25 de agosto de 2021

Hacia una ejemplaridad pública (3)

 

El tercer ensayo de la Tetralogía de la Ejemplaridad aparenta una centralidad importante en la serie dado que su título mismo, Ejemplaridad pública, subraya el concepto central de la misma. Esa misma sensación se tiene al cerrar el libro, que es un tratado (como decían los antiguos) completo sobre la posibilidad real de una moral ejemplar en nuestros tiempos. Para llegar a ello, Gomá necesita describir cuáles son los conceptos que influyen en el comportamiento ejemplar de hoy en día, por qué se ha evolucionado a ellos desde anteriores estructuras sociales y políticas, y cómo unas y otras afectan al individuo y su posibilidad de ejemplaridad. Todo ello tiene un enfoque filosófico: no se trata de una guía de la ejemplaridad pública, sino de un edificio conceptual que también quiere definir el ser (una ontología) y su comportamiento (una moral). 

Tocqueville: “La igualdad es quizá menos elevada, pero sí más justa, y su justicia constituye su grandeza y su belleza”

Y este enfoque ‘poco moderno’ es muy atractivo, y si está escrito con la intensidad y precisión de Gomá (plenamente consciente de que hace literatura, con libros como Imitación y experiencia, o Aquiles en el gineceo, que tienen clara estructura de tipo dramático) es muy disfrutable. En primer lugar, porque se sale del canon del ensayo actual: el autor no habla de sí mismo ni se pone de ejemplo, apenas hay hechos sociopolíticos concretos utilizados como ejemplo relevante, y el autor no desea romper (infructuosamente) con la tradición del pensamiento de la que bebe, sino que se enraíza en ella para dar su propia visión, que es en concepto rupturista, pero no desea epatar mediante el formato.


Marcuse: “El campo de la necesidad, del trabajo, es un campo de ausencia de libertad porque en él la existencia humana está determinada por objetivos y funciones que no le son propios y que no permiten el libre juego de las facultades y los deseos humanos”

Para Gomá, la democracia igualitaria en que vivimos actualmente en Occidente es tanto un triunfo como una frustración. Se trata de un sistema que se sabe finito porque ha roto con todas las tradiciones seculares que gustaban de proclamar su eternidad, desde las religiones a las patrias identitarias. En su lugar, está habitada por individuos cuya libertad está consagrada por principios legales, y cuya subjetividad es inamovible. Ello lleva a que, por un lado, se sientan únicos, pero, por otro, altamente vulnerables al descubrir que su acción exclusivamente individual no les permite sobrevivir, con la frustración que eso supone a un ego ahora subrayado de continuo. Pero no es casual que este experimento (de apenas 60 años de duración en la historia de la humanidad) sea un éxito en múltiples campos, resumibles cuando menos en que nunca han existido estos repartos de bienes y riqueza, o estos niveles de salud. No obstante, lo cree frágil, fundamentalmente porque, aunque ha sustituido a Dios y a la Patria por leyes y Estado de derecho, éstos no son de momento suficientes para garantizar que la democracia sobreviva. A ésta le faltan modelos, prototipos de ejemplaridad que antes proporcionaban los poderes establecidos que negaban al individuo. A su vez, la igualdad ha traído una normalización educativa extendida al conjunto de la población, que, peculiarmente, en lugar de ser aprovechada para fines que los antiguos considerarían elevados, han creado una cultura de la vulgaridad, síntoma respetable e incluso defendible, por ineludible, del sistema, pero que dificulta la aparición de prototipos ejemplares. Cómo pasar de la cultura de la vulgaridad a la disposición de prototipos ejemplares es una lucha paralela a la que, en Aquiles en el gineceo, Gomá planteaba al respecto del proceso individual de paso del estado estético/adolescente de pureza mental y política al estado ético/maduro de compromiso y madurez ante la negatividad que devuelven la vida y la sociedad.


