24 de julio de 2025

Einbahnstrasse

 


Walter Benjamin tiene el aura ganada de pensador mítico. Influye desde luego su final (se suicidó después de no poder entrar en España por Portbou en 1940 mientras huía del nazismo, y ya sabemos que en muchos autores la muerte genera un carácter sobre la obra), su carácter ecléctico como intelectual, y su relación con multitud de pensadores y artistas de su época. Sus reflexiones estéticas son con frecuencia citadas y su labor como crítico literario muy reconocida, lo cual no es común.

Tal vez por falta de una gran obra general, los escritos de Benjamin son cortos, y Calle de sentido único va más allá recogiendo aforismos, visiones breves e irónicas cargadas de sentido poético de la vida, los objetos y el arte, en un volumen que se publicó en 1928. Muchas de sus reflexiones son en efecto brillantes, objeto de un buen subrayado, pero a las que el formato general del libro impide un desarrollo más profundo y apetecible. En ese sentido el texto resulta frustrante. Pero, qué duda cabe, de momentos estupendos. Por poner ejemplos:

“El trabajo en una buena prosa abarca tres niveles: Uno musical, en el que se la compone; uno arquitectónico, en el que se la construye; finalmente, uno textil, donde se la trama y urde”.

“La escritura, que había encontrado asilo en el libro impreso, donde llevaba una existencia autónoma, sede implacablemente arrastrada a la calle por los anuncios publicitarios y sometida a las brutales heteronomías del caos económico. Esta es la severa escuela donde adquiere su nueva forma”.

“Habla, si quieres, de lo que llevas escrito, pero no se lo leas a nadie mientras el trabajo está en curso. Toda satisfacción que te procures de ese modo frenará tu ritmo”

“Grados de la redacción: pensamiento - estilo – escritura. Pasar a limpio tiene sentido porque la atención ya solo se centra en la caligrafía. El pensamiento mata la inspiración, el estilo ata al pensamiento, la escritura recompensa el estilo”

“La polémica genuina trata un libro con el mismo cariño con que el caníbal cocina un lactante”

Resultan también irónicos sus apuntes contra la crítica, que él practicaba, y su texto sobre la inflación en Weimar, que, bajo el título de Panorama imperial, contiene algunos errores de análisis económico achacables a que como intelectual destacado debía pensar que podía opinar  sobre todo. Triunfa mucho más en el reflejo de los pequeños momentos y objetos vitales (Filatelia, dedicado a los sellos, es una joya). Pero, poco a poco, según avanza la lectura, uno va dejando los subrayados. También influye que acaba pesando el uso continuado de metáforas y situaciones de género, que por mucho que debamos situar en la época, son de abundancia sorprendente y con frecuencia cosificadora, especialmente si hablamos de un pensador lúcido del siglo XX y cercano al marxismo.

En fin, tal vez el libro 'fácil' para iniciarse en Benjamin no sea la mejor idea. En casa está aún Infancia berlinesa hacia mil novecientos, en esta misma colección tan bien editada de Periférica. Veremos.


Walter Benjamin en 1928, según su foto recogida en Wikipedia

 

16 de julio de 2025

El malestar en la cultura

 


Dicen los estudios sobre Freud que El malestar en la cultura es uno de sus ensayos más asequibles, aunque sean abundantes varios de sus en ocasiones complejos conceptos principales; en otras ocasiones resulta un autor algo abstruso, pero éste es ciertamente un texto ágil y asequible. En este volumen, el ensayo se acompaña de algunos textos más, de interés diverso.

El malestar del título y la cultura del título no son exactamente lo que pudieran parecer. Para Freud, la cultura es la suma de las producciones e instituciones que distancian nuestra vida de la de nuestros antecesores animales, y que sirven para dos fines: (1) proteger al hombre contra la naturaleza y (2) regular las relaciones de los hombres entre sí. El malestar es generado por la cultura al hombre, ya que esta coarta sus instintos más agresivos para permitirle precisamente organizarse mejor para su supervivencia, lo que incluye también tener relaciones cuando menos no agresivas hacia sus congéneres. Las relaciones humanas son una de las tres causas de la miseria del hombre, y, frente a las otras dos - la decadencia del cuerpo y el poder de la naturaleza - nos resulta menos admisible.

Freud se dedica a intentar discernir los factores de la evolución de la cultura, tarea que considera exorbitante de por sí. Los primeros actos culturales pudieron ser el empleo de herramientas, la dominación del fuego, o la construcción de habitáculos, en lo que supone defenderse de la naturaleza y preservarnos. Pero en lo que concierne a relaciones sociales, el establecimiento del derecho es el resultado final de la justicia como primer requisito cultural. Al derecho todos contribuyen sacrificando sus instintos para no dejar a nadie a merced de la fuerza bruta. Y, por supuesto, desde la prehistoria hay constancia del hábito de crear familias, que para Freud se constituyen como primeros auxiliares del individuo, pero también por necesidad de satisfacción sexual. Genital, dice él. Se atempera también con ello la periodicidad orgánica del proceso sexual, pero no su influencia psíquica. Y aquí reside el interés de Freud, el conflicto del amor/libido y la cultura, que toman intereses distintos y así aparecen los conflictos: (1) la familia no quiere desprenderse de sus miembros, hecho que se inicia en la adolescencia por ritos de pubertad y de iniciación; (2) las mujeres ejercen una influencia dilatoria y conservadora opuesta a la corriente cultural por representar los intereses de la familia; y (3) el hombre está más dotado para sublimar sus instintos, pero debe distribuir su libido y la que consume culturalmente le sustrae de sus deberes de padre y esposo.

