27 de abril de 2022

Hacia una ejemplaridad pública (y IV)

 


Produce una cierta alegría terminar satisfactoriamente experiencias literarias de largo recorrido, como es el caso de la Tetralogía de la Ejemplaridad de Javier Gomá, que acaba con este volumen titulado Necesario pero imposible. Han sido tres años de cierto impacto e incluso tensión, dado que la obra tiene construcción de clímax narrativos, tanto dentro de cada volumen como en su generalidad. Pero, the deed is done, queda completar el comentario de una aventura que empezó con esta firma:

Una dedicatoria

 Al terminar la lectura de Ejemplaridad pública parecía lógico preguntarse por una metodología para pasar del molde de la ejemplaridad individual al de la ejemplaridad colectiva, con los riesgos y las restricciones que han explicado el repaso a la historia del pensamiento (Imitación y experiencia) y el estudio de las relaciones entre vida privada y vida pública en sus diferentes estadios que suponen Aquiles en el gineceo y Ejemplaridad pública. Nada indicaba cómo iba el autor a responder a esta demanda; Necesario pero imposible responde a ello, pero el título advierte (¡imposible!) que la respuesta puede ser frustrante, algo que en realidad el lector atento podía haber supuesto. Pero, ay amá, el viaje es apasionante.

 

Musas de Sicilia, elevemos un poco nuestro canto.
No a todos agradan las arboledas y los humildes tamarindos.
Si cantamos las selvas, sean las selvas dignas de un cónsul 
(Virgilio)

No sólo es el título; en las primeras páginas ya advierte el autor de que es el momento, tras mil páginas ya, de hablar de palabras mayores y hollar terrenos inseguros: la posteridad, a quien ya escribió la dedicatoria de uno de los volúmenes, es el objeto, pero no sólo con el sentido habitual. Se trata de superar la injusticia definitiva de la vida: la corrupción del ser, que sucede al final de la vida adulta, lo que ha venido mencionando como la definitiva victoria de la negatividad del larguísimo estado ético de la vida adulta. Esta negatividad vence incluso en aquellos casos en que el hombre ha tenido una vida bella y digna, que no siempre sucede pues no es raro que la vida sea dolor y sacrificio continuos sin que pueda uno luchar contra ello.

El libro comienza con las páginas más duras de filosofía de Gomá hasta el momento en la tetralogía. Un capítulo de severa ontología que se inicia con una frase que recuerda a Heidegger, y que se esfuerza en distinguir el ser de las cosas (los ejemplos impersonales, objeto de la ontología clásica) y el de las personas (ejemplos personales, objeto de la ética clásica). El análisis es necesario para llegar a la conclusión de que los ejemplos impersonales son categorizables, algo que es esencial para la Ciencia, ya que así las puede cuantificar, uniformizar, abstraer y predecir. Esto permite conquistar el mundo, y disfrutar de tecnología y bienestar físico. Sin embargo, los humanos no son categorizables porque su individualidad es única, y la Ciencia fracasa con frecuencia en su intento de predecirlos. Gomá dedica páginas hermosas al ejemplo de Sócrates como individuo de excepción para demostrarlo.

 

‘Muchos cambios y azares de todo género ocurren a lo largo de toda la vida, y es posible que el más pr óspero sufra grandes calamidades en su vejez, como se cuenta de Príamo en los poemas troyanos, y nadie considera feliz a quien ha sido víctima de tales percances y ha acabado miserablemente’
(Aristóteles)