Nietzsche: “Vosotros, hombres superiores, ese Dios era vuestro máximo peligro. Sólo desde que él yace en la tumba habéis vuelto vosotros a resucitar’

El prototipo de ejemplaridad es un ideal individual inalcanzable plenamente, y sólo puede apreciarse en una vida completa, pero Gomá advierte que no es el perfil público el que necesariamente conforma lo ejemplar, sino que es el privado el que, con su compromiso con las obligaciones de la madurez (resumibles de manera tradicional en la fundación de un hogar y el cumplimiento de un oficio para su mantenimiento) da los indicios del prototipo, que es una tarea en progreso continuo, que debe ser consciente de la finitud del sistema y, por lo tanto, de la esencialidad del ejemplo continuado de cada uno hacia su entorno, pero que tampoco ha de ser de carácter antipático o absolutista, lo que eliminaría claramente el carácter ejemplar del prototipo.

Max Weber: “El destino de nuestro tiempo, racionalizado e intelectualizado y, sobre todo, desmitificador del mundo, es el de que precisamente los valores últimos y más sublimes han desaparecido de la vida pública”

Con este entramado, Gomá construye un nuevo viaje filosófico (más similar en su estructura al primer libro de la serie –si bien más ligero en ambición histórica- que el segundo, que trabajaba en torno a un mito reconocible) en el que he disfrutado mucho sus refutaciones a varios pensadores anteriores. Discrepa plenamente del Ortega y Gasset que también reconoce la vulgaridad igualadora de las masas pero que se lamenta de ello y sólo ve un futuro en unas élites ejemplares que deban regirlo; Gomá define ese modelo como ejemplaridad aristocrática. También discrepa de la distinción radical entre las esferas pública y privada de la vida que Hannah Arendt predica, reservando los comportamientos y vindicaciones vulgares a un ámbito privado en el que no deban considerarse apreciables ni interesantes. Hay también matices de peso para otros: Tocqueville, Weber, o Nietzsche, manejados con soltura espléndida. Me ha gustado mucho leer su proposición de inserción del nihilismo en la modernidad con el subrayado de su clasicismo en las formas (comparando el eterno retorno con la dialéctica hegeliana/marxista y a la vez con la resurrección cristiana), y, en varios pasajes, por la casualidad de haber leído hace poco Brujería y contracultura gay, he sentido que Gomá rebatía directamente la militancia animista idealizada de Arthur Evans:

La drástica desvitalización y des-animación del mundo desencadenada por la ‘distinción real’, que desmonta la unio mystica de la ontología arcaica y clásica entre el cielo y la tierra, dejaron franco el camino para el racionalismo científico positivo, y para el estudio, transformación y dominio de la naturaleza.


Habermas: “El hecho de que con el Estado social y la democracia de masas el conflicto que caracterizó a las sociedades capitalistas en la fase de su despliegue haya sido institucionalizado y con ello paralizado no significa la inmovilizacióin de toda suerte de potenciales de protesta, que surgen en otras líneas de conflicto (…) Los nuevos conflictos se desencadenan no en torno a problemas de distribución, sino en torno a cuestiones relativas a la gramática de las formas de la vida.”

Tengo de todos modos una sensación particular con el lenguaje empleado en Ejemplaridad Pública. No es un tema menor, creo, primero porque desde el primer libro Gomá habla del lenguaje como problema filosófico del siglo XX, y porque aquí lo enfatiza así en el contexto entre lo individual y lo comunitario (esencial también en definir el alcance de la libertad):

El ‘giro lingüístico’ de la filosofía en el siglo XX, el descubrimiento del carácter constitutivo y previo del lenguaje común o natural no formalizado, es una manifestación de esa vuelta a una realidad lingüística presubjetiva, sobre la que han insistido en particular la hermenéutica y últimamente el comunitarismo.  Cuando el yo autónomo piensa, lo hace usando un lenguaje y, como el lenguaje es un producto social, su pensamiento, aun el más íntimo, se expresa forzosamente con palabras prestadas, nunca propias; a través del lenguaje, pues, la sociedad se cuela hasta en los momentos de mayor autoconsciencia del yo.

