Confieso no saber bien cómo afrontar la reseña de un libro como La gravedad y la gracia, de Simone Weil, porque no estoy acostumbrado a este tipo de pensamiento. En su breve ensayo sobre esta autora francesa, Susan Sontag afirma básicamente que no hay por dónde coger las ideas de Weil, y que es incomprensible su apuesta por el dolor y el sufrimiento sin consuelo como opciones de desarrollo personal, a partir de la ascesis/vacío a la que llevan; pero que, por otro lado, su fuerza y convicción junto con la potencia de su expresividad merecían una defensa, dando así valor de necesidad a la existencia de una obra que obliga a estudiar un modo distinto de vivir.
Creo que la principal extrañeza que supone leer a Weil, al
menos por primera vez, procede de la falta de costumbre (mía, aunque imagino
que es habitual) y el consiguiente choque cultural respecto a la lectura de
autores místicos modernos en los que esta experiencia se relacione con lo
religioso, y no con lo lisérgico, los estados alterados de conciencia, o con
otras espiritualidades. Weil habla de Dios, habla de Cristo, con frecuencia
alejada de la doctrina, y lo hace con lenguaje y preocupaciones del siglo XX,
de su primera mitad, las de alguien que vivió, brevemente, entre 1909 y 1943, y
en las que la guerra, el trabajo, el marxismo, la revolución y el peso de la
historia están muy presentes. Digamos que los temas que ejemplifican sus
asertos no son los de Teresa de Ávila o Juan de Yepes, cuya imagen de la noche
oscura evoca Weil con asiduidad. El lector actual de los místicos castellanos
tiene además otros mecanismos para la suspensión de la realidad con ellos: la
lejanía del lenguaje, el momento histórico donde Dios lo era todo, la
existencia de una organización social permeada por lo religioso y hasta lo sagrado
en la que, por ejemplo, resulta tan extraño las cuitas entre órdenes religiosas
y la delgada línea con el poder civil. Etc…
La gravedad y la gracia se compone de treinta y nueve
capítulos breves, entre dos y seis páginas cada uno, en que Weil expone su
pensamiento, que se resume en el primer párrafo del libro:
“Todos los movimientos naturales del alma se rigen por
leyes análogas a las de la gravedad física. La única excepción la constituye la
gracia.”
Cada capítulo va dando luz sobre varios de los conceptos
esenciales del pensamiento de Simone Weil, y el aparataje es importante. Un
resumen de estos apuntes lo proporciona la excelente y apasionada introducción
de Carlos Ortega, quien por cierto también transmite un entusiasmo relevante
por la autora en
este programa del podcast de Radio Nacional de España, A la luz del pensar,
conducido por Carlos Javier González Serrano). Algunos extractos que me han
impresionado, sin necesariamente estar de acuerdo, se anexan al final de esta
entrada, por su luminosidad, su belleza o su sorpresa. E “impresionado” es
poco, la lucidez de varias de las aportaciones de Weil es abrumadora, y su
estricto constructo filosófico y ético se anuda en el pensamiento con un aura
de mensurables envidia por su inalcanzabilidad y escepticismo por su
cumplimiento. Pero sucede que a veces hay hombres y mujeres que sí parecen
haber cumplido en vida las exigencias que expone su obra. Con los místicos esto
parece más frecuente, con la experiencia del vacío llenándolo todo, con cierta
inevitabilidad. ¿Hay alguno desde la razón? Sabemos que Sócrates, todo
testimonia que también Kant. Weil con frecuencia recuerda al pensamiento
estoico, con sus renuncias a personas, familias y bienes, y el desapego a la materia
y a la propia vida. Su concepción de la naturaleza es mecanicista, de
inspiración expresamente cartesiana, si bien aplicada a lo fenoménico en
exclusiva, pero incluyendo los actos psicológicos.
