Tengo un gran recuerdo de la asignatura de Religión que recibí en el curso de tercero de BUP. Contra todo pronóstico, en lugar de la enésima revisión del catecismo y los clásicos misterios católicos que llevaba estudiando sin renovación desde la infancia (y que dado mi militante agnosticismo adolescente me resultaban puro humo), me encontré con un curso sobre historia de la religión, humanismo cristiano y filosofía moral, en el que interpretábamos textos de Bergson o Teilhard de Chardin, o veíamos el sentido social del cristianismo.
Si ahora retomara mis apuntes de aquel curso seguramente no los entendería, y me parecerían obra de un marciano, apasionado eso sí. Aquel curso de Religión no me devolvió al redil de la Iglesia –que fue fácil dejar completamente al dejar a fin de aquel año escolar el colegio católico en que me eduqué-, pero además de enseñarme que alrededor del cristianismo no todo tenía el negro color que mi juventud le daba, me hizo curioso en el tema, algo que además se aliñaba con los incipientes cursos de filosofía, que todo el mundo veía como inútiles. A mí me dejaron cierto sello, aunque con el tiempo, los estudios, y la dedicación a las ciencias me convirtieron en un aficionado que a veces se da el pego de leer algo de filosofía clásica y siente que, en alguna neurona arriconada, algo crepita.
Y entre estas lecturas, de repente, aparece este libro, La gran transformación, de Karen Armstrong, con portada pelín esotérica. La misma autora requiere parar un poquito, aunque para biografías ya saben ustedes que tienen la wikipedia: ¿un libro escrito por una ex monja? ¿Cuándo he leído algo escrito por una monja, no digamos ya una ex de Dios? Sólo se me ocurren Teresa de Ávila ó Helen Prejean, pero ninguna dejó –o ha dejado- los hábitos a pesar de su activismo. Karen Armstrong se salió de monja, dio clases de literatura y se puso a escribir libros reconocidísimos sobre las tradiciones religiosas, con una visión alejada del centralismo occidental, y con loas agradecidas por parte de las diferentes religiones estudiadas.
La gran transformación es un libro excelente en el que Armstrong estudia con tino el paralelismo en el nacimiento entre hace 2200 y 2900 años de cuatro tradiciones filosógico-religiosas de la antigüedad, centrándose en lo que da en llamar la ‘era axial’, el período en que sabios procedentes de lugares muy diferentes dieron en desarrollar edificios morales de comportamiento ético a partir de distintos puntos de partida. Un comportamiento resumible en una ‘regla de oro’ formulada como ‘no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti’ (y variaciones), válida para construir una vida, pero también un imperio. Resumiendo, estudia las tradiciones religiosas buscando los puntos de unión basados especialmente en la compasión, en lugar de las divisiones generadas por una militancia impuesta por quienes siguieron y sacaron beneficio de aquellos sabios.
Las cuatro tradiciones son la israelí, la griega, la hindú y la china. De un modo u otro, cada zona dio lugar a personalidades sensibles a la maldad, ignorancia y crueldad que observaban a su alrededor, y decidieron responder éticamente. Usaron métodos distintos, bien una meditación que permitiera aprehender el verdadero ego, bien una entrega que buscara la comprensión del contrario, bien una introspección racional que llevara al conocimiento. Y con ello también desarrollaron diferentes teologías, gnoseologías, y formas de experimentar a Dios, que bien podía ser experiencia mística resultado de una vida de sacrificio y devoción, un ser que proclamara su dominio sobre un pueblo y su propia perfección, o un ente utilizado políticamente para mantener la unión de la polis.
La comparación es apasionante: resume con precisión las tareas de Sócrates, Platón, Confucio, Las Tse, el Buda, Jeremías y muchos otros, y, cronológicamente, encuentra los fascinantes espejos en el pensamiento de los sabios así como las diferencias culturales, políticas, sociales y económicas que los separaban. Todo ello ha creado las condiciones de progreso y vida que hoy conocemos y que intuimos en esa noche de los tiempos en que nació cada tradición, por lo que el valor del libro es mayor. Lo encumbra una prosa limpia, matemática en la exactitud racional del discurso comprensible pero sin simplificaciones, que unifica los estilos culturales de los diferentes sabios en una belleza textual interna propia, en un libro final atractivo y muy disfrutable, sí, aunque no se tenga por costumbre leer sobre filosofía o religión.
Absolutamente desbordado por el enorme conocimiento adquirido gracias a la lucidez que la autora muestra y reclama, me da pena saber que olvidaré pronto (esta cabeza no piensa ni recuerda igual de bien que hace años), y me pregunto qué efecto tendría La gran transformación como libro de texto, tanto ahora como en la época en que estudié. Y pienso que, como en todo libro brillante que analice un conflicto complejo, el secreto está en el estilo: poéticamente neutro, pero fascinado por la pasión de los hombres de que habla, el análisis de Armstrong contribuye a dejar un mundo mejor, y a hacer que sus lectores no sólo se diviertan sino que sean conocedores de por qué muchos lucharon por ser mejores personas.
Si no se convencen del todo, pero por otro lado tienen ganas de leer más después de este tochazo y ver si este es uno de mis desparrames habituales, en este blog pueden leer la introducción del libro escrita por su misma autora. No les garantizo que no se enganchen…
Si ahora retomara mis apuntes de aquel curso seguramente no los entendería, y me parecerían obra de un marciano, apasionado eso sí. Aquel curso de Religión no me devolvió al redil de la Iglesia –que fue fácil dejar completamente al dejar a fin de aquel año escolar el colegio católico en que me eduqué-, pero además de enseñarme que alrededor del cristianismo no todo tenía el negro color que mi juventud le daba, me hizo curioso en el tema, algo que además se aliñaba con los incipientes cursos de filosofía, que todo el mundo veía como inútiles. A mí me dejaron cierto sello, aunque con el tiempo, los estudios, y la dedicación a las ciencias me convirtieron en un aficionado que a veces se da el pego de leer algo de filosofía clásica y siente que, en alguna neurona arriconada, algo crepita.
