8 de diciembre de 2012

El gran Bellow



Leyendo El legado de Humboldt, la novela con que Saul Bellow ganó el Premio Pulitzer en 1976, unos meses antes de que le concedieran el Premio Nobel, he tenido varias veces presente la famosa afirmación de Truman Capote en el prefacio de Música para camaleones: la diferencia entre escribir bien y el arte verdadero es sutil, pero brutal. No escojo Capote por casualidad. Bellow y él compartían la fascinación por la acción y por el concepto norteamericano del éxito. También eran bajitos, pero establecer una conexión entre estos puntos ya entra en lo burdamente psicoanalítico.

Lo de Bellow en esta novela es, en efecto, arte verdadero, por tontorrona que suene la expresión. Un torrente de creatividad, cultura, influencias y referencias tamizado por unos imponentes estructura y diseño de personajes, que por momentos es un relato arrollador, profundo en el tema y ligero en la forma, anticipador visionario de tramas y personajes/situaciones, divertido, lúcido e inteligente. El personaje principal del libro es Charles Citrine, dramaturgo de éxito, ganador del Pulitzer, cuyo amigo y mentor el poeta Von Humboldt Fleischer ha muerto recientemente sin que ambos solucionaran la enemistad que Humboldt desarrolló ante el éxito de Citrine. Éste está sufriendo un divorcio más satírico que doloroso en el que su mujer y sus propios abogados parecen confabulados para arruinarle, se ha relacionado con el gángster Rinaldo Cantabile –que le amenaza y le extorsiona por una deuda de juego-, y su nueva novia, la exuberante Renata, le presiona para que se case con ella. Por si fuera poco, su editor le engaña con el proyecto de una revista artística, y su contable y amigos le enredan en problemas aún mayores. Y mientras, Citrine vive en su mundo de pensamientos literarios inútiles, donde todo se explica mediante sucesos de novelas o poesías de los clásicos, o bien divaga sobre las delirantes enseñanzas antroposóficas de sus amigos. Nadie le entiende cuando sufre estos episodios, y busca entonces explicaciones grandilocuentes a problemas miserables de la vida. El caos instalado en su vida es proyección del de su pensamiento, y viceversa. ¿Qué contendrá el testamento de su ex-amigo para él?

Chicago (vía)

Bellow ambienta la novela en Chicago (con un sorprendente final de guiño quijotesco en el Madrid tardofranquista), a la que presenta con una psicología de ciudad de provincias hija de una Nueva York menor. La incapacidad de la ciudad para alcanzar la cumbre impregna la de los personajes principales. Humbold y Citrine, una pareja de escritores que se miran uno al otro de continuo, son incapaces de realizar una obra respetable artísticamente que además resulte un éxito. Si éste aparece, es consecuencia de sus trabajaos más vulgares, simples divertimentos que ellos mismos desprecian, aunque paguen las facturas y los inmensos gastos de la cohorte de depredadores que se instalan alrededor de Citrine. Cantabile o Renata no son tampoco lejanos a esta insatisfacción vital entre contrarios personales que la ciudad como contexto no consigue satisfacer, y a la que culpan de su fracaso.

Bellow relata con una agilidad permanente pasmosa, con frases precisas y seguras que despliegan referencias, recuerdos y avances de la narración de continuo, y que confieren un ritmo imparable al libro. La condición literaria del protagonista permite adornar su discurso de innumerables apuntes sobre la condición humana, el sentido del arte, y la ironía de la existencia, mientras éste vive una hilarante farsa personal, económica y profesional, en un juego de madurez y sabiduría por momentos asombroso, en el que no hay que olvidar una excelente construcción casi matemática que requeriría una segunda lectura. El legado de Humboldt destila pesimismo sobre la escasa capacidad del arte (o del escritor) para explicar el mundo, aunque Citrine exprese que ese era el mensaje de Humboldt. Debe afirmar una vez más con todo el convencimiento que el arte expresa los poderes internos de la naturaleza. O precisamente por eso, porque esos poderes se expresan mediante la farsa total en una historia donde los personajes, serios aspirantes al éxito profesional, se apellidan Citrine, Cantabile, Thaxter, Pinsker, Szathmar, Tomchek o Swiebel.

Había leído previamente dos novelas pequeñas de Saul Bellow, Seize the Day y Ravelstein, y no me habían satisfecho. Las leí en inglés, cosa que con El legado de Humboldt habría sido imposible dado su complejo nivel referencial también en lo lingüístico. Con ésta me hago fan de Bellow y procuraré seguir otras novelas mayores suyas. Seguiremos informando.

Saul Bellow (vía)



4 comentarios:

  1. O_O Este lo busco mañana mismo. Tu reseña me ha atrapado tanto por lo literario como por las divagaciones sociológicas que atesora; "La incapacidad de la ciudad para alcanzar la cumbre impregna la de los personajes principales".

    Lo cierto es que vista con suficiente perspectiva, la vida siempre es una sátira, algo que también ha sido sobradamente recogido por la literatura. Lo de que se ganan el pan con sus trabajos más vulgares me suena a eso que ahora llamamos “trabajos alimenticios”. Si es que somos unos incomprendidos... Será por eso la tendencia a la evasión para refugiarse del caótico contexto que como sociedad preferimos relatarnos como causa y no como consecuencia ;)

    Volveré...

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  2. Te advierto que es un buen tochón de novela, eh... Yo aproveché este agosto de descansos múltiples para leérmelo con el ritmo merecido.

    Me pregunto si un artista o escritor, que es el objeto del libro, prefiere un retrato como causa o como consecuencia. Supongo que si lo suyo debe ser interpretar y conmover la realidad para explicarla o incluso modificarla, lo suyo sería verse como consecuencia para ser causa...

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  3. Me atemoriza su nivel de exigencia y su considerable volumen, peor no piuedo dejar pasar una crítica tan sumamente suculenta y positiva. Maldito seas!!

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  4. Recibo tus maldiciones y me dispongo a afirmar que las celebrarás con profusión, malandrín!

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