El caso es que Weil tiene el refrendo de su biografía, que
es cercana y referenciada: decidió trabajar en una fábrica manufacturera y sintió
así en su propia carne el gran agotamiento que suponía además de la
imposibilidad física de compatibilizar trabajo real y actividad intelectual,
tan importante para ella y con las implicaciones que ello tiene (¿cómo va a
articular argumentos quien físicamente no puede pararse a pensar?); también combatió
en la Guerra Civil Española nada menos que en la Columna Durruti. Se exilió a
Estados Unidos desde Francia, pero decidió volver a Europa para combatir al
nazismo, aunque la muerte le sorprendió probablemente por no considerar
relevantes las necesidades que su cuerpo le requería. Muerta con 34 años, en un
martirio casi postmoderno: desprecio de la salud física, abrazo de la
obligación y el trabajo sin fin; dejó una ingente cantidad de artículos y
cuadernos, ajustados a los problemas de su tiempo y, a su vez, al desapego
metodológico de buena parte de su actitud en la vida:
“Cuando el placer que estábamos esperando llega y nos
deja defraudados, el motivo de esa decepción es que lo que esperábamos era el
futuro, y ese futuro, una vez aquí, ya es presente. Sería preciso que el futuro
estuviera aquí sin dejar de ser futuro. Absurdo del que solamente cura la
eternidad.”
Dice Carlos Ortega en el programa arriba mencionado que la
obra de Simone Weil se asemeja a, o se puede confrontar con, la de los
filósofos griegos, en el sentido de que los textos recogen un pensamiento y
modo de vida de carácter holístico, que al escribirlo está muy depurado en la
mente de la autora y que se encarna en frases lacónicas, de significados
múltiples -de ahí su ocasional brillantez connotadora-, y de gran convicción;
las interpretaciones pueden ser dispersas y hasta catalizadoras de nuevos modos
y formas. Estoy de acuerdo con esta idea. A mí la lectura de La gravedad y
la gracia me ha hecho rememorar
literariamente el Tractatus de Ludwig Wittgenstein, contemporáneo
'lógico' de Weil, pero por una extraña concomitancia lectora que me apetece
expresar: la sensación de haber leído un largo poema estructurado sobre la
trascendencia de según qué explicaciones humanas de la realidad del mundo.
Le escuché en cierta ocasión a Javier Gomá que por las
mañanas leía textos de teología, creo que antes de empezar el día, como una
especie de preparación a la actividad que con sus obligaciones mundanas le
obligaría a navegar el caos, tal vez consuetudinario, de la vida. Yo como
lector he variado de serlo de noche y madrugada a serlo de mañana y despertar,
consecuencia también del cambio de costumbres al dormir que traen los años, así
que Weil ha sido lectura también previa al "caos del día". ¿También
estoy de acuerdo con Gomá? No me atrevo a decir que Weil sea teología dado que
no soy lector ducho en esta disciplina, si bien su idea deísta del Dios Creador
pero ausente me atrae, pero entiendo mejor ese sentimiento de extraña paz
obtenido de la convicción vital en un edificio conceptual bellamente cerrado, a
pesar de lo inevitable -tan claramente en el caso de Weil- de la influencia de
los tiempos en que vivió en su escritura.
ANEXOS: textos extractados de los diferentes capítulos de La gravedad y la gracia
Quien sufre trata de comunicar su sufrimiento, ya sea
zahiriendo a otro, ya sea provocando su piedad (...). A quien está abajo del
todo, al cual nadie compadece, ni tiene poder para maltratar a nadie, el
sufrimiento se le queda dentro y le envenena. (Vacío y compensación)
Cualquier ser ejerce siempre, por un requisito natural, todo
el poder de que dispone (Tucídides) (...). No ejercer todo el poder de que se
dispone es soportar el vacío. Ello va en contra de todas las leyes de la
naturaleza: solo la gracia lo puede conseguir. (...) Aceptar un vacío en sí
mismo es sobrenatural. ¿Dónde hallar la energía para un acto sin contrapartida?
Ha de venir de otra parte, sin embargo, primero ha de producirse un desgarro,
algo de índole desesperada: Primero ha de producirse un vacío. Vacío: noche
oscura. (Aceptar el vacío)
Rechazar las creencias colmadoras de vacíos que endulzan las
amarguras. La de la inmortalidad. La de la utilidad de los pecados. La del
orden providencial de los acontecimientos, en una palabra: los consuelos que
comúnmente se buscan en la religión. (...). El apego es forjador de ilusiones,
y sea quien sea el que pretenda lo real debe ser un despegado. En cuanto se
sabe que algo es real, ya no se puede estar apegado a ello. (Desapego)
La miseria humana resultaría intolerable si no se hallara
diluida en el tiempo (Desapego)
Cuando Dios llega a estar tan lleno de significación como el
tesoro para el avaro, hay que repetirse intensamente que no existe. Advertir
que se le ama aunque no exista (...). Si se ama a Dios pensando que no existe, él
hará manifiesta su existencia. (Desapego)
La imaginación trabaja continuamente tapando todas las
fisuras por donde pueda pasar la gracia. Cualquier vacío no aceptado produce
odio, acritud, amargura, rencor. El mal que se desea a quien se odia, y que
imaginamos, restituye el equilibrio. (La imaginación colmadora)
Se soporta mejor morir por una causa que sea victoriosa
antes que por una causa que resulte derrotada (...). El pensamiento de la
muerte requiere un contrapeso, y ese contrapeso -con la omisión de la gracia-
no puede ser más que una mentira. La imaginación colmadora de vacíos es
fundamentalmente mentirosa. (La imaginación colmadora)
Era difícil serle fiel a Jesucristo. Se trataba de una
fidelidad en vacío. Mucho más fácil serle fiel hasta la muerte a Napoleón.