Y entre estas lecturas, de repente, aparece este libro, La gran transformación, de Karen Armstrong, con portada pelín esotérica. La misma autora requiere parar un poquito, aunque para biografías ya saben ustedes que tienen la wikipedia: ¿un libro escrito por una ex monja? ¿Cuándo he leído algo escrito por una monja, no digamos ya una ex de Dios? Sólo se me ocurren Teresa de Ávila ó Helen Prejean, pero ninguna dejó –o ha dejado- los hábitos a pesar de su activismo. Karen Armstrong se salió de monja, dio clases de literatura y se puso a escribir libros reconocidísimos sobre las tradiciones religiosas, con una visión alejada del centralismo occidental, y con loas agradecidas por parte de las diferentes religiones estudiadas.
La gran transformación es un libro excelente en el que Armstrong estudia con tino el paralelismo en el nacimiento entre hace 2200 y 2900 años de cuatro tradiciones filosógico-religiosas de la antigüedad, centrándose en lo que da en llamar la ‘era axial’, el período en que sabios procedentes de lugares muy diferentes dieron en desarrollar edificios morales de comportamiento ético a partir de distintos puntos de partida. Un comportamiento resumible en una ‘regla de oro’ formulada como ‘no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti’ (y variaciones), válida para construir una vida, pero también un imperio. Resumiendo, estudia las tradiciones religiosas buscando los puntos de unión basados especialmente en la compasión, en lugar de las divisiones generadas por una militancia impuesta por quienes siguieron y sacaron beneficio de aquellos sabios.
Las cuatro tradiciones son la israelí, la griega, la hindú y la china. De un modo u otro, cada zona dio lugar a personalidades sensibles a la maldad, ignorancia y crueldad que observaban a su alrededor, y decidieron responder éticamente. Usaron métodos distintos, bien una meditación que permitiera aprehender el verdadero ego, bien una entrega que buscara la comprensión del contrario, bien una introspección racional que llevara al conocimiento. Y con ello también desarrollaron diferentes teologías, gnoseologías, y formas de experimentar a Dios, que bien podía ser experiencia mística resultado de una vida de sacrificio y devoción, un ser que proclamara su dominio sobre un pueblo y su propia perfección, o un ente utilizado políticamente para mantener la unión de la polis.
La comparación es apasionante: resume con precisión las tareas de Sócrates, Platón, Confucio, Las Tse, el Buda, Jeremías y muchos otros, y, cronológicamente, encuentra los fascinantes espejos en el pensamiento de los sabios así como las diferencias culturales, políticas, sociales y económicas que los separaban. Todo ello ha creado las condiciones de progreso y vida que hoy conocemos y que intuimos en esa noche de los tiempos en que nació cada tradición, por lo que el valor del libro es mayor. Lo encumbra una prosa limpia, matemática en la exactitud racional del discurso comprensible pero sin simplificaciones, que unifica los estilos culturales de los diferentes sabios en una belleza textual interna propia, en un libro final atractivo y muy disfrutable, sí, aunque no se tenga por costumbre leer sobre filosofía o religión.
Absolutamente desbordado por el enorme conocimiento adquirido gracias a la lucidez que la autora muestra y reclama, me da pena saber que olvidaré pronto (esta cabeza no piensa ni recuerda igual de bien que hace años), y me pregunto qué efecto tendría La gran transformación como libro de texto, tanto ahora como en la época en que estudié. Y pienso que, como en todo libro brillante que analice un conflicto complejo, el secreto está en el estilo: poéticamente neutro, pero fascinado por la pasión de los hombres de que habla, el análisis de Armstrong contribuye a dejar un mundo mejor, y a hacer que sus lectores no sólo se diviertan sino que sean conocedores de por qué muchos lucharon por ser mejores personas.
Si no se convencen del todo, pero por otro lado tienen ganas de leer más después de este tochazo y ver si este es uno de mis desparrames habituales, en este blog pueden leer la introducción del libro escrita por su misma autora. No les garantizo que no se enganchen…
Interesantísimo, tanto tu texto como la introducción de la autora. No descarto hacerme con el libro. Por cierto, muy tuyo lo de la doble negación de la última frase!
ResponderEliminarDr. Malarrama.
jajaja... ay doctor, qué acabaremos siendo usted y yo? Exégetas de los últimos párrafos de los escritos del otro? May be...
ResponderEliminarpero sí, tiene razón, ese capítulo de introducción es endiablado, te engancha de manera increíble.
Goio, me niego a leer esa introducción porque ya he llegado hasta aquí "enganchándome" de un enlace a otro. Y todo por una ingenua conversación en facebook.
ResponderEliminarPero lo que si voy a hacer es un marcador específico para tus recomendaciones en delicious.
Vaya, Isabel, te encuentro inesperadamente en un repaso de viejas entradas, y me doy cuenta de que tengo que mirr más a ver si hay más comentarios tuyos. No recuerdo ya esa conversación de facebook (es lo que tienen los tiempos, no hace ni dos meses y a saber cuántas cosas de las primas de riesgo hemos leído en este tiempo). Encantado de tu 'enganche', por supuesto!
ResponderEliminar:) :)
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