Entre los autores pendientes que como arena escurrida entre los
dedos nunca había leído está –estaba- John Cheever, y creo que
eso me ha pasado por no ser un lector preferente de relatos cortos. ¿Puede
incluso que el momento de su fama coincidiera con otro cuentista al que sí leí,
Raymond Carver, que
me decepcionó? Es posible. En estos casos uno siempre puede confiar en la Biblioteca Constante,
cuya titular acudió a mi rescate por iniciativa propia, insistió en que debía
leer a Cheever, y me cedió este volumen doble que incluye dos novelas: Crónica de los Wapshot, publicada en
1957, y El escándalo de los Wapshot,
de 1964, su secuela. Tal vez una saga familiar de 600 páginas en total no sea
la mejor forma de empezar a apreciar a un autor conocido como el Chejov de los
suburbios, pero en el préstamo se incluye también un libro de relatos del que
ya daré cuenta más adelante.
Pintoreso pueblecito marino típico de Nueva Inglaterra (vía)
Crónica de los
Wapshot y El escándalo de los
Wapshot narran la historia de la familia Wapshot. El padre, la madre, los
dos hijos varones y la excéntrica tía Honora son los descendientes de una
familia asentada en Saint Botolphs, un pueblo costero de Nueva Inglaterra que
actúa como mágico lugar de retorno a la tierra para los Wapshot, que se aferran
a ella bíblicamente como el lucidísimo árbol genealógico y pseudobíblico de los
primeros episodios da a entender. La impresión se corrobora con el apego a las
costumbres marinas de la familia, ahora degradadas a un barco de servicio
privado de transporte de pasajeros, o con la participación de la madre en el
desarrollo de la comunidad. La novela obviamente contiene descripción de
costumbres y psicología de personajes, ambos muy apegados a la época y no sólo
centrados en la Nueva Inglaterra. Si supera el posible tópico de estas
narraciones es por el estilo del autor, que es peculiar, muy rítmico y
atractivo, y dotado de cinismo rayano en el sarcasmo. Por un lado, sus descripciones
de episodios cotidianos quedan simplificadas hasta el absurdo y construyen la
frustración de las varias generaciones descritas. Por otro, se produce una
cierta universalización al trabajar de fondo con varios arquetipos que trabaja
probablemente desde cierto reconocimiento. Finalmente, se permite la licencia
de alternar su narración omnisciente con el diario del padre, cuya sintaxis
imposible de frases yuxtapuestas incompletas dan una visión irónica no ya del
relato en sí sino del propio acto de construcción de la narración de una saga
familiar.
No conozco lo suficiente para afirmar que los Wapshot
pudieron ser la primera ficción que desmitificaba los EE.UU. de los años
cincuenta mientras sucedían, atacando su misma concepción: los valores
familiares incapaces de mantener un rico legado histórico por el cambio de vida
debido al progreso posterior a la II GM, unos jóvenes pre-revolución del 68
frustrados y aburridos sexual y vitalmente, una vida laboral gris que confina a
sus practicantes en no-lugares sin vida. El retrato sin clímax de unas vidas
sin clímax, que desprende una profunda melancolía por los lugares, los trabajos
o las personas que se soñaba que debían ser, pero resultaron que no podían ser.
John Cheever (vía)
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