Pero esta individualidad de cada persona no fue siempre tan evidente como lo es hoy. Es muy bonito (y en este caso nada severo) cómo Gomá describe las diferencias entre el antiguo Cosmos griego, cuando los dioses vivían entre nosotros, y las ideas cristianas que separan Cielo y Tierra (al César lo que es del César, a Dios lo que es de Dios), reflejando cómo el cristianismo encierra desde su inicio la idea de una secularización (y lo afirma Leonardo Boff en la fuente que usa Gomá), que de una manera u otra se va afirmando durante siglos con disputas enormes (la separación de poderes entre Iglesia y Estado es un reflejo, por ejemplo) hasta que llega el siglo XIX, cuando la individualidad romántica lleva a la negación aceptable de la existencia de Dios alguno. La persona se basta, la experiencia de vida es suficiente para que la vida sea completa, no hay cosmos ni cielo ni lugar donde una divinidad nos espere o nos convierta o nos subsuma. Claro que, si alguien piensa en la posteridad, tal y como es el planteamiento del libro, es lícito preguntarse si hay alguna esperanza de superación de la corrupción del final de la vida, y, sobre todo y como gran preocupación de Gomá, sobre cómo debe ser esa esperanza.

Gomá, que a pesar del tema que abraza en este volumen es un firme defensor de la contingencia, niega que nadie quiera que en realidad sea su alma la que se salve y viva eternamente. Postula que los hombres quieren y desean seguir viviendo en un cuerpo (decente a ser posible), y que los defensores de un alma inmortal y una eternidad se engañan, en parte por no saber qué piden, en parte por dejarse llevar. Confronta así con el Unamuno, con el que dialoga una buena cantidad de páginas, que exhibía un conflicto de aire similar entre la fe y la razón en su Del sentimiento trágico de la vida, pero que deseaba una inmortalidad mediante el alma. Gomá sin embargo habla de una mortalidad prorrogada, y, en el marco del estudio de la ejemplaridad, el concepto encuentra su encarnación no tan obvia en Jesús de Nazaret.

¿Pero cómo puede Gomá, un autor que ha sido puro raciocinio en las mil páginas anteriores, llegar hasta esta conclusión, se preguntará el lector, con lo que supone de contrario al pensamiento racional dominante y al materialismo actuales? Pues… A ver, con un enorme bagaje filosófico y teológico. Gomá (de nuevo recordemos el título) es consciente de que defiende un imposible, pero su defensa de la historia del cristianismo y de la figura de Jesús parte de un importante volumen de lecturas teológicas, cuyo destilado es apasionante y chocante para el mundo actual, probablemente porque es minoritario o porque ya no forma parte de las corrientes de pensamiento más implantadas. El pensamiento rompedor de Jesús para su era axial es esperable, también el conflicto del Dios compasivo pero pasivo, pero lo es menos la presentación de la ejemplaridad conflictiva del cristianismo por los teólogos de la liberación, o cómo Jesús es el primer paso para la propia eliminación de Dios (él dio el primer paso enviando a Dios a la esfera celeste y eliminó el animismo del pensamiento occidental) o el recordar la decepción de la parusía prometida que nunca llegó. Tampoco obvia a los pensadores anticristianos como Nietzsche (el cristianismo murió en la cruz) y, es demoledoramente defensor del ámbito privado de la esperanza con su distinción del Dios de la religión y del Dios de la esperanza, que es el encarnado en Jesús, que le interesa definir, que a fin de cuentas también considera un ser (que analiza, claro) y, por tanto, un ejemplo, en su caso un super-ejemplo…

‘Suponiendo , pues, que un hombre, conmovido, en parte, por lo débiles que son los tan ponderados argumentos especulativos [sobre la existencia de Dios], en parte también por alguna irregularidad que percibe en la naturaleza y en el mundo de los sentidos, se convenza de esta proposición: no hay Dios, sería, sin embargo, a sus propios ojos un hombre indigno, si por eso viniera a tener las leyes del deber por meras ilusiones sin valor que no le obligan y decidiera arrollarlas sin temor’ 
(Kant)

 No comparto -igual es más justo decir que no consigo convencerme- varios de los argumentos de Gomá en la definición del super-ejemplo de Jesús de Nazaret, pero es profundamente conmovedor su lenguaje en este punto, y alcanza un mayor sentimiento que el propio Unamuno al definir las características de su necesidad. Es consciente del imposible exigido, y diría que su descripción asume -diría que con algo de gozo- un carácter a veces defensivo, a veces ingenuo. Si todos los indicios marcan que Jesús de Nazaret era una personalidad no ordinaria, que inició un movimiento que resultó imparable para el mundo occidental a pesar de sus recursos ínfimos, y que los testimonios de la época le divinizan a pesar de todos los inconvenientes -y decepciones- que esto suponía, ¿por qué no serían posibles esos días de mortalidad prorrogada, por qué no creer -con la ingenuidad deseable pues no está a nuestro alcance salvo una intervención exterior-, con el objetivo de que sirva de ejemplo para recompensar la negatividad de la vida, aunque ninguna experiencia lo corrobore?

