The Children Act (La ley del menor) es una novela breve de Ian McEwan, protagonizada por una jueza de menores que se enfrenta a la vez a la infidelidad de su esposo y a un urgentísimo caso sobre la transfusión de sangre a un menor testigo de Jehová enfermo de leucemia. Estas doscientas páginas escritas en un inglés fluidísimo se leen con interés y rapidez, y dejan, en mi opinión, un único valor literario realmente apreciable: el gusto por el relato que McEwan aporta en cada caso judicial explicado, con sus detalles complejos, que presenta con agilidad y atractivo enormes, haciéndolos sencillos y entendibles. Y no son pocos: se intercalan en varios momentos de la novela, muchas veces en forma de sentencia (el texto que a fin de cuentas debe escribir la protagonista, Fiona), y en ese juego en que McEwan se siente muy cercano, si bien veo que más por convertir a su jueza en narradora que por aspiración del autor a ser juez…
Pero, sorprendentemente, el resto de la novela es muy poco interesante; la crisis matrimonial no aporta realmente nada salvo pequeñas reflexiones de Fiona que resultan de baja intensidad, y el ambiente social elitista de Fiona, con su gusto por las actuaciones como intérprete privada de música clásica parecerían en gran parte un relleno, apenas salvado -en mi opinión de manera forzada- por la conexión artística con el menor enfermo de leucemia. El final me parece muy deudor del de Los muertos, el relato final de Dublineses, de James Joyce, si bien de nuevo algo rebuscado.
Supongo que el libro es demasiado académico en esta parte
más dramática relacionada con el dibujo de la protagonista, pero en un sentido
un tanto rancio. El ojo de McEwan hacia la sociedad y la familia que describe
es muy esperable, muy tópico; tampoco creo que sepa captar bien la sensibilidad
de a mujer de 59 años a la que toma por protagonista, y, si bien no cae en la
estupidez hipersexual de colegas como Roth o Updike, la novela, que apenas
tiene seis años, podría tener treinta más, con los obvios estereotipos de otra
época.
En fin, igual hay que esperar a ver logros similares a On Chesil Beach, el mejor de sus libros que he leído (Solar es muy flojo). De mientras, al menos sus libros permiten una lectura sencilla con que ejercitar el idioma y, al menos en esta ocasión, nos dejan esos momentos judiciales apasionados que antes comenntaba.
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