Dicen los estudios sobre Freud que El malestar en la cultura es uno de sus ensayos más asequibles, aunque sean abundantes varios de sus en ocasiones complejos conceptos principales; en otras ocasiones resulta un autor algo abstruso, pero éste es ciertamente un texto ágil y asequible. En este volumen, el ensayo se acompaña de algunos textos más, de interés diverso.
El malestar del título y la cultura del título no son
exactamente lo que pudieran parecer. Para Freud, la cultura es la suma de las
producciones e instituciones que distancian nuestra vida de la de nuestros
antecesores animales, y que sirven para dos fines: (1) proteger al hombre
contra la naturaleza y (2) regular las relaciones de los hombres entre sí. El
malestar es generado por la cultura al hombre, ya que esta coarta sus instintos
más agresivos para permitirle precisamente organizarse mejor para su supervivencia,
lo que incluye también tener relaciones cuando menos no agresivas hacia sus
congéneres. Las relaciones humanas son una de las tres causas de la miseria del
hombre, y, frente a las otras dos - la decadencia del cuerpo y el poder de la
naturaleza - nos resulta menos admisible.
Freud se dedica a intentar discernir los factores de la
evolución de la cultura, tarea que considera exorbitante de por sí. Los
primeros actos culturales pudieron ser el empleo de herramientas, la dominación
del fuego, o la construcción de habitáculos, en lo que supone defenderse de la
naturaleza y preservarnos. Pero en lo que concierne a relaciones sociales, el
establecimiento del derecho es el resultado final de la justicia como primer
requisito cultural. Al derecho todos contribuyen sacrificando sus instintos
para no dejar a nadie a merced de la fuerza bruta. Y, por supuesto, desde la
prehistoria hay constancia del hábito de crear familias, que para Freud se
constituyen como primeros auxiliares del individuo, pero también por necesidad
de satisfacción sexual. Genital, dice él. Se atempera también con ello la
periodicidad orgánica del proceso sexual, pero no su influencia psíquica. Y
aquí reside el interés de Freud, el conflicto del amor/libido y la cultura, que
toman intereses distintos y así aparecen los conflictos: (1) la familia no
quiere desprenderse de sus miembros, hecho que se inicia en la adolescencia por
ritos de pubertad y de iniciación; (2) las mujeres ejercen una influencia dilatoria
y conservadora opuesta a la corriente cultural por representar los intereses de
la familia; y (3) el hombre está más dotado para sublimar sus instintos, pero
debe distribuir su libido y la que consume culturalmente le sustrae de sus
deberes de padre y esposo.
La ampliación del círculo de acción de la cultura restringe
la vida sexual: elimina la sexualidad infantil, restringe el objeto sexual al
sexo contrario, prohíbe las satisfacciones extragenitales, legitima únicamente
la monogamia, y concibe la vida sexual como instrumento exclusivo de la
reproducción. Pero es que, además, la cultura también utiliza lazos libidinales
(recordemos que para Freud la libido es al amor lo que el hambre a la
alimentación) para ligar mutuamente a los miembros de la comunidad y evitar la
agresividad presente en las disposiciones intuitivas del individuo, tendencias
cuya satisfacción no es fácilmente renunciable, como muestra el narcisismo de
las pequeñas diferencias que Freud, y cualquiera, observa en comunidades
pequeñas e incluso emparentadas, las que con frecuencia más se combaten entre
sí. Freud además parece indicar que con la escritura del ensayo ha
'descubierto' que también el 'yo' puede estar impregnado a la vez de instintos
libidinosos (narcisismo) y agresivos hacia el propio 'yo'. Freud postula el
sentimiento de culpabilidad: un 'superyo' severo asume la función de conciencia
y ataca al ‘yo’ con la amenaza de castigos (fundamentalmente, el miedo a la
pérdida del amor de los demás y por tanto de la capacidad de supervivencia).
Confieso: encuentro fascinantes estas argumentaciones de
anhelo descriptivo del insigne vienés. En este texto la definición de términos
nuevos no resulta farragosa, si bien es cierto que especialmente en su segunda
parte aparece su denostado por aparentemente obsesivo pansexualismo, que he
obviado en este resumen. Carlos Gómez niega esta acusación en la introducción
del libro: si Freud opina que los trastornos alimentarios son de menor interés
en su trabajo es porque normalmente están más cerca de ser puramente
instintivos, y, por eso, para resolverlos, no puede recurrirse a la represión,
que es su objeto principal de estudio. El ensayo es un ejemplo de su
aproximación no moralista a estas temáticas, pero no contiene experimentación u
observación empírica, como otros trabajos suyos. Aunque su aplicación del
método científico y las condiciones para establecer teorías están cuando menos
discutidas, y hay quien prefiere verle como un filósofo especulativo interesado
en la psicología. Pero, por otro lado, su observación es lúcida, penetrante, y
diría que honesta a la hora de dar lugar a un sistema coherente.
Del resto de ensayos del volumen, relacionado con El
malestar en la cultura, me ha gustado mucho Consideraciones de
actualidad sobre la guerra y la muerte, en el que estudia cómo los soldados
de la Primera Guerra Mundial consiguen desatar su instinto de agresividad
largamente reprimido por las imposiciones culturales al encontrarse en el
frente y en situación de guerra, y se pregunta por cómo será su regreso a casa
y, por ello, a la necesaria represión de la vida social sin violencia. Es un
texto de treinta páginas que, aunque basado en sus conceptos, se antoja
atemporal y perfectamente válido en sus premisas incluso hoy mismo.
El volumen contiene también varios textos bajo un epígrafe
llamado 'Metapsicología', donde relectura y profundización parecen necesarias
para la comprensión de las teorías sobre los instintos, la represión o el
inconsciente. Sin embargo, un ensayo titulado La aflicción y la melancolía
aúna veinte páginas de nuevo especialmente brillantes sobre las diferencias de
origen, desarrollo y resolución de estos dos conflictos de pérdida (de alguien
cercano por fallecimiento en la aflicción, o por ruptura amorosa o al menos
libidinal en la melancolía) donde especulaciones y resoluciones son más
mundanos y diría que incluso prácticos. No olvidemos nunca que, en última
instancia, Freud era un médico interesado en curar a sus pacientes.
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