9 de diciembre de 2010

Un retrato del artista


Sin conocer en profundidad los avatares de la vida de Roberto Bolaño, y no habiendo leído nada de él, la (rica) lectura de Los detectives salvajes se revela poco a poco como una autobiografía ficcionada y encubierta. Su protagonista, Arturo Belano, de nombre casi homónimo, también chileno y también emigrante a México, poeta de vida más contestataria que su literatura, es claro trasunto del autor, que, sin embargo, no es el narrador.

El narrador principal es Juan García Madero, jovencísimo e infinitamente versado –en métrica y figuras literarias- poeta que se une en 1975 al real visceralismo, conoce a los líderes de este movimiento (Belano y Ulises Lima), pierde la virginidad con una de las jóvenes poetas del movimiento y escapa con ellos en busca de una poeta mexicana de principios del siglo, autora de poemas gráficos y líder de un movimiento poético primitivo del real visceralismo, y tan absurdo como éste. García Madero narra sus peripecias con los real visceralistas en un diario dividido en dos partes, que son a su vez la primera y tercera parte del libro. La parte central, la que sin duda eleva el libro a cotas de genialidad, narra en diferentes voces las vidas de Belano y Lima de 1976 a 1996, en formato de confesión-entrevista, que pasa por Israel, París, África, California, México, Guatemala, Barcelona y Castelldefells, en un derroche de anecdotario subcultural apuntado con infinita sorna hacia la literatura y la cultura en general, y, por supuesto, entremezclando realidad y ficción, autorreferencia y metalenguaje.


México visceral (vía Soyignatius)

Wikipedia confirma que Los detectives salvajes, un título tan adolescente, es la vida de Bolaño. También narra la novela en detalle, haciendo casi inútil el realizar aportaciones por parte de los aficionados desde blogs como éste. No obstante, es necesario realizar esta un tanto excesiva (para este blog) descripción de la trama y la forma, porque Los detectives salvajes dio la fama de formalista de éxito a Bolaño, y si esto es así se debe al juego brillante de esta segunda parte, que obviamente busca la verdad artística bajo el espejo irónico de una vida militantemente literaria. Presenta eso sí una yuxtaposición casi infinita de historias, lo cual también resulta un ligero lastre para la novela, algo enferma de exceso, pero siempre lúcida en el juicio.

Bolaño comienza a alcanzar el estado de mito. Muerto con 50 años (si su vida fuera totalmente la de Belano no resulta una sorpresa), el éxito sobre todo de 2666 –póstuma e inacabada- en los EE.UU. lo ha elevado por encima de los autores de su generación, aún en activo, y le ha convertido en el más aventajado heredero del boom hispanoamericano de la segunda mitad del siglo veinte, con cuyos principales próceres ya comparte fama. No es extraño: Bolaño es divertido, ágil, construye estructuras misteriosamente atractivas, define personajes excéntricos o aburguesados con penetración psicológica encomiable, y nunca pierde su ironía vital literaria, cuya aplicación en la realidad se antoja tan excesiva como definitiva.
Bolaño, vía Kaytario


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