Daba la impresión de que Richard Ford terminaba sus
narraciones sobre Frank Bascombe en forma de trilogía: El periodista
deportivo, El Día de la Independencia, Acción de gracias.
Tres novelones publicados uno cada diez años (he leído los dos últimos) con
vocación de gran retrato de los Estados Unidos de su tiempo, vistos a través de
un lacónico protagonista enfrentado con moderna resignación y cierta
introspección divergente a los tiempos. Pensar que la trilogía terminaba el
ciclo venía reforzado también por la publicación de una más que apreciable
novela titulada Canadá, tras Acción de gracias. Pero esa
impresión ha sido equivocada: esas tres novelas tuvieron, a los diez años de nuevo,
continuidad en un libro de relatos protagonizado por este peculiar personaje.
Si los relatos se deben a que no quiso esperar más tiempo y aprovechar que a
los diez "tocaba ya publicar el nuevo Bascombe", o a que quiso dar la
sensación de publicar algo menor, una especie de epílogo sin clímax (la ausencia de
construcción de clímax es característica de Ford, por mucho que en sus novelas
abunden los infortunios) que no turbase el prestigio de la hasta entonces
trilogía, no lo sé. Me inclino más por la tentación de retomar un personaje
fascinante que crece en matices y experiencias con la edad. El caso es que
ahora ya se puede hablar de pentalogía, pues en 2025, de nuevo diez años
después, ha aparecido un quinto Bascombe, personaje ya de 78 años de edad...
El título Francamente, Frank procede de la imposible traducción, especialmente al español, de Let Me Be Frank With You, y aunque la traducción no es tan traidora como la de Acción de gracias (original: The Lay of the Land), obviamente hace pensar en que Ford es juguetón con sus títulos. El libro consta de cuatro narraciones independientes, aunque el título de cada una se anticipa entre las últimas frases del cuento anterior, dando así una continuidad literaria a un ligero hilo narrativo: todas las historias transcurren en la misma Navidad (de nuevo un periodo concreto de celebración, como antes lo fueron el 4 de julio o el día de Acción de gracias, en las historias previas de Ford con Bascombe de protagonista), la de 2012, esto es, apenas mes y medio después del paso del huracán Sandy por Nueva Jersey; Frank Bascombe vive ahora algo más al interior con su tercera mujer, Sally, y no se ha visto afectado. Sin embargo, su antigua casa junto al mar, que él mismo vendió como agente inmobiliario que era, ha sido arrancada de cuajo por el temporal.
Esta potente imagen metafórica de lo inmobiliario y vital preside el primer relato y proyecta su sombra sobre todo el libro, a veces de una manera muy sutil (la bastante ausente Sally, por ejemplo, está siempre ayudando en grupos de afectados por el huracán). Desde el anterior libro, publicado en 2006, han pasado algunas cosillas en el mercado inmobiliario, y ahora Bascombe está jubilado, lo peor de la crisis parece superado, pero sus reflexiones y recuerdos sobre el "arte" y el "entorno" de vender casas están intactas en su pensamiento. Sandy, el huracán, parece una forma de sublimar el espanto de la crisis, de hablar de ello y de parte de sus consecuencias sin tener que entrar en su detalle, convertida en un deus exmachina.
Los cuatro relatos son encuentros individuales de Bascombe
con una persona en un lugar definido, un lugar de interés inmobiliario en todos
los casos. En el primero de ellos, con el actual dueño de su antigua casa junto
a la vivienda ahora arrancada por el temporal. El frío reinante, la extrañeza
distópica del lugar, y la casa que un día le dio calor que ahora enseña sus
tripas al mundo abaten al solitario y resignado Frank e introducen hábilmente
al lector en la atmósfera de su estrenada vejez.
En el segundo relato, Frank recibe en su propia casa a una
mujer vecina de la zona y víctima del huracán, que sin embargo vivió en esa
casa hace cuarenta años y que ha pasado a intentar verla y a recuperar un
extraño suceso que aconteció en la casa. A pesar de la fuerza del suceso, éste
sin embargo no es seleccionado por Frank en sus obsesiones posteriores. Pero se
va construyendo la idea de un lugar donde vivir y aspirar al refugio último de
la experiencia vital. La mujer, obviamente actúa como en un espejo del relato
anterior. Si antes Bascombe visitaba su casa del pasado que está en ruinas, la
mujer ahora porta las ruinas de su vida a la visita de su propia casa anterior.
En el tercer episodio se convierte en evidente la idea de la
residencia última. Frank visita a su primera exmujer, la madre de sus hijos aún
vivos, que se ha trasladado a veinte minutos de su casa, a una residencia de
lujo especializada, para tratarse de Parkinson. El recuerdo de la ruptura y de
sus motivos (la muerte de Ralph, el hijo común de ambos cuando era niño), el
reflejo de la exmujer enferma pero no demasiado, la residencia de espacios
inmensos, luces suaves y personal amabilísimo, pero situada en una colina
llamada Carnage Hill, devuelve las mejores páginas del libro, intensas y
emocionales con la mirada ya bascombiana de la vida.
El último episodio parece la devolución en forma de farsa
del anterior, cumpliendo así una estructura que se refleja en el capítulo
previo, como sucede con los dos primeros. Bascombe se ve obligado a visitar a
un amigo al que no ve, ni tampoco quiere ver, desde hace años, multimillonario,
al que un cáncer fulminante está destrozando. Ha llamado con cierta
desesperación pidiendo a Frank que le visite, y éste finalmente accede a ir a
su bizarra mansión descuidada y anacrónica. El amigo le quería contar un incidente
del pasado relacionado con Frank que lo cierto es que ya no venía demasiado a
cuento, pero que Frank acepta como una especie de tasa a pagar ante un
congénere moribundo.
Francamente, Frank solo tiene una dificultad para mí, que es irresoluble; tiene que ver con la presencia de programas de televisión en segundo plano e interjecciones populares que Bascpmbe escucha o usa y con los que Ford le integra en su cultura, intereses y edad. Pero la traducción no explica demasiado sus difíciles opciones en algunos casos en este apartado, y no es siquiera posible entrever si los episodios en que esto aparece indican ausencia del mundo real (lo más probable es que se trate de elementos ya no de moda) o cierta insospechada integración. Entiendo que un lector norteamericano o más habituado lo podrá discernir. Eso sí, como novela está magníficamente construida y estructurada, y deja un pozo de sabiduría narrativa que se combina con el retrato de evasión y resignada paciencia de su protagonista, en lo que parece una novela testamentaria, en la que la muerte ronda metafórica y directamente de manera evidente; pero no, porque la quinta novela tiene un argumento peculiar: Bascombe, a sus casi ochenta años, debe trasladarse a casa de su hijo, enfermo, para cuidarle. Esa progresión de vida deberá ser una aventura posterior.




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