16 de julio de 2025

El malestar en la cultura

 


Dicen los estudios sobre Freud que El malestar en la cultura es uno de sus ensayos más asequibles, aunque sean abundantes varios de sus en ocasiones complejos conceptos principales; en otras ocasiones resulta un autor algo abstruso, pero éste es ciertamente un texto ágil y asequible. En este volumen, el ensayo se acompaña de algunos textos más, de interés diverso.

El malestar del título y la cultura del título no son exactamente lo que pudieran parecer. Para Freud, la cultura es la suma de las producciones e instituciones que distancian nuestra vida de la de nuestros antecesores animales, y que sirven para dos fines: (1) proteger al hombre contra la naturaleza y (2) regular las relaciones de los hombres entre sí. El malestar es generado por la cultura al hombre, ya que esta coarta sus instintos más agresivos para permitirle precisamente organizarse mejor para su supervivencia, lo que incluye también tener relaciones cuando menos no agresivas hacia sus congéneres. Las relaciones humanas son una de las tres causas de la miseria del hombre, y, frente a las otras dos - la decadencia del cuerpo y el poder de la naturaleza - nos resulta menos admisible.

Freud se dedica a intentar discernir los factores de la evolución de la cultura, tarea que considera exorbitante de por sí. Los primeros actos culturales pudieron ser el empleo de herramientas, la dominación del fuego, o la construcción de habitáculos, en lo que supone defenderse de la naturaleza y preservarnos. Pero en lo que concierne a relaciones sociales, el establecimiento del derecho es el resultado final de la justicia como primer requisito cultural. Al derecho todos contribuyen sacrificando sus instintos para no dejar a nadie a merced de la fuerza bruta. Y, por supuesto, desde la prehistoria hay constancia del hábito de crear familias, que para Freud se constituyen como primeros auxiliares del individuo, pero también por necesidad de satisfacción sexual. Genital, dice él. Se atempera también con ello la periodicidad orgánica del proceso sexual, pero no su influencia psíquica. Y aquí reside el interés de Freud, el conflicto del amor/libido y la cultura, que toman intereses distintos y así aparecen los conflictos: (1) la familia no quiere desprenderse de sus miembros, hecho que se inicia en la adolescencia por ritos de pubertad y de iniciación; (2) las mujeres ejercen una influencia dilatoria y conservadora opuesta a la corriente cultural por representar los intereses de la familia; y (3) el hombre está más dotado para sublimar sus instintos, pero debe distribuir su libido y la que consume culturalmente le sustrae de sus deberes de padre y esposo.

La ampliación del círculo de acción de la cultura restringe la vida sexual: elimina la sexualidad infantil, restringe el objeto sexual al sexo contrario, prohíbe las satisfacciones extragenitales, legitima únicamente la monogamia, y concibe la vida sexual como instrumento exclusivo de la reproducción. Pero es que, además, la cultura también utiliza lazos libidinales (recordemos que para Freud la libido es al amor lo que el hambre a la alimentación) para ligar mutuamente a los miembros de la comunidad y evitar la agresividad presente en las disposiciones intuitivas del individuo, tendencias cuya satisfacción no es fácilmente renunciable, como muestra el narcisismo de las pequeñas diferencias que Freud, y cualquiera, observa en comunidades pequeñas e incluso emparentadas, las que con frecuencia más se combaten entre sí. Freud además parece indicar que con la escritura del ensayo ha 'descubierto' que también el 'yo' puede estar impregnado a la vez de instintos libidinosos (narcisismo) y agresivos hacia el propio 'yo'. Freud postula el sentimiento de culpabilidad: un 'superyo' severo asume la función de conciencia y ataca al ‘yo’ con la amenaza de castigos (fundamentalmente, el miedo a la pérdida del amor de los demás y por tanto de la capacidad de supervivencia).

Confieso: encuentro fascinantes estas argumentaciones de anhelo descriptivo del insigne vienés. En este texto la definición de términos nuevos no resulta farragosa, si bien es cierto que especialmente en su segunda parte aparece su denostado por aparentemente obsesivo pansexualismo, que he obviado en este resumen. Carlos Gómez niega esta acusación en la introducción del libro: si Freud opina que los trastornos alimentarios son de menor interés en su trabajo es porque normalmente están más cerca de ser puramente instintivos, y, por eso, para resolverlos, no puede recurrirse a la represión, que es su objeto principal de estudio. El ensayo es un ejemplo de su aproximación no moralista a estas temáticas, pero no contiene experimentación u observación empírica, como otros trabajos suyos. Aunque su aplicación del método científico y las condiciones para establecer teorías están cuando menos discutidas, y hay quien prefiere verle como un filósofo especulativo interesado en la psicología. Pero, por otro lado, su observación es lúcida, penetrante, y diría que honesta a la hora de dar lugar a un sistema coherente.

Del resto de ensayos del volumen, relacionado con El malestar en la cultura, me ha gustado mucho Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte, en el que estudia cómo los soldados de la Primera Guerra Mundial consiguen desatar su instinto de agresividad largamente reprimido por las imposiciones culturales al encontrarse en el frente y en situación de guerra, y se pregunta por cómo será su regreso a casa y, por ello, a la necesaria represión de la vida social sin violencia. Es un texto de treinta páginas que, aunque basado en sus conceptos, se antoja atemporal y perfectamente válido en sus premisas incluso hoy mismo.

El volumen contiene también varios textos bajo un epígrafe llamado 'Metapsicología', donde relectura y profundización parecen necesarias para la comprensión de las teorías sobre los instintos, la represión o el inconsciente. Sin embargo, un ensayo titulado La aflicción y la melancolía aúna veinte páginas de nuevo especialmente brillantes sobre las diferencias de origen, desarrollo y resolución de estos dos conflictos de pérdida (de alguien cercano por fallecimiento en la aflicción, o por ruptura amorosa o al menos libidinal en la melancolía) donde especulaciones y resoluciones son más mundanos y diría que incluso prácticos. No olvidemos nunca que, en última instancia, Freud era un médico interesado en curar a sus pacientes.


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