2 de julio de 2022

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En la lectura de Crónica de un devenir, de Alberto Mira, he usado mucho el lápiz, y en su reseña usaré mucho la primera persona; esto es obligado, pues se trata de un libro experiencial (no autobiográfico, aunque varias experiencias de vida del autor están presentes) escrito por un homosexual español nacido en 1965, es decir, tres años antes que yo. Esperablemente, me veo retratado de continuo, hasta el punto de que ese lápiz delator ha escrito seis veces ‘¡SÍ!’ en los márgenes del libro:

Primer ¡SÍ!

Muchos homosexuales, al menos en España, hemos tenido, por ejemplo, una relación distante o incluso hostil hacia el fútbol. El fútbol no es sólo “un deporte”: es también, quizá sobre todo, una manera de socializar a los niños a través de mitologías. La mística del fútbol es una mística de la masculinidad, de rasgos que nos desafían a ser más hombres, y la socialización del gusto por el fútbol refuerza relaciones homosociales

Reconozco que recoger estos ‘¡SÍ!’ es como poner ‘likes’, pero espero que me lo perdone… En su introducción, Mira delimita de manera clara el objeto y método de su estudio. Crónica de un devenir parte de lo experiencial, trabaja lo histórico, y lo enmarca en el estudio o poder del lenguaje y sus términos. Se centra en hombres homosexuales, con un enfoque culturalista y no político, y evitando debates sobre las realidades trans. El objeto del libro es la evolución de la experiencia homosexual en las últimas seis décadas desde tres coordenadas: la sexualidad, la identidad, y la comunidad.

Segundo ¡SÍ!

Obsesionado por las listas, mantuve el radar activo en busca de otros como yo, hábito que todavía perdura pasada toda su funcionalidad real. Y fui acumulando nombres. Platón. Miguel Ángel. Miguel de Molina. Cole Porter. Tyrone Power. Truman Capote. Luchino Visconti. Farley Granger. Rock Hudson. Federico García Lorca. Luis Cernuda. Noël Coward. John Gielgud. Luis Mariano. Antonio Gala. Jaime Gil de Biedma. Brad Davis. Y Stephen Sondheim. […] Desde los inicios de una subjetividad homosexual, desde que los homosexuales se han visto como un grupo de individuos separados del resto de la cultura, ha habido una verdadera pasión, en los círculos homosexuales, por hacer listas de “otros como nosotros”, justificar nuestra presencia como portadores de cualidades: inteligencia, talento, heroísmo, belleza.

Desde esta descripción, la Crónica viaja por las cuatro denominaciones centrales que los ‘nosotros’ (como dice con frecuencia para no tener que usar un término concreto) nos hemos dado o hemos recibido en las últimas décadas: HOMOSEXUAL (asociado a la experiencia pre-Stonewall, término de aires médicos, aplicado a una generación oculta y en general represaliada y oprimida, salvo círculos elitistas obligados a la discreción o excepcionalidades del espectáculo), GAY (término post Stonewall, que empodera y visibiliza positivamente durante los 70 y 80, que además sufre la pandemia del VIH y que crece junto a otros términos fundamentales para el ‘nosotros’, como son ‘orgullo’, ‘homofobia’, y ‘armario’), QUEER (contrarreacción a la positivación GAY, a la que considera normativizadora, capitalista y prosistema, con apoyo a una reivindicación de clase junto a la de sexo/género desde la combatividad), y LGTBI (acrónimo identitario sociopolítico actual caracterizado por una ultraidentificación particularizada y protagonizada por una juventud interconectada en unas redes que desdibujan la orientación, pero también el tiempo y la geografía, en la que la angustia por el sexo parece desaparecer en la adolescencia -cambiando así tal vez los mecanismos del deseo como vector único de la sexualidad-, pero en la que los cuerpos se pornifican en el gimnasio y luego se muestran en Instagram).



Jean Genet: ejemplo irrecuperable para la positividad GAY

Tercer ¡Sí!
Además del ritual de salida del armario, el nuevo gay tendrá que aceptar un nuevo ethos de positividad. Debíamos creer que había algo intrínsecamente ‘bueno’ en ser gay

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En este resumen, Mira va intercalando su propia experiencia de anécdotas personales concretas, y cómo la imposición de estos términos afectó a su vida; pero este devenir personal se acompaña del estudio histórico de hechos y de trabajos y ensayos culturales sobre los ‘nosotros’ que hacen que el anecdotario trascienda al engarzar experiencia y teoría en un viaje cuyas maletas ponen el lenguaje en primer lugar y la cultura después. La obsesión por el lenguaje y su capacidad de definición y de poder es muy relevante en el libro, centrando en este ‘nosotros’ el debate filosófico universal del siglo XX sobre cómo el lenguaje puede dominar como estructura ya predeterminada, o cuando menos colectiva, la vida y el pensamiento individuales, y sobre si éste cambia porque cambia el lenguaje, o al revés.

Cuarto ¡SÍ!

Me impresionó la facilidad para encontrar espacios, folletos, obras artísticas con la etiqueta GAY. Y locales diferentes. En aquellos años habían abierto un café… […]. El brebaje que servían era repugnante, todo sea dicho, ya que en aquel momento nadie en Londres sabía hacer espresso, pero uno no iba por el café: durante años frecuenté el lugar con el solo objetivo de sentirme gay.