Mucho más fácil para los mártires, más tarde, ser fieles, porque ya existía la
Iglesia, una fuerza con promesas temporales (...) morir por lo que es fuerte
hace que la muerte pierda su amargura. Y, al mismo tiempo, todo su valor.
(Desear sin objeto)
Nada en el mundo puede quitarnos el poder de decir yo. Nada,
salvo la desgracia extrema. Nada y peor que la extrema desgracia que desde
fuera destruye el yo, puesto que luego resulta ya imposible destruírselo uno
mismo. (El yo)
Cuando se presta servicio a seres desarraigados y se reciben
a cambio malos modos, ingratitud y traición, se está padeciendo simplemente una
leve parte de su desgracia. Tenemos el deber de exponernos a ello hasta un
cierto punto, igual que tenemos el poder de exponernos a la desgracia. Cuando
eso ocurra, debe soportarse como se soporta la desgracia, sin achacarlo a
personas determinadas, porque eso no es atribuible a nadie. Hay algo impersonal
en la desgracia cuasi infernal, igual que en la perfección. (El yo)
Quien, sin tener fe ninguna, se siente orgulloso de haber
mantenido una "gran entereza" en circunstancias difíciles no tiene
mejor juicio que el adolescente que se enorgullece de que se le dan bien las
matemáticas. Quien cree en Dios corre el peligro de caer en un espejismo aún
mayor, es decir, en atribuir a la gracia lo que es simplemente un efecto de
naturaleza esencialmente mecánica. (El yo)
Aquello a lo que no se renuncia se nos escapa. (Descreación)
Hemos de vaciarnos de la falsa divinidad con la que hemos
nacido. (Descreación)
Encontrar una dificultad extraordinaria para realizar una
acción ordinaria es un favor por el que hay que estar agradecido. No hay que
pedir la desaparición de esa dificultad; hay que implorar la gracia de
utilizarla. (Descreación)
La renuncia exige pasar por angustias equivalentes a las que
causarían realidad la pérdida de todos los seres queridos y de todos los
bienes, incluidas las facultades y adquisiciones en el ámbito de las creencias
sobre lo que está bien o lo que es estable. (Descreación)
Todas las cosas que veo, oigo, huelo, como y toco, todos los
seres que conozco, a todos les privo del contacto con Dios, y a Dios le privo del contacto
con todo ello en la medida en que algo en mí dice yo. (...) Debo retirarme para
que Dios pueda entrar en contacto con los seres que el azar pone en mi camino,
a los cuales ama. Mi presencia es indiscreta, como si me hallara en medio de
dos amantes o dos amigos. (...) Ojalá desaparezca para que las cosas que veo se
vuelvan perfectamente hermosas por no ser ya cosas que veo. No deseo que este
mundo creado ya no me sea sensible, sino que no sea por mí por lo que sea
sensible. (Desaparición)
El bien real no puede venir más que de afuera, nunca de
nuestro trabajo. En ningún caso podemos fabricar algo que sea mejor que
nosotros. (La necesidad y la obediencia)
Transposición: creer que uno se eleva porque mientras
conserva las mismas bajas inclinaciones (por ejemplo: el deseo de imponerse
sobre otro), las ha asignado fines elevados. Muy al contrario, uno se elevaría
atribuyendo a objetos bajos unas inclinaciones elevadas. (Ilusiones)
Dios y lo sobrenatural se hallan ocultos y sin forma en el
universo. (...) El cristianismo, católicos y protestantes, habla en exceso de
las cosas santas. (Ilusiones)
Amar a un extraño
como a sí mismo entraña como contrapartida amarse a sí mismo como a un extraño
(El amor)
Desear la amistad es un grave error. La amistad debe ser un
goce gratuito como los que proporcionan el arte o la vida. Hay que repudiar la
amistad para ser digno de recibir ese goce: Forma parte de la órbita de la
gracia (...). Desear escapar de la soledad es una cobardía. La amistad no se
busca, ni se sueña, ni se desea; se ejerce, es una virtud. (El amor)
El favor es cosa permitida porque constituye una humillación
aún mayor que el dolor, una prueba de independencia aún más íntima e
irrecusable. Y el agradecimiento está prescrito por esa razón, porque es el uso
que hay que hacer del favor recibido. (...) El benefactor tiene la obligación
de estar completamente ausente del favor. Y el gran agradecimiento no debe
suponer en grado alguno un apego (El amor)
Lo que es directamente contrario aún mal no pertenecen nunca
a la esfera del bien superior. ¡Generalmente, apenas está por encima del mal!
