Con entusiasmo he leído París no se acaba nunca, de Enrique Vila-Matas, y con sorpresa he recibido ese entusiasmo después de que hace años me disgustara Bartleby y compañía (el cual, a pesar de su original idea y su anecdotario fructuoso, me pareció flojo en la construcción de situaciones y en el diseño del personaje central). Pero no tengo ánimo de comprobar mediante relectura si la interacción con aquel libro fue fallida por culpa mía, del libro, o del momento en que lo leí. Ambos libros comparten un elemento común principal: giran alrededor del mundo intelectual/literario. Pero, frente a la relación de escritores algo ingenua de Bartleby y compañía, París no se acaba nunca adopta más claramente una construcción de novela (aunque se cuestione a sí misma y a veces se diga conferencia (que supuestamente da el autor)) y tiene algo cercano a una historia: la de los dos años de su juventud que vivió Vila-Matas en París escribiendo su primera novela. ¡Qué curioso volver a tener una conferencia autobiográfica en un libro justo después de la entrada anterior!
El autor se retrata a sí mismo ingenuo e intelectualmente patoso, si bien la subrayada ironía de la que hace gala revela una pensada construcción a favor de un hilo narrativo profundamente humorístico, con una visión sardónica de la nostalgia y, más aún, de la literatura, sus máximas y reglas, y de la vida literaria en la capital de las letras del siglo pasado.
Dos subtramas principales utiliza Vila-Matas para desarrollar las cuitas de su alter-ego en el París de mediados de los 70: su admiración por Ernest Hemingway –que le lleva a participar en el concurso anual de dobles de Hemingway a pesar de que su físico es patéticamente distinto al del Nobel-, y el hecho de alojarse en una buhardilla propiedad de Marguerite Duras, casera sin duda peculiar que además de no preocuparse por la renta no cobrada, le da consejos literarios y le introduce en círculos selectos de la cultura parisina. La cuidada dosificación de los episodios Hemingway y Duras junto con los episodios ‘situacionistas’ que Vila-Matas crea para su protagonista en un París con Paloma Picasso estrella, Sonia Orwell asistenta, o Borges clandestino, es estupenda, y supera la impostura evidente del relato usando también una mirada irónica de madurez.
Vila-Matas tiene un talento a veces desbocado para el humor referencial, metalingüístico y cultureta, y su mirada es lúcida si se considera que aunque su protagonista es el que más palos recibe, la idea del libro es la profunda (e hilarante por patética) inseguridad del creador en general. Ahora debo recuperar más libros de Vila-Matas. Seguiremos informando.
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