La obra principal y más reconocida de Rawls se titula
precisamente Teoría de la justicia (1971). Su impacto debió ser
relevante en el mundo de la filosofía política, casi se puede decir que generó
una serie de relevantes contestaciones y análisis, que el propio Rawls consideró
con seriedad, y que integró, o bien descartó razonadamente, en el volumen que
nos ocupa hoy: El liberalismo político, publicado en 1993, que, basado
en la "Teoría", reformula algunas de sus partes y asienta mejor, si
le creo, sus conceptos. Y digo que “le creo” porque no leído la Teoría. No
obstante, no es estrictamente necesario haberlo hecho para seguir y entender El
liberalismo político, que anota prolijamente las diferencias con la Teoría,
expresa de continuo su deuda con todos los autores y académicos con los que ha
contrastado sus ideas, y recoge los matices con rigor.
Para Rawls los principios de justicia son:
a) cada persona tiene un derecho igual a un esquema
plenamente adecuado de libertades básicas iguales que sea compatible con un
esquema similar de libertades para todos.
b) las desigualdades sociales y económicas tienen que
satisfacer dos condiciones. En primer lugar, tienen que estar vinculadas a
cargos y posiciones abiertos a todos en condiciones de equitativa igualdad de
oportunidades; y, en segundo lugar, las desigualdades deben ser a mayor
beneficio de los miembros menos aventajados de la sociedad.
Rawls concibe al ser humano como capaz de realizar dos
principios de la moral: tener un sentido del bien (que en Rawls se asimila a la
“vida buena” de la tradición aristotélica, apegada al desarrollo personal y a
los conceptos habituales de la libertad individual, el principio de lo “racional”)
y tener un sentido de la justicia (donde asoma el universalismo kantiano y el
principio de igualdad y equidad entre los seres humanos, el que precisamente
permite la vida en común, el principio de lo “razonable”). El modelo que Rawls
defiende para conseguir realizar los principios de justicia es consensualista: los
seres humanos tienen diferentes doctrinas del bien de carácter religioso,
político y moral: las llamadas "doctrinas comprehensivas". Los
representantes de estas “racionales" doctrinas comprehensivas deben llegar
unos con otros a un "consenso entrecruzado" en el que aunque
defiendan de partida que las doctrinas comprensivas que representan no sean
totalmente negadas (algo que el liberalismo político no podría admitir), deben
hacerlo volviendo a una "posición original", en la que actúa un
"velo de la ignorancia", para acabar ofreciendo una sociedad razonable
(esto es, justa), estable, que evite los peligros que acechan al sistema. Cada
representante en el proceso ideal del consenso entrecruzado debe realizar su
propuesta de sociedad buscada desconociendo cuál sería su estatus o posición de
partida en la misma. Eso sí, esta sociedad nueva debe ser aceptable para cada
una de las doctrinas comprensivas presentes, y además Rawls pone los
"deberes" a cumplir por la sociedad propuesta: una serie de bienes
primarios:
a) derechos y libertades básicos, que también pueden
presentarse en una lista
b) libertad de movimientos y libre elección del empleo
en un marco de oportunidades variadas
c) poderes y prerrogativas de cargos y posiciones de
responsabilidad en las instituciones políticas y económicas de la estructura
básica
d) ingresos y riqueza;
e) las bases sociales del autorrespeto
El estudio se extiende a partir de aquí a cómo articular el
modelo, a entender cómo deben encajarlo las doctrinas comprehensivas, y a
cuáles son las características de la concepción política resultado del consenso
entrecruzado: la primacía de lo justo, la razón pública, la necesidad de la
publicidad (hoy diríamos mejor transparencia), etc. A veces es difícil decir si
Rawls se mueve en cierta ambigüedad o si su compromiso con la idea liberal que en
sentido estricto debe considerar todo tipo de opiniones y sus postulados obliga
a mantener posturas en el filo. Así, mientras el principio 2.b) de la justicia
apunta a impulsar el sistema a la equidad social incluyendo a las rentas más
bajas, considerando la injusticia de que circunstancias de nacimiento y entorno
impidan alcanzar el propio sentido del bien, por otro lado postula que las
políticas redistributivas no deben estar entre los bienes primarios por ser
divisivas, que dependerán además de factores en ocasiones difícilmente
predecibles. De modo que en esas condiciones es mejor que se regulen por leyes
posteriores a que previsiblemente impidan el consenso entrecruzado. Y hay algún
ejemplo más. No es extraño de todos modos que el énfasis en el consensualismo y
en que "la desigualdad favorezca a los más desfavorecidos" hagan que
parezca un quintacolumnista en las entrañas del liberalismo contemporáneo
norteamericano. Pero Rawls no es tampoco marxista ni tiene veleidades
socialistas. Un ejemplo es que opina que las desigualdades suponen también un
incentivo en el fomento de la innovación. Otro: su explicación objetiva de las
doctrinas comprensivas sobre la propiedad privada en su relación con cómo la
consideran las doctrinas comprensivas liberales o marxistas a la hora de
favorecer a los más desfavorecidos en el acceso a la vivienda. Y el velo de la
ignorancia, como método, impediría afrontar la decisión desde el dogmatismo o
la unilateralidad que las diferentes doctrinas comprensivas podrían tratar de
imponer.
