18 de noviembre de 2013

Energía


Solar es la novela  de Ian McEwan que sigue a On Chesil Beach, la emocionante pequeña pieza que narraba la terrible noche de bodas de una pareja de la reprimida Inglaterra de los 50. Para los lectores Solar es una novela esperada, y para el autor un desafío frente a los excelentes resultados de la anterior.

Solar es la historia de Michael Beard, un físico británico ganador del Nobel a principios de los 70, director de un centro de I+D dedicado a las energías renovables en el Reino Unido. Casado cinco veces, su caótica vida personal se enfrenta a que por primera vez su mujer le es infiel, lo que interfiere seriamente en su trabajo. En ese momento y delante de sus narices sucede un accidente que obliga a Beard a tomar una decisión moral de profundas implicaciones personales y profesionales. La novela relaciona (y retuerce) continuamente ambas facetas de Beard, personal y profesional, usando la física y su belleza determinista como espejo del desastre de alcohol, mujeres, infravivienda y obesidad en que Beard vive, y lo hace en tres momentos temporales, 2000, 2005 y 2009, incorporando banalmente elementos exteriores (desde la recesión económica al triunfo de Obama), localizaciones geográficas significativas en el cambio climático, y llegando a un clímax con la única salida posible, pero sin resolver, al menos, la parte científica de la trama.

Energía solar fotovoltaica (vía)

Michael Beard es un personaje tópico e indefendible, de una psicología muy directa y plana, con varios lugares comunes de reconocimiento demasiado fáciles. McEwan no lo hace potencialmente más interesante y tal vez sólo una radiografía del viejo elefante que vive del éxito pasado, sin ideas, ganas, ni posibilidades de hacer nada nuevo alcanza en algún momento fugaz un halo trágico tanto para el protagonista como para el mundo que le acoge (en este caso, el de la innovación energética y su burbuja de farsantes apenas esbozada por McEwan).

La suma de diseño de estructura y personaje hunden a Solar en el terreno del best-seller convencional del que le sacan a veces los destellos de lucidez de McEwan, cuando Beard reflexiona sobre sí mismo y su brillante pasado, o la integración de las explicaciones físicas de la trama, y como lector me ha dejado profundamente indiferente, aunque por supuesto, se siga y se consuma sin desagrado.

Ian McEwan, fotografiado por Philip Hollis (vía)




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