atormentan. La vida objetivamente le sonríe, pero su melancolía va en aumento, sufre presión en el trabajo, no puede practicar bien su deporte favorito, y, aunque se somete a todo tipo de terapias (yoga, aromaterapia, acupuntura, psicología), todo se desmorona definitivamente cuando su mujer le pide inesperadamente el divorcio.

La historia de hombre maduro un tanto desastre y desquiciado por un divorcio no es precisamente nueva. La narración en forma de elementos de terapia (tanto su diario como la escritura que hace de los pensamientos que Passmore cree que los demás personajes tienen) son sin embargo muy efectivas. Los episodios de la comedia de situación que Passmore escribe para la televisión permiten un reflejo imaginado de su rota cotidianidad de 'primer mundo' y su obsesión por el existencialista danés Søren Kierkegaard, además del riesgo narrativo asumido que significa dedicarle páginas a un filósofo de corte deprimente en una novela cómica -solventadas con una capacidad asombrosa para el humor- presenta un anverso más oscuro que permite a Lodge indagar en las motivaciones de lo que hoy llamaríamos, salvando las distancias y las formas, un incel. Estas dos manifestaciones psicológicas enfrentadas recorren el nudo central del libro con un brillo estupendo.

Los libros inteligentes que levantan carcajadas no abundan, y, con el tiempo suficiente entre libros del mismo autor, seguramente no agoten. La prosa en inglés de David Lodge es diáfana y seguible, pero he agotado sus tres novelas más conocidas y reconocidas. La tentación es leer alguno de sus varios ensayos literarios. ¿Será capaz de introducir en ellos esta enorme capa de humor inteligente y estructural?


David Lodge (vía Babelia)