27 de agosto de 2025

Mística en el siglo XX

 


Confieso no saber bien cómo afrontar la reseña de un libro como La gravedad y la gracia, de Simone Weil, porque no estoy acostumbrado a este tipo de pensamiento. En su breve ensayo sobre esta autora francesa, Susan Sontag afirma básicamente que no hay por dónde coger las ideas de Weil, y que es incomprensible su apuesta por el dolor y el sufrimiento sin consuelo como opciones de desarrollo personal, a partir de la ascesis/vacío a la que llevan; pero que, por otro lado, su fuerza y convicción junto con la potencia de su expresividad merecían una defensa, dando así valor de necesidad a la existencia de una obra que obliga a estudiar un modo distinto de vivir.

Creo que la principal extrañeza que supone leer a Weil, al menos por primera vez, procede de la falta de costumbre (mía, aunque imagino que es habitual) y el consiguiente choque cultural respecto a la lectura de autores místicos modernos en los que esta experiencia se relacione con lo religioso, y no con lo lisérgico, los estados alterados de conciencia, o con otras espiritualidades. Weil habla de Dios, habla de Cristo, con frecuencia alejada de la doctrina, y lo hace con lenguaje y preocupaciones del siglo XX, de su primera mitad, las de alguien que vivió, brevemente, entre 1909 y 1943, y en las que la guerra, el trabajo, el marxismo, la revolución y el peso de la historia están muy presentes. Digamos que los temas que ejemplifican sus asertos no son los de Teresa de Ávila o Juan de Yepes, cuya imagen de la noche oscura evoca Weil con asiduidad. El lector actual de los místicos castellanos tiene además otros mecanismos para la suspensión de la realidad con ellos: la lejanía del lenguaje, el momento histórico donde Dios lo era todo, la existencia de una organización social permeada por lo religioso y hasta lo sagrado en la que, por ejemplo, resulta tan extraño las cuitas entre órdenes religiosas y la delgada línea con el poder civil. Etc…

La gravedad y la gracia se compone de treinta y nueve capítulos breves, entre dos y seis páginas cada uno, en que Weil expone su pensamiento, que se resume en el primer párrafo del libro:

“Todos los movimientos naturales del alma se rigen por leyes análogas a las de la gravedad física. La única excepción la constituye la gracia.”

Cada capítulo va dando luz sobre varios de los conceptos esenciales del pensamiento de Simone Weil, y el aparataje es importante. Un resumen de estos apuntes lo proporciona la excelente y apasionada introducción de Carlos Ortega, quien por cierto también transmite un entusiasmo relevante por la autora en este programa del podcast de Radio Nacional de España, A la luz del pensar, conducido por Carlos Javier González Serrano). Algunos extractos que me han impresionado, sin necesariamente estar de acuerdo, se anexan al final de esta entrada, por su luminosidad, su belleza o su sorpresa. E “impresionado” es poco, la lucidez de varias de las aportaciones de Weil es abrumadora, y su estricto constructo filosófico y ético se anuda en el pensamiento con un aura de mensurables envidia por su inalcanzabilidad y escepticismo por su cumplimiento. Pero sucede que a veces hay hombres y mujeres que sí parecen haber cumplido en vida las exigencias que expone su obra. Con los místicos esto parece más frecuente, con la experiencia del vacío llenándolo todo, con cierta inevitabilidad. ¿Hay alguno desde la razón? Sabemos que Sócrates, todo testimonia que también Kant. Weil con frecuencia recuerda al pensamiento estoico, con sus renuncias a personas, familias y bienes, y el desapego a la materia y a la propia vida. Su concepción de la naturaleza es mecanicista, de inspiración expresamente cartesiana, si bien aplicada a lo fenoménico en exclusiva, pero incluyendo los actos psicológicos.

El caso es que Weil tiene el refrendo de su biografía, que es cercana y referenciada: decidió trabajar en una fábrica manufacturera y sintió así en su propia carne el gran agotamiento que suponía además de la imposibilidad física de compatibilizar trabajo real y actividad intelectual, tan importante para ella y con las implicaciones que ello tiene (¿cómo va a articular argumentos quien físicamente no puede pararse a pensar?); también combatió en la Guerra Civil Española nada menos que en la Columna Durruti. Se exilió a Estados Unidos desde Francia, pero decidió volver a Europa para combatir al nazismo, aunque la muerte le sorprendió probablemente por no considerar relevantes las necesidades que su cuerpo le requería. Muerta con 34 años, en un martirio casi postmoderno: desprecio de la salud física, abrazo de la obligación y el trabajo sin fin; dejó una ingente cantidad de artículos y cuadernos, ajustados a los problemas de su tiempo y, a su vez, al desapego metodológico de buena parte de su actitud en la vida:

“Cuando el placer que estábamos esperando llega y nos deja defraudados, el motivo de esa decepción es que lo que esperábamos era el futuro, y ese futuro, una vez aquí, ya es presente. Sería preciso que el futuro estuviera aquí sin dejar de ser futuro. Absurdo del que solamente cura la eternidad.”