La ampliación del círculo de acción de la cultura restringe la vida sexual: elimina la sexualidad infantil, restringe el objeto sexual al sexo contrario, prohíbe las satisfacciones extragenitales, legitima únicamente la monogamia, y concibe la vida sexual como instrumento exclusivo de la reproducción. Pero es que, además, la cultura también utiliza lazos libidinales (recordemos que para Freud la libido es al amor lo que el hambre a la alimentación) para ligar mutuamente a los miembros de la comunidad y evitar la agresividad presente en las disposiciones intuitivas del individuo, tendencias cuya satisfacción no es fácilmente renunciable, como muestra el narcisismo de las pequeñas diferencias que Freud, y cualquiera, observa en comunidades pequeñas e incluso emparentadas, las que con frecuencia más se combaten entre sí. Freud además parece indicar que con la escritura del ensayo ha 'descubierto' que también el 'yo' puede estar impregnado a la vez de instintos libidinosos (narcisismo) y agresivos hacia el propio 'yo'. Freud postula el sentimiento de culpabilidad: un 'superyo' severo asume la función de conciencia y ataca al ‘yo’ con la amenaza de castigos (fundamentalmente, el miedo a la pérdida del amor de los demás y por tanto de la capacidad de supervivencia).

Confieso: encuentro fascinantes estas argumentaciones de anhelo descriptivo del insigne vienés. En este texto la definición de términos nuevos no resulta farragosa, si bien es cierto que especialmente en su segunda parte aparece su denostado por aparentemente obsesivo pansexualismo, que he obviado en este resumen. Carlos Gómez niega esta acusación en la introducción del libro: si Freud opina que los trastornos alimentarios son de menor interés en su trabajo es porque normalmente están más cerca de ser puramente instintivos, y, por eso, para resolverlos, no puede recurrirse a la represión, que es su objeto principal de estudio. El ensayo es un ejemplo de su aproximación no moralista a estas temáticas, pero no contiene experimentación u observación empírica, como otros trabajos suyos. Aunque su aplicación del método científico y las condiciones para establecer teorías están cuando menos discutidas, y hay quien prefiere verle como un filósofo especulativo interesado en la psicología. Pero, por otro lado, su observación es lúcida, penetrante, y diría que honesta a la hora de dar lugar a un sistema coherente.

Del resto de ensayos del volumen, relacionado con El malestar en la cultura, me ha gustado mucho Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte, en el que estudia cómo los soldados de la Primera Guerra Mundial consiguen desatar su instinto de agresividad largamente reprimido por las imposiciones culturales al encontrarse en el frente y en situación de guerra, y se pregunta por cómo será su regreso a casa y, por ello, a la necesaria represión de la vida social sin violencia. Es un texto de treinta páginas que, aunque basado en sus conceptos, se antoja atemporal y perfectamente válido en sus premisas incluso hoy mismo.

El volumen contiene también varios textos bajo un epígrafe llamado 'Metapsicología', donde relectura y profundización parecen necesarias para la comprensión de las teorías sobre los instintos, la represión o el inconsciente. Sin embargo, un ensayo titulado La aflicción y la melancolía aúna veinte páginas de nuevo especialmente brillantes sobre las diferencias de origen, desarrollo y resolución de estos dos conflictos de pérdida (de alguien cercano por fallecimiento en la aflicción, o por ruptura amorosa o al menos libidinal en la melancolía) donde especulaciones y resoluciones son más mundanos y diría que incluso prácticos. No olvidemos nunca que, en última instancia, Freud era un médico interesado en curar a sus pacientes.


8 de julio de 2025

Los viejos estoicos nunca mueren



De hecho, los viejos estoicos parecen más vivos que nunca. Protagonistas de reediciones de sus textos, de libros monográficos, de conferencias, ejemplos para unos tiempos en que la interpretación de sus teorías parece por momentos interesada, o, cuando menos, un tanto reducida a parte de sus consignas éticas reinterpretadas desde el individualismo postmoderno. No es el caso de este libro, El estoicismo romano, dedicado no a dar recetas directas sobre la vida de hoy sino al estudio de los grandes representantes de esa corriente del pensamiento: Séneca, estudiado por Javier Gomá; Epicteto, por Carlos García Gual; y Marco Aurelio, por David Hernández de la Fuente. Publicado por Arpa Editorial, el libro es el resultado por escrito de tres conferencias previamente ofrecidas por cada autor en la Fundación March. La aproximación es especialmente sensible a avatares biográficos de cada autor en relación con el desarrollo de su pensamiento dentro de su propio devenir personal.

