Austerlitz (además del título de un
buen libro de W.G. Sebald, y, por supuesto, una batalla napoleónica) es la
estación de París de la que salen y a la que llegan los trenes de España. A esa
estación llegaría algún día el protagonista de esta novela, a finales de los
ochenta o principio de los noventa probablemente, un joven homosexual de buena
familia que desea románticamente hacerse pintor, pero también romper con la
presión familiar en Madrid. Este protagonista sin nombre, años después,
recuerda que su fracaso le llevó a ser acogido en casa de un maduro obrero
normando, Michel, que, treinta años mayor y de clase social más baja, le aloja
en su estrecha habitación durante unos meses. Recuerda la historia de amor y
pasión de esos breves meses, interrumpida porque el joven consigue mínimamente
prosperar y prefiere tener una habitación propia, y, sobre todo, Michel contrae
el mal (que, como el protagonista, tampoco se menciona con su nombre en la
novela).
Estación de Austerlitz en París (vía)
Es difícil alrededor de este libro despojarse de un carácter
literario tópico, pero supongo que es necesario mencionarlo: París-Austerlitz es la novela póstuma
de Rafael Chirbes, un autor del que leo mi primer libro, aunque curiosamente he
regalado algún que otro ejemplar de En
la orilla, novela que junto a Crematorio
(de la que hubo serie de TV), figuran como crónicas imprescindibles de los años
de fiesta de corrupción y burbujas inmobiliarias que ha vivido España, y que le
han dado fama al autor. Dicen las reseñas que el estilo es diferente, que
Chirbes llevaba veinte años escribiendo París-Austerlitz,
y que la novela tiene referencias autobiográficas; su localización coincide con
años que Chirbes pasó en París. La novela es corta, 150 páginas, pero está
finalizada (su alucinado párrafo final no deja lugar a dudas).
Me gustaría interpretar esta historia en los varios niveles
que tiene, varios de los cuales son apuntes bien integrados en su núcleo
central, que es el recuerdo de la pasión cercenado por la enfermedad. El tema,
publicado y escrito en 2016, resulta algo anticuado en cuanto a la desgraciada
vivencia del SIDA en los ochenta, lo cual obviamente no invalida el posible
testimonio, pero, en un tiempo en que el encaje del VIH en la sociedad ha
cambiado, la percepción parece un salto atrás. No es un libro de denuncia,
puesto que Michel tiene su mayor integración en su barrio y en su fábrica por
obrero. Pero la relación desmonta todos los tópicos: la diferencia de edad, la
diferencia de clases (con la inversión económica en el momento justo del
protagonista), el gusto de Michel por los inmigrantes… El canon aún sigue
diciendo que esto no puede salir bien, como si nos sumáramos no con alegría
pero sí con resignación al fracaso de lo poco normativo.
En Chemsex,
el documental sobre la vida actual de comunidades gays en Londres, algunos
hombres prefieren estar contagiados del VIH para poder tener relaciones sin
prejuicios con parejas desconocidas posiblemente también infectadas
En el retrato de la tormenta de sentimientos del
protagonista encuentra especialmente Chirbes sus mejores momentos. El
significado de la posesión homosexual –acompañémosle el dominio de clase
social-, de la imagen espejo en una pareja de hombres, y la degradación de la
carne acompañada de la degradación del amor y de la solidaridad, se describen
con excelentes imágenes de amargura mortuoria, espero que más debida a la
coherencia del estilo que a la cercanía de la propia muerte del autor (aunque
será imposible saberlo), y al menos a mí me han transmitido una profunda visión
de la soledad en que se encuentra, sin pensarlo, el enamorado. La continuidad
en los tiempos de la novela es ágil, las claves de la historia se conocen desde
un principio, y, no dejando de ser un tema trillado, la novela resulta
impactante y novedosa. No, no tiene escenas eróticas, y, como único comentario complicado, destacaría que no tiene
demasiado sentido el uso del francés en las frases sueltas de Michel en que se
emplea, aunque a un joven español le resulte imposible no utilizarlas.
Literariamente, claro.
Rafael Chirbes, fotografiado por Mikel Ponce (vía)
Como el buen vino mejoras con los años. Hace tiempo que no te leía. Un placer.Estupenda disección
ResponderEliminarMil gracias, juez! Rebienvenido de vuelta!!
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