En las páginas más hermosas de Necesario pero imposible, Gomá recuerda a Dietrich Bonhoeffer, sacerdote ajusticiado por el nazismo apenas unos días antes del fin de la guerra, quien defendía el cristianismo arreligioso y la necesidad de seguir a Dios sin que Dios exista. El autor es en describir que una de las causas de que el individualismo romántico se haya desecho de Dios es que la religión, la forma oficial en que apela al individuo, nunca se adaptó a nuestra época (o lo intentó ya muy tarde), como sí hicieron otras disciplinas e instituciones. Comparar este argumento con el ejemplo que pide Bonhoeffer (que en su salto a la nada es auténtica angustia coherente y postromántica) hace pensar en que Dios pudo ser la escala de valores que llevara a, o apadrinara al menos, la Declaración de Derechos Humanos, una vez que el libro sagrado era ya el de la ciencia.


‘Nuestro acceso a la mayoría de edad nos lleva a un veraz reconocimiento de nuestra situación ante Dios. Dios nos hace saber que hemos de vivir como hombres que logran vivir sin Dios. El Dios que nos hace vivir en el mundo sin la hipótesis de trabajo Dios es el Dios ante el cual nos hallamos constantemente. Ante Dios y con Dios vivimos sin Dios. Dios, clavado en la cruz, permite que le echen del mundo. Dios es impotente y débil en el mundo, y precisamente sólo así está con nosotros y nos ayuda. Cristo no nos ayuda por su omnipotencia, sino por su debilidad y por sus sufrimientos’ 
(Dietrich Bonhoeffer)

La aproximación de Gomá al fenómeno inexplicable y super-deseado tiene este eje sentimental pero no olvida ni mucho menos la razón: se desliga de las religiones oficiales, fácilmente utilizables y manipuladoras para el control de los pueblos. No da el salto a interesarse en una espiritualidad laica (sospechablemente Comte no está entre sus filósofos preferidos), pero en ocasiones parece rondarla. El peso que tiene en su obra definir un ser (que es un ente, que es un ejemplo) lo impide, pero no se completa, creo, al dejar sin terminar la descripción del super-ejemplo una vez prorrogada su existencia: ¿cuándo termina su recorrido? ¿la mortalidad prorrogada se sometería a las leyes de la Ciencia, la biología y la fisiología, como sí hace el ser mientras su mortalidad es segura? Son preguntas materialistas, de una especulación ingrata, sí, probablemente innecesarias, que además carnalizan, hacen mundana, la posibilidad de la esperanza. Es obvio que Gomá está desilusionado filosóficamente con la Ciencia, aunque aplauda pragmáticamente sus resultados, pero la actitud escéptica del método científico confronta demasiado con la fuerza de la convicción ingenua o la voluntad de creer de algunos de los autores que menciona (Ernst Troeltsch o William James -sí, el hermano de Henry-) y que ya en el siglo XIX teorizaban contra el absolutismo científico. Esto es un oxímoron, porque un científico no se comporta como tal si actúa con ese tipo de arrogancia: al contrario, la Ciencia y su método son por definición humildes y su duda escéptica tampoco está alejada del interés puro (ingenuo) del conocer. 