Aporta Alberto Mira tan inquietas reflexiones en detalles concretos que es imposible describirlas todas… Dejo aquí constancia de varias, pero por querer recordarlas personalmente más que por desmerecer las demás. Es enormemente interesante el análisis intergeneracional que supone el paso de cada denominación a la siguiente: la dificultad (incapacitación a veces) de cada generación anterior por admitir las bondades y potencialidades de cada novedad lingüístico-generacional puesta a su disposición cuando ya no es joven, junto con la comprensión que da la madurez a la resistencia al cambio (en el caso de Mira, abraza GAY, le interesa QUEER aunque no acaba de convencerle, y LGTBI le hace sentirse fuera de su tiempo: obviamente sabe que un día el acrónimo también pasará pero es dominante en unos tiempos con los que ya no empatiza). Su análisis de las reacciones de Terenci Moix, Luis Antonio de Villena, Bosé o Almodóvar al respecto son clarividentes: Mira criticaba pero ahora entiende al HOMOSEXUAL que no quería salir del armario pues su resistencia le resulta paralela a la que como GAY ejerce ante postulados QUEER que apelan a una diferente definición de la presencia del ‘nosotros’ en la sociedad. No obstante, reconoce cierto privilegio de estas figuras en poder permitirse no realizar ese acto político frente al conjunto de la sociedad dado su reconocimiento particular. La incomprensión intergeneracional es precisamente uno de los motores del libro desde su inicio, en el que Mira recuerda su cancelación como pollavieja por parte de un joven tuitero con el que intentaba entablar conversación, y cómo su estrategia GAY es invertir de manera positiva la ofensa en arma a través del orgullo y la apelación al poder en el uso del lenguaje.

Quinto ¡SÍ!

Especialmente quienes teníamos inclinaciones culturales echamos en falta referentes propios y buscamos sustitutos en Estados Unidos, en Gran Bretaña, en Francia o Alemania, que tenían tradiciones homosexuales más visibles que la nuestra. Como hombre gay, fui totalmente colonizado.

El análisis del acento normalizador del momento GAY y su caída en la homogeneización o normativización también es revelador, porque es una deriva más apreciable en términos históricos que mientras se producía. La acusación de gaypitalismo y de los privilegios de la letra G surgen de aquí y son también origen del carácter crítico del momento QUEER. Mira indica que el hecho era inevitable: que un capitalismo globalizador es el entorno en que se desenvuelve ahora el mundo, y que a pesar de este peligro las puertas abiertas por ese mismo capitalismo son enormes y no despreciables. Creo que de aquí nace también el escaso apego del autor por las militancias que pierden la perspectiva, y de fondo existe una admisión de que la salida del armario que trajo Stonewall con el término GAY fue en realidad una entrada en un mundo real competitivo (¿adulto tal vez?), de los riesgos de la propia libertad asumida con esa falta de negatividad que en realidad supone enfrentarse al mundo, y que eso tiene consecuencias y trae responsabilidades de actuación ante las nuevas libertades conseguidas por el empoderamiento. La réplica al movimiento QUEER tiene su reducción al absurdo: nadie en realidad me obliga a consumir lo banal, y, en realidad, la lucha por, por ejemplo, el acceso a la vivienda, no cambia necesariamente su valor profundo a causa de tu orientación o identidad, sino que es ésta la que añade circunstancias políticas distintivas propias a esa lucha.


Wilhelm Von Gloeden: ejemplo de que la normativización de cuerpos en el deseo homosexual no es cosa del capitalismo neoliberal

 

Sexto ¡SÍ!

El sida en nuestra imaginación se mezclaba con un miedo al sexo construido a partir de años de represión, cierta homofobia interiorizada y el terror a que, al descubrirnos como homosexuales, también nos estábamos descubriendo como potencialmente enfermos.

Lógicamente, por edad, comparto muchas de las vivencias y puntos de vista de Alberto Mira en este libro. Y muchas de las experiencias y sentimientos, desde luego (la identificación casi jungiana de arquetipos culturales, la búsqueda de referentes culturales lejos del mundo más cercano, y, por supuesto, el cine, lo que ya esperaba tras Miradas insumisas); creo que también hay un punto distinto en el origen: en Euskadi es inevitable asociar este análisis de la reivindicación QUEER a movimientos antisistema que en Euskadi siempre han sido una presencia relevante en el mantenimiento de una disidencia a toda costa, y, en ese sentido, su aparición no fue sorpresa, desaprovechando probablemente lo performativo frente a lo planamente revindicativo. No comparto -por gusto, aunque lógicamente la entiendo- su vena camp y musical (pues fui más existencialista y me atraía más lo gótico/punk probablemente también con influencia de mi origen), y yo caí (a partir también de movimientos culturales) en lo activista y político, casi como vocación. Pero los matices no invalidan (siempre hay de todo) una tormenta de identificaciones en este libro analítico, que cumple un esfuerzo semiótico muy considerable y relevante, y que sublima nuestras paradojas en un estilo claro e interpelador, a partir de lo experiencial que supone su punto de partida y mediante la erudición cultural del caudal verdaderamente notable de lecturas de ensayística sobre el ‘nosotros’.

Este libro se puede completar con la escucha del programa dedicado al libro en el podcast Resaca, con Weldon Penderton, Álvaro Llamas y el propio Alberto Mira, en el que es muy divertido y peculiar constatar que lo experiencial tampoco es unívoco, y cómo esto también conforma vidas, tribus y generaciones, y se adapta, o no, al lenguaje y su poder.


 

 

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