Mi circunstancia es el uso por parte del autor de expresiones como vulgaridad, buenas costumbres, virtud, barbarie, buen gusto… que le obligan con frecuencia a explicar que no se trata de insultar o de reconocer costumbres conservadoras o gazmoñas. Pero los términos usados presentan también una carga moral por su propia historia de uso anterior. Cierto que Gomá usa científicamente un arsenal razonado de definiciones, y no es autor al que espere hollar el camino del lenguaje inclusivo o políticamente correcto (es más: es francamente magnífico el dominio de la terminología filosófica clásica, hasta el punto de que considero que, junto a su sentido del ritmo narrativo, le convierten en un literato de primer orden). Por ejemplo:

No ha sabido destacarse hasta ahora hasta qué punto la vulgaridad ambiente es el final de un largo y costoso proceso de refinamiento ético colectivo, de un nuevo humanismo, en suma, que se toma en serio y lleva a sus últimas consecuencias la universalización de los derechos de la subjetividad a todo ser humano.

Pero, será prejuicio de activista o de postmoderno, no dejo de preguntarme si estos términos no ayudan precisamente a una lectura simplificada de sus ideas, por parte de la vulgaridad mayoritaria, bajo el paraguas de lo que el mismo autor llama la ejemplaridad antipática. A esa sensación contribuye una lucha soterrada que aprecio entre los logros de nuestra época escéptica y relativista, finita y cientifista, y cierta nostalgia de la seguridad de un mundo de valores fácilmente diagnosticables, a pesar de las mayores desigualdad e injusticia que suponían (¿podría entenderse como un añorar la adolescencia, siguiendo la analogía de este análisis con el del anterior libro?). Este punto nostálgico se revela con más pasión en un punto determinado: la visión del arte moderno, al que Gomá recibe con una breve invectiva (espléndidamente escrita y divertida, por otro lado) sobre los males que el individualismo centrado en la experiencia y el ego estéticos han impuesto en la expresión artística, que temo necesitaría más desarrollo y análisis profundo, porque, aunque tiene su reflejo no cuestionable en la realidad, me resulta difícil compartirla de manera general ante el infinitamente diverso universo artístico actual.

En fin, el prototipo de ejemplaridad y su actuación están definidos. El ciudadano ejerce ejemplo incluso sin querer, y que sea positivo resulta en su interés y el de su descendencia y especie. De la existencia de prototipos depende el futuro de la experimental democracia actual como sistema, ya que está sometida a la asunción propia de que puede desaparecer ya que no la sustenta ningún valor eterno, y porque es nacida de un nihilismo entre cuyas vertientes las hay que la desacreditan sistemáticamente. Gomá parece confiar en que existirá este grupo de ciudadanos ejemplares (nunca élites, sino recrecidos de su vulgaridad asumida) que construirá los valores del futuro de la democracia, apelando sin entrar en ello a una especie de comunidad de ejemplaridades. Pero, ¿cómo pasar de la ejemplaridad del prototipo al valor social o comunitario respetado o imitable por el grupo? ¿Cuál es la metodología? No es, al menos solo, la educación (pues su normalización lleva a la vulgarización, y además tiene límites ya expuestos en Aquiles en el gineceo), tampoco es una red conexa de prototipos (que inocularía un gen de elitismo), y la existencia de ejemplos concretos y discretos en círculos de influencia reducidos se antoja azarosa. ¿Quizá en Necesario pero imposible, el último volumen de la tetralogía? La aventura sigue; veremos… De momento, Ejemplaridad pública explica de manera impecable la realidad política, enlazándola con el ser moderno y su moral, describiendo sus peligros profundos y las causas últimas de nuestra situación… ¡sin mencionar la actualidad! Eso es no ya inaudito, es grandioso.


 Javier Gomá (vía)

 

 

 

 

 

 

 

 

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