Como, imagino, la mayoría de los lectores, nunca había leído
nada de Arthur Conan Doyle que no fueran las historias de Sherlock Holmes, el mítico personaje que se vio obligado a
perpetuar durante su carrera literaria. Por ello, cuando vi la elogiosa reseña
que de Un mundo perdido hacía Fernando
Savater en Misterio, emoción y riesgo ,
pensé que era una buena oportunidad.
En esta web dicen que Conan Doyle se inspiró en La Gran Sabana de Venezuela para su meseta perdida
(y jurásica)
Sin ser un gran fan de Sherlock
Holmes, creo que debido sobre todo a su reiteración dramática, siempre he
disfrutado en sus relatos su sintaxis portentosamente envolvente, descriptiva y
narrativa al mismo tiempo. Ello convierte cualquier texto suyo en un placer
para la lectura, incluso aunque la historia no resulte convincente. Un mundo perdido es una obra canónica
de la ciencia ficción, subgénero mundos prehistóricos, y una base obvia para el
Parque Jurásico de Michael Crichton
y Steven Spielberg. En la novela, cuatro aventureros (dos científicos, los
profesores Challenger y Summerlee, el periodista E.D. Malone, y el aventurero
aristócrata Lord John Roxton) viajan a Sudamérica en misión encomendada por el
Instituto Zoológico de Londres para comprobar si las afirmaciones del indómito
profesor Challenge sobre la existencia de vida característica del periodo
jurásico en un recóndito paraje del continente son ciertas o no. Malone, joven
deseoso de destacar profesionalmente y ante la chica que quiere, es el narrador
de la novela, en forma de crónicas periodísticas que envía al periódico durante
el viaje cuando hay ocasión para ello. por supuesto, tras un viaje largo y
cansado, los cuatro hombres alcanzan su objetivo y además de comprobar y
observar las maravillas de una vida que ya se creía extinguida, viven una gran
aventura de descubrimiento y supervivencia. La novela es breve e intensa, se
cierra bien, es una pieza literaria estupenda, nada que objetar al maestro.
Choque de eras, versión Spielberg)
¿O sí? En mi peculiaridad lectora del año pasado, la que
reunió en breves meses la lectura de los ensayos de Savater y Sarrionaindía encuentro la contradicción de la que no he podido librarme durante esta
lectura: el hombre blanco, preferentemente sajón, de finales del siglo XIX,
dotado de mejores atributos físicos y morales, cumbre de la civilización humana,
es quien ejerce el derecho de investigar y colonizar, con el viril paternalismo
debido, las lejanas (en el espacio y en el tiempo) tierras de los demás
continentes. La aventura, canónica como es, tiene sus momentos morales, porque
sin ellos la aventura como tal no existe, según decía el propio Savater.
Tenemos algunos ejemplos en determinados momentos,
Hasta el hombre más vulgar esconde en el alma extraños abismos
sanguinarios
Hacía falta una robusta fe en los fines para justificar medios tan
trágicos
que aparecen cuando nuestros héroes se ven obligados, como
mal defensivo menor o como deriva darwinista, a ejercer la violencia. En las
novelas de Sherlock Holmes el mal
casi siempre proviene de fuera de Inglaterra. Puede ser un inglés al que los
años en colonias confundieron, o un oriundo de ultramar, o un objeto valioso de
imperio el que desate el crimen en la apacible (pero deseosa de historias) vida
británica. Algo así se aprecia también en Un
mundo perdido, aunque no diría que Arthur Conan Doyle es impasible ante la
huella que Europa dejaba en el mundo. No parecía querer que su expresión en ese
sentido fuera más clara, dejando el conflicto en las mentes y personalidades de
los cuatro protagonistas, especialmente en el escéptico Sumerlee, que a la vez
que el más humanista, resulta siempre el más crítico de los cuatro viajeros ante
la presencia del grupo en ese mundo virgen… pero siempre porque la misión
encomendada varía de los objetivos iniciales pactados en Londres. En las
grietas de ese debate, y en ponerlo a la altura del actual colonialismo
económico, encuentro un inesperado interés en alguno de estos libros que
fundaron la aventura como la conocemos, y que, bien mirados, en su concepción
completa, no sean tan evasivos como parecen. Ni inocentes, aunque esto ya lo
sabemos cuando se los damos a nuestros hijos para que los lean…
Arthur Conan Doyle (vía)
No hay comentarios:
Publicar un comentario