Dice Carlos Ortega en el programa arriba mencionado que la obra de Simone Weil se asemeja a, o se puede confrontar con, la de los filósofos griegos, en el sentido de que los textos recogen un pensamiento y modo de vida de carácter holístico, que al escribirlo está muy depurado en la mente de la autora y que se encarna en frases lacónicas, de significados múltiples -de ahí su ocasional brillantez connotadora-, y de gran convicción; las interpretaciones pueden ser dispersas y hasta catalizadoras de nuevos modos y formas. Estoy de acuerdo con esta idea. A mí la lectura de La gravedad y la gracia me ha hecho rememorar literariamente el Tractatus de Ludwig Wittgenstein, contemporáneo 'lógico' de Weil, pero por una extraña concomitancia lectora que me apetece expresar: la sensación de haber leído un largo poema estructurado sobre la trascendencia de según qué explicaciones humanas de la realidad del mundo.

Le escuché en cierta ocasión a Javier Gomá que por las mañanas leía textos de teología, creo que antes de empezar el día, como una especie de preparación a la actividad que con sus obligaciones mundanas le obligaría a navegar el caos, tal vez consuetudinario, de la vida. Yo como lector he variado de serlo de noche y madrugada a serlo de mañana y despertar, consecuencia también del cambio de costumbres al dormir que traen los años, así que Weil ha sido lectura también previa al "caos del día". ¿También estoy de acuerdo con Gomá? No me atrevo a decir que Weil sea teología dado que no soy lector ducho en esta disciplina, si bien su idea deísta del Dios Creador pero ausente me atrae, pero entiendo mejor ese sentimiento de extraña paz obtenido de la convicción vital en un edificio conceptual bellamente cerrado, a pesar de lo inevitable -tan claramente en el caso de Weil- de la influencia de los tiempos en que vivió en su escritura.

 

Simone Weil en la Columna Durruti (foto tomada de conversacionsobrelahistoria.info)

  

ANEXOS: textos extractados de los diferentes capítulos de La gravedad y la gracia


Quien sufre trata de comunicar su sufrimiento, ya sea zahiriendo a otro, ya sea provocando su piedad (...). A quien está abajo del todo, al cual nadie compadece, ni tiene poder para maltratar a nadie, el sufrimiento se le queda dentro y le envenena. (Vacío y compensación)

 

Cualquier ser ejerce siempre, por un requisito natural, todo el poder de que dispone (Tucídides) (...). No ejercer todo el poder de que se dispone es soportar el vacío. Ello va en contra de todas las leyes de la naturaleza: solo la gracia lo puede conseguir. (...) Aceptar un vacío en sí mismo es sobrenatural. ¿Dónde hallar la energía para un acto sin contrapartida? Ha de venir de otra parte, sin embargo, primero ha de producirse un desgarro, algo de índole desesperada: Primero ha de producirse un vacío. Vacío: noche oscura. (Aceptar el vacío)

 

Rechazar las creencias colmadoras de vacíos que endulzan las amarguras. La de la inmortalidad. La de la utilidad de los pecados. La del orden providencial de los acontecimientos, en una palabra: los consuelos que comúnmente se buscan en la religión. (...). El apego es forjador de ilusiones, y sea quien sea el que pretenda lo real debe ser un despegado. En cuanto se sabe que algo es real, ya no se puede estar apegado a ello. (Desapego)

La miseria humana resultaría intolerable si no se hallara diluida en el tiempo (Desapego)

Cuando Dios llega a estar tan lleno de significación como el tesoro para el avaro, hay que repetirse intensamente que no existe. Advertir que se le ama aunque no exista (...). Si se ama a Dios pensando que no existe, él hará manifiesta su existencia. (Desapego)

 

La imaginación trabaja continuamente tapando todas las fisuras por donde pueda pasar la gracia. Cualquier vacío no aceptado produce odio, acritud, amargura, rencor. El mal que se desea a quien se odia, y que imaginamos, restituye el equilibrio. (La imaginación colmadora)