‘Toda sociedad humana es en última instancia una congregación de hombres frente a la muerte. El poder de la religión depende, entonces, de la credibilidad de las consignas que ofrece a los hombres cuando están frente a la muerte, o, mejor dicho, cuando caminan, inevitablemente, hacia ella’ 

Así, Gomá estudia formas de inmortalidad que le ofrecen la tradición religiosa y filosófica (menciona expresamente la reviviscencia, la reencarnación o la transmigración de las almas como decepcionantes mortalidades renovadas, pero la discusión sobre la eternidad del alma y la resurrección cristiana están presentes) pero no es el objeto de su estudio especular sobre los avances de la Ciencia actual o reciente en el tema: la clonación, la creación de órganos, el revertimiento del envejecimiento celular, el posthumanismo cyborg, la robótica y la inteligencia artificial… Es comprensible que el método filosófico necesite más tiempo ante estas opciones, cuyo descarte en ocasiones en unos pocos años desconciertan al pensador que invierta en su análisis, pero resultaría apasionante ver a los estadios de vida de Kierkegaard estirar su razonamiento ante estos éxitos de una Ciencia que a veces parece inimaginable. Y no es sólo cómo afectaría esto a la dialéctica descriptiva de la vida que encierra la obra de Gomá, sino también a la definición del ser: pienso por ejemplo en la divulgación sobre microbiología que recoge Ed Yong en su obra, donde afirma que en nuestro ADN tenemos mucho genoma captado a virus y bacterias con los que hemos intercambiado material genético durante miles de años. Hoy que se usa con tanta alegría la metáfora del ADN para remarcar la identidad personal o empresarial, resulta irónico que con ello nos afirmemos en que también somos otras especies que lógicamente no tienen nuestras angustias y razonamientos, pero sin cuya participación no hay vida.

Para este lector Necesario pero imposible ha supuesto una conmoción, pues recupera lenguajes y argumentaciones que desde mi propia crisis personal juvenil no había pisado salvo excepcionalmente, como por ejemplo con Karen Armstrong, o con los poetas místicos, o la conversación entre Habermas y Ratzinger, los artículos aislados de Hans Küng (aquí mencionado entre varios teólogos de argumentación cuando menos interesante) y me ha hecho reflexionar en profundidad, ahora que con cierta edad compruebo a mi alrededor que la vuelta a las creencias religiosas no es extraña entre mis coetáneos -cosa que en el fondo es el tema de este libro-. Con Necesario pero Imposible se cierra además la Tetralogía sobre la Ejemplaridad con un recorrido que tiene todo el sentido: un libro inicial de marco conceptual y definición de la teoría, y tres libros que en realidad trazan una línea temporal por los tres estadios de la vida, el estético de Aquiles adolescente, el ético de la vida de los adultos frente a los problemas de la vida, y la imposible esperanza que no alcanzaremos, pero cuya belleza ilumina el camino para completar una vida digna. Su estupenda pirueta final es, de nuevo, obra de un narrador de primera: todo el tiempo hemos asistido a un viaje desde el animismo a la ciencia, pero al final echamos de menos el imposible, e intentamos que el raciocinio llegue a él. Evoca, en parte exige, que el viaje del mito al logos termine invocando a las musas, esas de Virgilio arriba mencionadas. La Tetralogía es una obra monumental, un libro de pensamiento maravillosamente descriptivo de la vida y que aspira a un mundo positivo y ético, pero además destila un interés narrativo y un profundo hálito poético, no sólo por sus múltiples referencias, sino por la belleza casi épica que encierra su lenguaje preciso, su intensidad razonadora, su convicción asentada en que este viaje desde la juventud a la madurez y a la preparación a la muerte requiere un determinado sentido del deber y la dignidad como sentimientos bellos y útiles para lo privado, y para lo público.

 

‘Si crees saber lo que es Dios, es que no es Dios. Nada de lo finito es infinito, ni divino, ni digno de adoración. Cuando la adoración a las realidades invisibles se proyecta sobre las visibles -personas o cosas- se incurre en idolatría. La secularización nos ha enseñado lo que no es ni puede ser Dios pretendiendo serlo y, previniéndonos así contra los ídolos, confina a Dios a su verdadero lugar, que es el de la conversión del corazón’

 

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