Muguerza crítica el consenso entrecruzado de Rawls porque no
cree que este acuerdo razonable sobre la concepción de lo justo funcione, ni
haya funcionado nunca, en la lucha por los derechos humanos, que para Muguerza se
basa en la historia de los individuos y de los grupos de individuos que
califica de disidentes. Esta disidencia y la pluralidad de luchas a que da
lugar desbordaría los límites de la razón pública de Rawls, al que cree muy
sometido al principio de legitimidad y a la preeminencia del poder judicial.
Pero, aunque se pueda entender a Muguerza y su ética de la
disidencia, Rawls nunca niega que el consenso entrecruzado no sea sino un
ideal, y siempre habla del modelo de sociedades bien ordenadas como aquellas a
las que daría lugar ese ideal (de lo que se deduce que una sociedad ordenada
realmente no existe en el mundo actual, y, en cierto modo, que es imposible).
Aunque Rawls es un pensador insistente y constante en la presentación de sus
principios, es cierto que también reconoce las dificultades de los mismos en
varios puntos, cuando por ejemplo avanza que es difícil determinar cuándo una
cuestión puede ser resuelta satisfactoriamente por la razón pública cuando
existen "problemas de extensión" de difícil resolución para la
concepción política. Y cita cuatro:
- extender la justicia hasta cubrir nuestros deberes
hacia las generaciones futuras, que incluye el problema del ahorro justo.
- extender la justicia a concepciones y principios que
se aplican al derecho internacional y a las relaciones políticas
internacionales entre los pueblos
- fijar los principios del cuidado sanitario normal
- extender la justicia a nuestras relaciones con los
animales y con el orden natural
Varios de estos puntos, sin embargo, hoy son esenciales en
nuestra concepción y debates política (falta probablemente especificar el
género), y su inserción en principios legales es incluso común, excepto tal vez
el relacionado con el derecho internacional. Y entre ellos los hay que hoy se
podrían postular como parte insoslayable de los bienes primarios actuales. La
discusión 30 o 50 años después con Rawls sería interesante: ¿estos problemas de
extensión son tan divisivos? ¿Las leyes que los han regulado los han elevado a
derechos humanos pero sin quedarse solo ahí, si no llegar a la posibilidad de
que las doctrinas comprehensivas hoy las admitan entre los bienes racionales de
sus propios miembros? O... ¿tal vez nos están dividiendo y rompiendo nuestros
consensos establecidos? En su lenguaje analítico, Rawls es preclaro al concebir
problemas como la falta de transparencia o la rigidez de las doctrinas
comprehensivas en aceptar consensos como problemas que pueden potencialmente
desordenar la sociedad y terminar en totalitarismos o en revoluciones.
Leer a Rawls ha sido una aventura apasionante, y creo que lo
sería para cualquier interesado en los sistemas políticos y sociales y su
relación con la ética social actual o la polarización y pérdida de niveles de
democracia en las sociedades occidentales actuales. Pero ha sido también una
labor de cierta abnegación, ya que el edificio se imbrica en autorreferencias
de continuo, dado el carácter sistemático del mismo, en un tono algo monótono
con abundancia de reiteraciones matizadas. Rawls es un autor analítico, poco
dado a los ejemplos extensos, y un tanto desapasionado, de aire y tono casi
científicos en su estilo. La profusión de conceptos varios de acuñación propia
y no poco éxito es grande, y la concentración lectora es necesaria. Sin
embargo, se alcanza una extraña satisfacción en la convicción kantiana de Rawls
en el reformismo pausado y reflexivo, integrador del otro y deseoso
(liberalmente) de recoger sus aportaciones válidas, pero que exige mínimos de
dignidad sin los que no existiría condición moral del ser humano y entiende que no
son evitables. Tampoco es que Rawls sea ingenuo, pero propone un mundo como
debería ser, en el que el incapaz de practicar el velo de la ignorancia sería
aislado en su necesariamente intolerante minoría.