El estoicismo romano es la etapa final de esta escuela en la filosofía antigua, y la penúltima de esta filosofía antigua cuando se estudia como conjunto, aunque se desarrollaría por personajes como el consejero de un emperador e incluso un mismísimo emperador. A estas alturas de esta corriente filosófica, y bajo el poder absoluto de los emperadores romanos, la práctica filosófica había perdido gran parte de su capacidad política, y estos autores tampoco se muestran especialmente interesados por las patas de la Lógica y la Física que tan relevantes fueron para los estoicos primeros a la hora de apuntalar su visión cósmica completa. De Séneca a Marco Aurelio no es que hayan olvidado poner a la naturaleza en el centro de todo principio, norma o decisión, pero el Logos y su discusión no es omnipresente. Los consejos para proceder en las situaciones de la vida, el consuelo ofrecido cuando la fortuna no sonríe, incluso las instrucciones para una vida resignadamente feliz, ocuparon su interés.


De los tres filósofos, Séneca es probablemente el más discutido por la pluma del autor de su estudio. No es que no le colme de buenos elogios, pues empieza su texto con un decálogo de los notabilísimos méritos del filósofo que le convierten ‘en un gigante’. Pero Gomá coincide con otros estudiosos de la obra de Séneca al mostrar la contradicción de su pensamiento moral con su servicio durante años a Nerón, con el que hizo inmensa fortuna, y al que buscó influir positivamente con sus consejos sobre la clemencia a practicar por el emperador, pero al cual no discutió cuando empezó con las crueldades de su etapa final, sino que consintió callando y mirando a otro lado. Él, que era autor de un corpus ético ya relevante cuando le encargan ser el tutor del joven Nerón. Entre esto y el desapego emocional, interpretable desde un rigorismo extremo de resignación estoica, con el que Séneca responde a las necesidades de consuelo de una madre marcando la futilidad de la vida, lo inútil de la misma, o la oportunidad dada por la naturaleza de resignarse sabiamente a su designio, molesta profundamente a Gomá, que se reconcilia, sin embargo, en la época final de Séneca con las Cartas a Lucilio, y al que siempre le reconoce la fuerza emocional y la pulsión dramática que impone a sus escritos.


El menos discutible de los estoicos romanos es sin duda Epicteto, que frente a sus dos ilustres compañeros de escuela no tuvo aspiraciones ni momentos de poder político: era un esclavo liberto que fundó su propia escuela de filosofía y que nunca escribió nada. García Gual hace un retrato amable en que el momento clave en que, sin queja, se dejó fracturar una pierna y quedó cojo de por vida, es especialmente subrayado como aplicación de la libre aceptación estoica de lo que en la naturaleza nos proporciona y por tanto nos conviene. El momento sirve para definir una vida dedicada a la enseñanza, que permite además a García Gual dar pinceladas sobre el estoicismo como enseñanza que nos extraña y fascina a la par. Sólo sobreviven textos escritos por sus alumnos, y se sospecha que existieron clases y disertaciones sobre lógica y física, pero, o no se escribieron o no se conservaron.


Para mí, personalmente, Marco Aurelio es el personaje de perfil más fascinante de los tres. Emperador de dos décadas turbulentas, escribía para su propio consumo unos textos melancólicos que rebosan sentimientos agotados de un mundo trágico y absurdo, abogando por un retiro interior y una aceptación resignada de lo que la naturaleza traiga. Su contradicción es aún mayor, si cabe, que la de Séneca. Y su vida es un debate entre su pulsión filosófica y su formación para alcanzar la cabeza del Imperio, algo que aceptó como inevitable y, estoicamente, dado por la naturaleza. David Hernández de la Fuente también se aferra a un episodio biográfico muy peculiar: el sueño que tuvo siendo adolescente la noche anterior a ser nombrado heredero, en el que sus hombros eran de marfil, frágiles, pero parecía que aguantaban, con la mala salud de hierro de los enfermos que también le caracterizó. Marco Aurelio ordenó campañas bélicas cruentas a la par que fue un hombre de familia - algo a lo que los estoicos suelen recomendar desapego, y de ahí parte del enfado de Gomá con el primer Séneca - y un joven bondadoso e inteligente. Para Hernández de la Fuente, este "emperador de marfil" es un filósofo de sinceridad total, pues era inconcebible que el emperador publicara sus Meditaciones, y ahí reside una fuerza interna que apela en sus humanos consejos a todas las épocas y oficios. Pero, por otro lado, si incluso el emperador de Roma, todavía en el siglo II después de Cristo, muestra este desapego por el mundo y este desánimo para el que receta el retiro interior, pero en el que no es imposible leer también un fracaso de la humanidad en el que vida social y política no tienen sentido, ¿que quedará si no pedir un rescate, una luz, una guía, a nuestra alma por parte de lo más alto?

Los tres textos se benefician a mi entender de la agilidad del lenguaje oral del que proceden, la conferencia previa, y fluyen con ritmo y gran claridad expositiva. Mantienen también una coherencia estructural y completan un libro que no es académico en sí, pero resultaría muy útil como tal.

Bueno. Aquí las consecuencias del libro, que ya están en casa: