Populismos latinoamericanos ha resultado una lectura interesante, por temática y el conocimiento intenso de su autor (el catedrático de Historia de América Carlos Malamud) a la par que irritante, por el escaso cuidado del trabajo de edición y por el propio tono indulgente, y por momentos arrogante, del mismo autor.
El libro estudia el fenómeno del populismo latinoamericano especialmente en la primera década del siglo XXI. Los países principales son Venezuela, Bolivia y Argentina, con algo de atención también a Ecuador y Nicaragua, Más superficialmente a Cuba (que es un caso diferente a todos), Paraguay, Colombia y Perú. Brasil y México se libran de la categoría de populistas -en aquel periodo-, pero son actores especialmente relevantes que en ocasiones tiene que estudiar; con menor relevancia aparecen Chile y Uruguay. No hay casi mención al resto. Pero todos estos países, repúblicas presidencialistas como son, disponen siempre de una figura fuerte del régimen, que, dependiendo de sus convicciones verdaderamente democráticas o su personalismo, pueden practicar políticas populistas desde el poder. El análisis de las causas y las características de estos gobiernos es la parte más interesante del libre, y donde es notorio el conocimiento del autor. Entre varios ejemplos:
Malamud considera que los populismos latinoamericanos de inicio del siglo son en parte una combinación de regímenes históricamente muy presidencialistas, sin contrapesos establecidos con firmeza constitucional al poder del presidente, donde los partidos tradicionales se han desmoronado, y donde en la mitad del siglo XX se produjo una falta de resolución del fascismo político, que redundó en una afortunada paz en años en que el resto del mundo vivía una guerra sangrienta, pero que fraguó muy especialmente en el liderazgo increíblemente mediático de un líder de un país cuya perseverancia dejó impronta en una manera de ejercicio del poder: Juan Domingo Perón. Malamud profundiza en las características del régimen peronista, y muestra con amplitud cómo líderes actuales le citan y admiran, a pesar de que el peronismo parezca alejado del populismo latinoamericano actual, que está escorado a la izquierda. Pero Perón ya encarna varias de las particularidades de los líderes recientes y que definen el populismo para el autor: la búsqueda permanente de enemigos exteriores y de conspiraciones, el nacionalismo exacerbado, el uso interesado de la historia y la religión, y los esperables antiimperialismo y anticolonialismo sacados de contexto. Se admiten matices (Evo Morales por ejemplo apela al animismo y no al cristianismo), y las décadas han traído variaciones de interés como el socialismo del siglo XXI, el uso dudoso de un indigenismo monolítico, y la demonización de la globalización a pesar del aprovechamiento de muchos de sus beneficios por gobiernos y economías.
Malamud describe un punto de especial interés y diferenciación de estos líderes: predican la revolución desde el poder, pero éste no se basa en una legitimidad revolucionaria, sino democrática; en realidad, todos (excepto Castro) acceden al poder mediante la victoria en unas elecciones y, para perpetuarse en el mismo, necesitan repetirlas, en ocasiones reformando y retorciendo la constitución del país para permitir reelecciones no consideradas, presionando o alterando los poderes legislativo o judicial a su antojo, o subrayando de continuo los valores de la democracia exclusivamente directa que establece el líder con el pueblo sin pasar por organismos intermedios, usando para ello una política torticera de medios de comunicación con hasta, en ocasiones, un programa propio de televisión. Añade también el autor las principales mentiras que practica este populismo de principios de siglo: achacar los males a la CIA (cuando es notorio el desinterés de las administraciones Bush y Obama por Latinoamérica), la negación de la discriminación entre indígenas en aquellos países donde gobierna un líder indígena, la manipulación de la historia para convertir a Bolívar (por ejemplo) en un pionero socialista, y la falta de una vocación de organizar instituciones internacionales prácticas y operativas en la región, aunque retóricamente proclamen de continuo lo contrario.
Todo este caudal de conceptos parece indudablemente el resultado de muchos años de estudio y conocimiento de la zona, y viene acompañado (aunque sin bibliografía detallada) de centenares de discursos y apariciones públicas de los líderes principales de los países implicados y de datos económicos y sociales del continente que con frecuencia desmontan las palabras de los mandatarios.
Pero, ¿por qué es un libro irritante?
Malamud escribe este libro enfadado, gustoso de responder
personalmente a los desmanes antidemocráticos de estos líderes, haciéndolo con
frecuencia con juicios morales directos e indirectos, utilizando una literatura
confrontativa en lugar de científica, como corresponde, entiendo, al
historiador de carrera. Este reproche continuo tiene un culmen irónico al
llegar al capítulo en que analiza las falsedades ideológicas cometidas con la
manipulación de la Historia, a la que dice entonces preservar de modos y métodos
indignos, como si no tuviera mejor forma de hacerlo que proclamar con vanidad
unos valores que su redacción no practica. Por otro lado, el libro adolece de
edición: son numerosas las veces en que se repiten hechos y declaraciones de
los políticos protagonistas, y en los que el juicio de Malamud también se
repite, dando la sensación de que no se ha realizado un repaso sistemático del
conjunto del volumen ni cuando se escribía ni una vez terminado, y de que el
libro está interesado en repetir conceptos y discursos de manera obsesiva.
Lo peculiar del caso de estos dos primeros puntos es lo bien
que encaja con la propia sistemática política que denuncia: se trata más de una
respuesta emocional que de un tratado o estudio, y, al final, es irónicamente
víctima, como dice el subtítulo del libro, de ‘Los tópicos de ayer, de hoy y de
siempre’: la retórica, el paternalismo, determinadas explicaciones simples, el
uso gratuito de epítetos… ¡Qué necesidad!
Al escribir de temas políticos es más difícil para un autor librarse de sus ideas propias, y no es fácil repetir la ecuanimidad de Salvador Giner o la moderación de Daniel Innerarity. ¿Malamud habría escrito este libro enfrentado a populismos con discursos asociados al conservadurismo tradicional? Hoy, diez años más tarde de la publicación del libro, habría sido imposible obviarlos: Jair Bolsonaro en Brasil o el paso de Jeanine Áñez en Bolivia, incluso Donald Trump en EE.UU., lo impediría. Inteligente o interesadamente, Malamud en la práctica esquiva hablar de Álvaro Uribe reformando su Constitución para su propia reelección y obvia las dictaduras en su estudio (no son el objeto ni el momento de investigación, aunque la presencia de Cuba es relevante por su relación con los líderes populistas sí estudiados de Venezuela, Bolivia o Argentina). ¿Es lícito dudar de que hubiera escrito ahora este libro sin modificar el foco? La crítica parece fluir de manera natural con una ideología determinada, un flujo que en un tema tan amplio en lo geográfico y lo temporal, apenas encuentra alivio muy moderado y no tan subrayado en el peronismo primordial, en el primer kirschnerismo, o en un Lula que sí está asentado en un partido político de carácter tradicional reconocible.
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