Siempre es un placer recuperar libros de Will Eisner. Un
placer completo, que siempre supera la expectativa, que acaba ganándote el
intelecto o el corazón en la esquina menos esperada. Este volumen, Nueva York, La vida en la gran ciudad,
se compone a su vez de otros cuatro libros escritos entre 1981 y 2000: Nueva York: La gran ciudad, El edificio, Apuntes sobre la gente de ciudad, y Gente invisible, y, cada uno de ellos cuenta con una línea
argumental de cierta fragilidad pero que sirve de excusa para articular
historias cortas en general de unas pocas páginas, aunque también hay páginas
únicas o simples retratos de las calles. Eisner de vez en cuando aparece
retratado con su abrigo y gorra a pie de calle, registrando en su cuaderno apuntes
del natural, alimentando su papel de cronista de la vida de la ciudad, y su
interés en mostrarla en su medio de expresión.
Dedicadas casi por completo a historias costumbristas de
Nueva York, aunque no necesariamente ligadas a la ciudad y su propia historia o
particularidades, Eisner describe en general una ciudad oscura y melancólica,
con personajes que se decantan entre ruines y desamparados, pero casi siempre
individualidades aplastadas por la vida y los acontecimientos a su alrededor. En
muchos casos, cada historia personal comienza con el entusiasmo vital que dan
los pequeños deseos y retos que alientan a estos personajes, diríase que
imbuidos de la propia vitalidad de la ciudad, para intentar superar sus
problemas. No obstante, Eisner casi siempre impone una visión realista, y rara
vez el destino de los personajes es la felicidad, como mucho puede existir una
continuidad del estatus y poco más.
Al magnífico –por preciso, por agudo- uso del retrato y del
gesto por pequeño que sea el dibujo se une el juego del blanco y negro con el entintado
utilizado para encuadrar o para contrastar a la hora de subrayar la emoción de
cada relato específico. En su trabajo están además muchísimos recursos del
lenguaje que contribuyó a crear, y es fascinante observar que tantos relatos
diferentes pueden adoptar la forma adecuada a partir de varias técnicas
narrativas, sin subrayados ni supuesta brillantez de autor. Eisner tiene
derecho a colocarse como observador, pues casi todas las historias participan
de su interés por indagar en los motivos de sus personajes.
Ahora que todos hemos leído muchas más novelas gráficas y
sabemos que es un medio que puede narrarlo todo, Eisner se revela como un
Cervantes o un Hitchcock de su arte. Eisner fue a la vez inventor y descubridor
de su medio, dejó una obra aparentemente ligera –y por ello encantadora- pero
reflexiva, en la que además indaga sobre el lenguaje. Disponemos, sí, de una
crónica de una ciudad tan alegre como dura, pero sobre todo de un mayor
conocimiento de la condición humana en un hábitat complejo, entregado por un
observador del hombre concreto que se preocupa por transmitirlo en forma de
arte.
Will Eisner (vía)
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