Estamos en los años del quinto centenario de la primera vuelta al mundo, y se reedita la biografía que Stefan Zweig dedicó al almirante de esa gesta, Fernando de Magallanes. Biografía que lógicamente habla sobre todo de aquella empresa que el marino portugués no pudo acabar, y que el vasco Juan Sebastián Elcano acabó rematando. Desde nuestra perspectiva, con la sobrepresencia mítica de la figura de Elcano en la cabeza, en la que hemos sido educados y de la que hemos bebido, Magallanes. El hombre y su gesta, es una buena bofetada. Vamos, que esa calle céntrica de Bilbao que compite con Ercilla, Rekalde y Lope de Haro es más merecida por ser del terruño que por méritos reconocidos demasiado alegremente.
Zweig es un biógrafo maravilloso. No sólo lo digo por este libro, también su autobiografía amarga, El mundo de ayer, es un libro estupendo. Pero Magallanes. El hombre y su gesta es además entusiasta, una obra extasiada ante lo inimaginable de lo narrado, aunque narrada con objetividad, ecuanimidad y un tono comprensivo hacia todas las partes, todo ello mientras con prosa sencilla pero intensa va depositando conocimiento histórico documentado sin añadir carga a un texto de apariencia ligera, pero reflexión y sabiduría profundas.
La expedición de busca de la especiería por la ruta occidental que lideró Magallanes para Carlos V fue un polvorín desde su preparación. Magallanes, hombre tosco y experimentado navegador, ninguneado por su patria, se ofrece al rey de la potencia rival para encontrar el paso hacia Oriente, basándose en expediciones que habían llegado al Río de la Plata y que confiaban en que ahí se estaba dicho paso. Su expedición de cinco barcos, construida y diseñada por recelosos marineros y armadores españoles y boicoteada desde Portugal, se vio tensionada desde el principio por el mantenimiento del poder que se dirimía entre Magallanes y sus lugartenientes españoles. Diferencias en la ruta a tomar y desplantes varios acabaron en un motín que terminó con algunos ajusticiados y un barco que abandona la expedición precisamente mientras por fin bordean el estrecho que luego será de Magallanes. Después sigue el hambre en la ruta del Pacífico, y la mala política de Magallanes en Filipinas, que paga con la vida y el cuerpo -cuyo destino se desconoce-. Elcano, uno de los traidores iniciales que fue perdonado, toma el mando debido a la suerte de ser el capitán del único barco superviviente. Hasta la página 138 su nombre no se menciona. Tres años después llega a España, con dieciocho hombres de los casi 300 que salieron. Toda la gloria en vida fue para él, y todas las luchas intestinas de la expedición fueron ninguneadas por el peso de la historia oficial de las naciones y sus dificultades ante los hechos deshonrosos de sus héroes. Tres vascos más llegaron en ese barco, Juan de Acurio, Juan de Arratia, y Juan de Zubileta: nadie les recuerda.
La admiración de Zweig por la figura de Magallanes es máxima, pero eso no le evita ser justo con sus errores, su cerrazón orgullosa y su crueldad en algunos momentos entre ellos. También entiende los motivos de los marineros españoles. En ambos casos es muy atractivo como se sitúa en la psicología de la época, subrayando los valores de prestigio (o gloria), honor y patria como estandartes, ejes de la acción de los personajes en una disputa continua en la que decae el mito de gran expedición internacional que literalmente era. Pero estos valores no se subrayan desde una nostalgia rancia o reivindicadora del pasado, como es habitual en algunos escritores de novela histórica, sino que es una fascinación por describir y comprender semejante arrojo en circunstancias tan inverosímiles. Zweig construye la vida anterior de Magallanes hasta que cruza la frontera y visita a Carlos V como una especie de telaraña de intereses y hechos cruzados que crean casi mágicamente un talento organizador e innovador como el de Magallanes, ante el cual el autor se rinde en reconocimiento y desea otorgarle parabienes admirables que luego ve desmentir por la realidad. Este conflicto, que es también el del mundo ideal frente al mundo real, o incluso el de Dios y el alma frente al hombre y el cuerpo, se pasea de continuo por el libro, escrito desde la Ciencia y la historia tal y como el Zweig positivista las concebía, y de ahí el acierto al interpretar el anhelo de gloria de hombres del Antiguo Régimen -pero ya renacentistas- cuando por fin se abre ante ellos el Océano Pacífico, o cuando llegan a Cebú, o cuando, tan debilitados, son capaces aún de navegar el Índico sin poder entrar en puerto alguno.
Pinceladas del europeísmo de Stefan Zweig se observan desde
luego en esta primera constatación de la globalización. Y un reconocimiento
inesperado, aunque sea breve: que el honor de la primera vuelta al mundo literalmente
realizada y conocida corresponde en realidad al esclavo de Magallanes,
originario de las Molucas, desde las que viajó a Portugal, donde vivió, hasta
que embarcó en la expedición y siguió en ella hasta alcanzar su tierra, aunque
ya su dueño había muerto. Su nombre es Enrique, Enrique el Negro…
Únicamente llega la emoción a las cumbres de la
bienaventuranza cuando logra remontarse desde las hondonadas del desasosiego
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