Ejemplos: robo y respeto burgués a la propiedad; adulterio y "mujer
honrada"; caja de ahorros y despilfarro; mentira y "sinceridad".
(...) el bien considerado a la altura del mal y opuesto a él como un contrario
a su contrario es un bien de código penal. (El mal)
El acto malvado supone un traspaso al prójimo de la
degradación que uno lleva en sí mismo. Por eso se inclina uno por él, como si
lo hiciera por su liberación. Todo crimen es un traspaso del mal de quien actúa
a quien padece. Desde el amor ilegítimo al asesinato. (El mal)
El verdadero remedio no es el sufrimiento que uno se impone
a sí mismo, sino el que se sufre de fuera. Aunque sea injusto. Cuando se ha
pecado por injusticia, no basta sufrir justamente, hay que sufrir la
injusticia. (El mal)
Decir que el mundo no vale nada, que esta vida no vale nada,
y poner como prueba el mal, es absurdo, porque si esto no vale nada, ¿de qué
nos priva entonces el mal? (...) Concibiendo la plenitud del goce, el
sufrimiento sigue siendo a la alegría lo que el hambre al alimento. (La
desgracia)
El deseo es imposible; destruye su objeto. Ni los amantes
pueden ser uno, ni Narciso, dos. Puesto que desear algo es imposible, se hace
preciso desear nada. Nuestra vida es imposibilidad, absurdo. Cada cosa que
queremos resulta contradictoria respecto de las premisas o las consecuencias
que lleva aparejadas, (...) y es así porque, al ser criaturas, al ser Dios y
ser infinitamente distintos de Dios, somos contradicción. (Lo imposible)
Cuando algo parece imposible de obtener, se hagan los
esfuerzos que se hagan para ello, significa que se ha llegado a un límite
infranqueable en ese plano, e indica la necesidad de un cambio de plano, de una
ruptura del techo. Esforzarse hasta el agotamiento en ese plano degrada. Más
vale aceptar el límite, contemplarlo y saborear toda su amargura. (Lo imposible).
No poseo en mí el principio de ascensión. No puedo trepar
por el aire hasta el cielo. Solo orientando mi pensamiento hacia algo mejor que
yo se consigue que sea algo me atraiga hacia arriba. (Contradicción)
La distancia entre lo necesario y lo bueno es la misma que
entre la criatura y su creador. (La distancia entre lo necesario y lo bueno).
Del límite no se escapa si no es subiendo hacia la unidad o
descendiendo hacia lo ilimitado. El límite es el testimonio de que Dios nos
ama. (...) La ausencia de Dios es el testimonio más maravilloso del amor
perfecto. Y por esa razón es tan hermosa la pura necesidad, la necesidad
manifiestamente distinta del bien. Lo ilimitado es la 'prueba' de lo uno. El
tiempo, la de lo eterno. Lo posible, la de lo necesario. La variación, la de lo
invariado. El valor de una ciencia, de una obra de arte, de una moral o de un
alma, se mide por su grado de 'resistencia' a dicha prueba. (La distancia entre
lo necesario y lo bueno).
