La principal pregunta que me ha surgido durante la lectura
de este libro de física que es Un universo de la nada, de Lawrence M. Krauss,
es por qué existe semejante necesidad de hablar de Dios en un libro de ciencia.
Las cuestiones científicas que afronta, la creación y el final del universo, sus
características, y la existencia en sí de la materia (y en consecuencia del hombre)
son las mismas que la religión ha intentado responder, pero me temo que la
sombra del poder de las religiones en el país de origen del autor, los EE.UU.,
su potencia como lobby, y la presencia continuada en los medios de las
facciones más conservadoras, obligan a cierta militancia científica contra la
idea no demostrable de Dios. Aunque tal vez sea que la poesía que pueden
alcanzar los descubrimientos astronómicos sólo pueda compararse a lo divino.
Si es necesario postular una materia
oscura que mantenga aún unidas a las galaxias pero que no podemos detectar –de ahí
ese nombre-, ¿debemos dar altavoz a quienes ya afirman, clavo ardiendo, que
Dios es ese indetectable éter, o esperar más años de ciencia?
Hace veinte años yo entendía (bien) la mecánica cuántica y
entendía (algo) la teoría de la relatividad general. Ahora tengo problemas para
seguir ambas, no digamos ya sus novedades y evoluciones, o las superteorías que
pretenden unificarlas en un único marco físico común, algo que está llevándose
actualmente muchas horas de trabajo. El caso es que no he podido seguir
completamente este volumen, a pesar de tener una formación no completamente
lejana a lo que trata. El libro tiene gráficas explicativas, pero en varios
momentos hubiera agradecido más, y, lo que me resulta más juzgable
literariamente, no son pocos los momentos en que el autor admite que existen
más pruebas de las que se explican, de un modo algo frustrante para el
esforzado lector, que tal vez las esperara para una comprensión mejor.
Es una la lástima, porque la física actual sigue encerrando revelaciones apasionantes en relación a conceptos
filosóficos que llevan siglos preocupando a los hombres, y que suponen visiones
trasladables a otros campos, que este libro atesora entre sus páginas. Hablamos
por ejemplo de cómo la nada es inestable, y cómo de ella surge algo
necesariamente. O cómo los físicos han llegado a determinar que estamos en el
único momento de la existencia del universo en que podemos disponer de la
información necesaria para ver el
universo desde el momento del bigbang y poder predecir su expansión (mientras
que si la vida y el hombre hubieran surgido en otro momento de la existencia
del universo determinada información para estas conclusiones ya no estaría
disponible) y que, del mismo modo que el universo surgió de la nada,
seguramente acabará en nada. Mientras, la existencia de materia y energía
oscuras, de antimateria, y la posibilidad de la existencia teórica de multiversos,
nos sumen en implicaciones apasionantes.
Lawrence M. Krauss fotografiado por Nancy Dahl Taconi (vía)
Pues si a ti te ha resultado frustrante otros mejor ya ni lo intentamos. Yo al menos no :(
ResponderEliminarLa frase: "tal vez sea que la poesía que pueden alcanzar los descubrimientos astronómicos sólo pueda compararse a lo divino"
A la pobre ciencia siempre se le ha negado la belleza, tal vez por aquello de ser útil, algo que Oscar Wilde dejó claro que la ciencia no puede ser. Cualquiera que si embargo sienta pasión por un tema concreto seguro que sabe ver en él algo que posiblemente llamaría belleza, no? Si ahora pensamos que esa pasión pueda ser ponerle origen y fin al universo, cómo no caer rendido ante un síndrome de Stendahl propio? Si Hawking consiguiera alguna vez ver uno de sus amados agujeros negros, es seguro que tendría su correspondiente síndrome.
ResponderEliminarPerdón, Oscar lo que dijo que era inútil es el arte!
ResponderEliminarSeguro que el amigo Óscar algo dijo también de la ciencia :)
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