Leyendo El legado de
Humboldt, la novela con que Saul Bellow ganó el Premio Pulitzer en 1976,
unos meses antes de que le concedieran el Premio Nobel, he tenido varias veces
presente la famosa afirmación de Truman Capote en el prefacio de Música para camaleones: la diferencia entre escribir bien y el arte
verdadero es sutil, pero brutal. No escojo Capote por casualidad. Bellow y
él compartían la fascinación por la acción y por el concepto norteamericano del
éxito. También eran bajitos, pero establecer una conexión entre estos puntos ya
entra en lo burdamente psicoanalítico.
Lo de Bellow en esta novela es, en efecto, arte verdadero,
por tontorrona que suene la expresión. Un torrente de creatividad, cultura,
influencias y referencias tamizado por unos imponentes estructura y diseño de
personajes, que por momentos es un relato arrollador, profundo en el tema y ligero
en la forma, anticipador visionario de tramas y personajes/situaciones,
divertido, lúcido e inteligente. El personaje principal del libro es Charles
Citrine, dramaturgo de éxito, ganador del Pulitzer, cuyo amigo y mentor el
poeta Von Humboldt Fleischer ha muerto recientemente sin que ambos solucionaran
la enemistad que Humboldt desarrolló ante el éxito de Citrine. Éste está
sufriendo un divorcio más satírico que doloroso en el que su mujer y sus
propios abogados parecen confabulados para arruinarle, se ha relacionado con el
gángster Rinaldo Cantabile –que le amenaza y le extorsiona por una deuda de
juego-, y su nueva novia, la exuberante Renata, le presiona para que se case
con ella. Por si fuera poco, su editor le engaña con el proyecto de una revista
artística, y su contable y amigos le enredan en problemas aún mayores. Y mientras,
Citrine vive en su mundo de pensamientos literarios inútiles, donde todo se
explica mediante sucesos de novelas o poesías de los clásicos, o bien divaga
sobre las delirantes enseñanzas antroposóficas de sus amigos. Nadie le entiende
cuando sufre estos episodios, y busca entonces explicaciones grandilocuentes a
problemas miserables de la vida. El caos instalado en su vida es proyección del
de su pensamiento, y viceversa. ¿Qué contendrá el testamento de su ex-amigo para
él?
Chicago (vía)
Bellow ambienta la novela en Chicago (con un sorprendente
final de guiño quijotesco en el Madrid tardofranquista), a la que presenta con
una psicología de ciudad de provincias hija de una Nueva York menor. La incapacidad
de la ciudad para alcanzar la cumbre impregna la de los personajes principales.
Humbold y Citrine, una pareja de escritores que se miran uno al otro de
continuo, son incapaces de realizar una obra respetable artísticamente que
además resulte un éxito. Si éste aparece, es consecuencia de sus trabajaos más
vulgares, simples divertimentos que ellos mismos desprecian, aunque paguen las facturas
y los inmensos gastos de la cohorte de depredadores que se instalan alrededor
de Citrine. Cantabile o Renata no son tampoco lejanos a esta insatisfacción
vital entre contrarios personales que la ciudad como contexto no consigue
satisfacer, y a la que culpan de su fracaso.
Bellow relata con una agilidad permanente pasmosa, con
frases precisas y seguras que despliegan referencias, recuerdos y avances de la
narración de continuo, y que confieren un ritmo imparable al libro. La
condición literaria del protagonista permite adornar su discurso de innumerables
apuntes sobre la condición humana, el sentido del arte, y la ironía de la
existencia, mientras éste vive una hilarante farsa personal, económica y profesional,
en un juego de madurez y sabiduría por momentos asombroso, en el que no hay que
olvidar una excelente construcción casi matemática que requeriría una segunda
lectura. El legado de Humboldt
destila pesimismo sobre la escasa capacidad del arte (o del escritor) para
explicar el mundo, aunque Citrine exprese que ese era el mensaje de Humboldt. Debe afirmar una vez más con todo el
convencimiento que el arte expresa los poderes internos de la naturaleza. O
precisamente por eso, porque esos poderes se expresan mediante la farsa total
en una historia donde los personajes, serios aspirantes al éxito profesional,
se apellidan Citrine, Cantabile, Thaxter, Pinsker, Szathmar, Tomchek o Swiebel.
Había leído previamente dos novelas pequeñas de Saul Bellow, Seize the Day y Ravelstein, y
no me habían satisfecho. Las leí en inglés, cosa que con El legado de Humboldt habría sido imposible dado su complejo nivel
referencial también en lo lingüístico. Con ésta me hago fan de Bellow y
procuraré seguir otras novelas mayores
suyas. Seguiremos informando.
Saul Bellow (vía)
O_O Este lo busco mañana mismo. Tu reseña me ha atrapado tanto por lo literario como por las divagaciones sociológicas que atesora; "La incapacidad de la ciudad para alcanzar la cumbre impregna la de los personajes principales".
ResponderEliminarLo cierto es que vista con suficiente perspectiva, la vida siempre es una sátira, algo que también ha sido sobradamente recogido por la literatura. Lo de que se ganan el pan con sus trabajos más vulgares me suena a eso que ahora llamamos “trabajos alimenticios”. Si es que somos unos incomprendidos... Será por eso la tendencia a la evasión para refugiarse del caótico contexto que como sociedad preferimos relatarnos como causa y no como consecuencia ;)
Volveré...
Te advierto que es un buen tochón de novela, eh... Yo aproveché este agosto de descansos múltiples para leérmelo con el ritmo merecido.
ResponderEliminarMe pregunto si un artista o escritor, que es el objeto del libro, prefiere un retrato como causa o como consecuencia. Supongo que si lo suyo debe ser interpretar y conmover la realidad para explicarla o incluso modificarla, lo suyo sería verse como consecuencia para ser causa...
Me atemoriza su nivel de exigencia y su considerable volumen, peor no piuedo dejar pasar una crítica tan sumamente suculenta y positiva. Maldito seas!!
ResponderEliminarRecibo tus maldiciones y me dispongo a afirmar que las celebrarás con profusión, malandrín!
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