Si en Diario de un mal año, Coetzee reinventaba el ensayo a su manera, el género que retuerce en Summertime (Verano) es la autobiografía. Para empezar, Coetzee se da por muerto, y escribe a través de un supuesto biógrafo póstumo. Coetzee ya había escrito dos volúmenes autobiográficos, Infancia y Juventud, en los que, incapaz de escribir en primera persona, habla de sí mismo en una fría e impersonal tercera persona, y va describiendo su infancia desarraigada en la triste Sudáfrica afrikaner del apartheid y su juventud gris en el sólo teóricamente alegre Londres de los setenta.
En Summertime este distanciamiento llega al máximo. Además de matar al narrador (algo no tan extraño en el cine, aunque no sé si alguna vez es el mismo director el que se da por muerto), Coetzee utiliza con impudicia –no puede ser de otro modo en una autobiografía- las voces de cinco personas (cuatro mujeres y un hombre) que le conocieron en los setenta, época en que el escritor tenía más de treinta años, y que pasó cuidando de su padre enfermo. Su retrato, el que Coetzee pone en voz de gente que le trató, no es que no sea positivo, sino que resulta directamente terrible. Acusado de mil vergüenzas, su incapacidad para la emoción física es algo que a nadie se le escapa y que le define casi por completo.
Coetzee además, por primera vez (que yo sepa/recuerde), explicita sus opiniones sobre el apartheid. Nunca en sus novelas lo ha hecho, allí no son sino un fondo moral siniestro. En Summertime, en coherencia con el conjunto del libro, lo hace usando palabras de sus colegas, a veces de manera directa en el diálogo, pero siendo más potente la propia actitud del escritor durante esos años. Actitud que le empuja a, sin tener ni idea, hacer labores de albañilería, labranza, o mantenimiento sólo para recuperar la capacidad (el poder) de hacer trabajo manual que el régimen despreció y obligó a realizar a los negros, en una peculiar recuperación de la dignidad mediante la humillación. Pero, por otro lado, siendo la palabra su arma mejor, es curioso que hable ahora con claridad, cuando posiblemente es mucho menos necesario y además está viviendo en el extranjero. Puede anotarse este punto como una asunción de cobardía moral, pero resulta fascinante la necesidad no sé si honesta o vanidosa (o mezcla) en que Coetzee desea retratarse en esa vergüenza interior.
Mandela a cuadros, vía yanswerbloges
Summertime, por equivocado que esté su biografiado en su actitud vital, es una biografía brillante en su idea y estupenda en su ejecución, demostrando un dominio del oficio y una capacidad de riesgo estimulantes. Además de reflexionar sobre una vida y un país, lo hace implícitamente sobre la literatura y su incapacidad de acercarse de veras a la realidad, o mejor dicho, a las personas reales. Su opción abre caminos en la literatura, y sólo se me ocurren ejemplos cinematográficos que pudieran acercarse. Un clásico, como Ciudadano Kane, porque también se investiga a un muerto (aunque aquí sea el que además escribe) en una estructura de entrevistas a sus conocidos, o la reciente I’m Not There (Todd Haynes), porque se presentan las caras diferentes de un mismo personaje. Supongo que debiera haber comics que ya hayan investigado este camino, dado que es arte tan dado a lo (auto)biográfico.
Espero que esta muerte en vida que se infringe Coetzee en Summertime no sea el final de esta sorprendente saga autobiográfica. Algo en el libro suena a despedida, un tanto a la francesa, de un novelista que ha encontrado en la ‘no ficción’ un camino sorprendente en el que dar rienda suelta a su pasión por escribir, y una catarsis psicoanalítica. Pero, después de esta época, ya llegó el éxito, y, tal vez considere que se trata de una historia ya conocida.
El Coetzee (vía leyendo) que ya empezaba a despuntar es el siguiente al de la época retratada en Summertime
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