19 de abril de 2016

La soledad del enamorado


Austerlitz (además del título de un buen libro de W.G. Sebald, y, por supuesto, una batalla napoleónica) es la estación de París de la que salen y a la que llegan los trenes de España. A esa estación llegaría algún día el protagonista de esta novela, a finales de los ochenta o principio de los noventa probablemente, un joven homosexual de buena familia que desea románticamente hacerse pintor, pero también romper con la presión familiar en Madrid. Este protagonista sin nombre, años después, recuerda que su fracaso le llevó a ser acogido en casa de un maduro obrero normando, Michel, que, treinta años mayor y de clase social más baja, le aloja en su estrecha habitación durante unos meses. Recuerda la historia de amor y pasión de esos breves meses, interrumpida porque el joven consigue mínimamente prosperar y prefiere tener una habitación propia, y, sobre todo, Michel contrae el mal (que, como el protagonista, tampoco se menciona con su nombre en la novela).

Estación de Austerlitz en París (vía)

Es difícil alrededor de este libro despojarse de un carácter literario tópico, pero supongo que es necesario mencionarlo: París-Austerlitz es la novela póstuma de Rafael Chirbes, un autor del que leo mi primer libro, aunque curiosamente he regalado algún que otro ejemplar de En la orilla, novela que junto a Crematorio (de la que hubo serie de TV), figuran como crónicas imprescindibles de los años de fiesta de corrupción y burbujas inmobiliarias que ha vivido España, y que le han dado fama al autor. Dicen las reseñas que el estilo es diferente, que Chirbes llevaba veinte años escribiendo París-Austerlitz, y que la novela tiene referencias autobiográficas; su localización coincide con años que Chirbes pasó en París. La novela es corta, 150 páginas, pero está finalizada (su alucinado párrafo final no deja lugar a dudas).

Me gustaría interpretar esta historia en los varios niveles que tiene, varios de los cuales son apuntes bien integrados en su núcleo central, que es el recuerdo de la pasión cercenado por la enfermedad. El tema, publicado y escrito en 2016, resulta algo anticuado en cuanto a la desgraciada vivencia del SIDA en los ochenta, lo cual obviamente no invalida el posible testimonio, pero, en un tiempo en que el encaje del VIH en la sociedad ha cambiado, la percepción parece un salto atrás. No es un libro de denuncia, puesto que Michel tiene su mayor integración en su barrio y en su fábrica por obrero. Pero la relación desmonta todos los tópicos: la diferencia de edad, la diferencia de clases (con la inversión económica en el momento justo del protagonista), el gusto de Michel por los inmigrantes… El canon aún sigue diciendo que esto no puede salir bien, como si nos sumáramos no con alegría pero sí con resignación al fracaso de lo poco normativo.

En Chemsex, el documental sobre la vida actual de comunidades gays en Londres, algunos hombres prefieren estar contagiados del VIH para poder tener relaciones sin prejuicios con parejas desconocidas posiblemente también infectadas

En el retrato de la tormenta de sentimientos del protagonista encuentra especialmente Chirbes sus mejores momentos. El significado de la posesión homosexual –acompañémosle el dominio de clase social-, de la imagen espejo en una pareja de hombres, y la degradación de la carne acompañada de la degradación del amor y de la solidaridad, se describen con excelentes imágenes de amargura mortuoria, espero que más debida a la coherencia del estilo que a la cercanía de la propia muerte del autor (aunque será imposible saberlo), y al menos a mí me han transmitido una profunda visión de la soledad en que se encuentra, sin pensarlo, el enamorado. La continuidad en los tiempos de la novela es ágil, las claves de la historia se conocen desde un principio, y, no dejando de ser un tema trillado, la novela resulta impactante y novedosa. No, no tiene escenas eróticas, y, como único comentario complicado, destacaría que no tiene demasiado sentido el uso del francés en las frases sueltas de Michel en que se emplea, aunque a un joven español le resulte imposible no utilizarlas. Literariamente, claro.

Rafael Chirbes, fotografiado por Mikel Ponce (vía)



2 comentarios:

  1. Como el buen vino mejoras con los años. Hace tiempo que no te leía. Un placer.Estupenda disección

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  2. Mil gracias, juez! Rebienvenido de vuelta!!

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