El único bien que no está sujeto al azar es el que está
fuera del mundo. Esa vulnerabilidad de las cosas valiosas es hermosa porque la
vulnerabilidad es una marca de existencia. (...) Saber que lo más valioso no
está enraizado en la existencia es hermoso porque proyecta el alma fuera del
tiempo. (Azar)
De dos hombres sin experiencia de Dios, aquel que le niega
es quizás el que más cerca está de él. (El ateísmo purificador)
La religión como fuente de consuelo constituyó un obstáculo
para la verdadera fe: en ese sentido el ateísmo es una purificación. Debo ser
atea en aquella parte de mí misma que no está hecha para Dios. De entre los
hombres que no tienen despierta la parte sobrenatural de sí mismos, los ateos
tienen razón y los creyentes se equivocan. (El ateísmo purificador)
Nuestros deseos son infinitos en sus pretensiones, pero
limitados por la energía de la que. Por esa razón, es posible, con el concurso
de la gracia, dominarlos y erosionarlos hasta destruirlos. Una vez se comprende
claramente esto, se les deja virtualmente vencidos siempre que se mantenga la
atención en contacto con esa verdad. (La atención y la voluntad)
Contamos dentro de nosotros con un principio de violencia, o
sea con la voluntad, y es preciso además, en una proporción limitada, pero en
la plenitud de dicha proporción, hacer un uso violento de ese principio
violento; obligarse violentamente a actuar como si no se tuviera tal deseo o
tal aversión, tratando de persuadir de ello a la sensibilidad y obligándola a
obedecer. Si se rebela, entonces hay que aguantar pasivamente esa rebelión.
(...) Cada vez que nos violentamos en esa disposición de ánimo, poco o mucho,
avanzamos realmente en la operación de amaestramiento del animal que llevamos
en nosotros. (Adiestramiento)
Dentro del ámbito de la inteligencia, la virtud de la
humildad no es otra cosa que la capacidad de atención. (La inteligencia y la
gracia).
El objeto de la búsqueda no debe ser lo sobrenatural, sino el
mundo. Lo sobrenatural es la luz: si hacemos de ello un objeto, lo menoscabamos. (La
inteligencia y la gracia).
La lectura, con la excepción de una atención de cierta
calidad, obedece a la gravedad. (Lecturas)
Desear la propia salvación es malo, no porque sea egoísta,
sino porque se trata de orientar el alma hacia una mera posibilidad particular
y contingente, en lugar de hacerlo hacia la plenitud del Ser, hacia el bien que
existe incondicionalmente. (El sentido del universo)
El poder (y el dinero, esa llave maestra del poder) es el
medio puro. Precisamente por eso, es también el fin supremo de todos aquellos
que no han comprendido nada. Este mundo, territorio de la necesidad, no nos
ofrece en absoluto otra cosa que medios. Nuestra volición se ve despedida sin
cesar de un medio a otro como una bola de billar. (Metaxu)
Al sucumbir bajo el peso de la cantidad, al espíritu no le
queda otro criterio que el de la eficacia. La vida moderna se ha entregado a la
desmesura. (Álgebra)
El capitalismo ha consumado la liberación de la colectividad
humana en relación con la naturaleza. Pero esa misma colectividad ha heredado
inmediatamente frente al individuo la función opresiva que antes ejercía la
naturaleza. (...) Pregunta: ¿puede transferirse al individuo o la liberación
alcanzada por la sociedad? (Álgebra)
A partir de un cierto grado de opresión, los poderosos
logran necesariamente hacerse ‘adorar‘ por sus esclavos. Porque la idea de
estar absolutamente doblegado, de ser un juguete de otro resulta insostenible
para un ser humano. Cuando alguien se le priva de todos los medios de escapar a
ese doblegamiento (...), no le queda otro remedio que sustituir la obediencia’
por la ‘abnegación’. (La carta social)
Puesto que no se puede esperar de un hombre que no posee la
gracia que sea justo, es preciso que la sociedad esté organizada de tal manera
que las injusticias se vayan corrigiendo unas a otras en una perpetua
oscilación. (La armonía social)
El espejismo constante de la Revolución consiste en creer
que si a las víctimas de la fuerza, que son inocentes de las violencias que se
producen, se les pone en las manos esa misma fuerza, la utilizarán justamente.
Pero con excepción de las almas que se encuentran muy cerca de la santidad, las
víctimas están mancilladas por la fuerza como lo están sus verdugos. El mal que
se halla en la empuñadura de la espada se transmite a la punta. Y las víctimas,
así encumbradas y ebrias por el cambio, acaban haciendo un daño igual o mayor,
y pronto vuelven a caer en lo mismo. (La armonía social).
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