Se soporta mejor morir por una causa que sea victoriosa antes que por una causa que resulte derrotada (...). El pensamiento de la muerte requiere un contrapeso, y ese contrapeso -con la omisión de la gracia- no puede ser más que una mentira. La imaginación colmadora de vacíos es fundamentalmente mentirosa. (La imaginación colmadora)

 

Era difícil serle fiel a Jesucristo. Se trataba de una fidelidad en vacío. Mucho más fácil serle fiel hasta la muerte a Napoleón. Mucho más fácil para los mártires, más tarde, ser fieles, porque ya existía la Iglesia, una fuerza con promesas temporales (...) morir por lo que es fuerte hace que la muerte pierda su amargura. Y, al mismo tiempo, todo su valor. (Desear sin objeto)

 

Nada en el mundo puede quitarnos el poder de decir yo. Nada, salvo la desgracia extrema. Nada y peor que la extrema desgracia que desde fuera destruye el yo, puesto que luego resulta ya imposible destruírselo uno mismo. (El yo)

Cuando se presta servicio a seres desarraigados y se reciben a cambio malos modos, ingratitud y traición, se está padeciendo simplemente una leve parte de su desgracia. Tenemos el deber de exponernos a ello hasta un cierto punto, igual que tenemos el poder de exponernos a la desgracia. Cuando eso ocurra, debe soportarse como se soporta la desgracia, sin achacarlo a personas determinadas, porque eso no es atribuible a nadie. Hay algo impersonal en la desgracia cuasi infernal, igual que en la perfección. (El yo)

Quien, sin tener fe ninguna, se siente orgulloso de haber mantenido una "gran entereza" en circunstancias difíciles no tiene mejor juicio que el adolescente que se enorgullece de que se le dan bien las matemáticas. Quien cree en Dios corre el peligro de caer en un espejismo aún mayor, es decir, en atribuir a la gracia lo que es simplemente un efecto de naturaleza esencialmente mecánica. (El yo)

 

Aquello a lo que no se renuncia se nos escapa. (Descreación)

Hemos de vaciarnos de la falsa divinidad con la que hemos nacido. (Descreación)

Encontrar una dificultad extraordinaria para realizar una acción ordinaria es un favor por el que hay que estar agradecido. No hay que pedir la desaparición de esa dificultad; hay que implorar la gracia de utilizarla. (Descreación)

La renuncia exige pasar por angustias equivalentes a las que causarían realidad la pérdida de todos los seres queridos y de todos los bienes, incluidas las facultades y adquisiciones en el ámbito de las creencias sobre lo que está bien o lo que es estable. (Descreación)

 

Todas las cosas que veo, oigo, huelo, como y toco, todos los seres que conozco, a todos les privo del contacto con Dios, y a Dios le privo del contacto con todo ello en la medida en que algo en mí dice yo. (...) Debo retirarme para que Dios pueda entrar en contacto con los seres que el azar pone en mi camino, a los cuales ama. Mi presencia es indiscreta, como si me hallara en medio de dos amantes o dos amigos. (...) Ojalá desaparezca para que las cosas que veo se vuelvan perfectamente hermosas por no ser ya cosas que veo. No deseo que este mundo creado ya no me sea sensible, sino que no sea por mí por lo que sea sensible. (Desaparición)

 

El bien real no puede venir más que de afuera, nunca de nuestro trabajo. En ningún caso podemos fabricar algo que sea mejor que nosotros. (La necesidad y la obediencia)

 

Transposición: creer que uno se eleva porque mientras conserva las mismas bajas inclinaciones (por ejemplo: el deseo de imponerse sobre otro), las ha asignado fines elevados. Muy al contrario, uno se elevaría atribuyendo a objetos bajos unas inclinaciones elevadas. (Ilusiones)

Dios y lo sobrenatural se hallan ocultos y sin forma en el universo. (...) El cristianismo, católicos y protestantes, habla en exceso de las cosas santas. (Ilusiones)

 

 Amar a un extraño como a sí mismo entraña como contrapartida amarse a sí mismo como a un extraño (El amor)

Desear la amistad es un grave error. La amistad debe ser un goce gratuito como los que proporcionan el arte o la vida. Hay que repudiar la amistad para ser digno de recibir ese goce: Forma parte de la órbita de la gracia (...). Desear escapar de la soledad es una cobardía. La amistad no se busca, ni se sueña, ni se desea; se ejerce, es una virtud. (El amor)

El favor es cosa permitida porque constituye una humillación aún mayor que el dolor, una prueba de independencia aún más íntima e irrecusable. Y el agradecimiento está prescrito por esa razón, porque es el uso que hay que hacer del favor recibido. (...) El benefactor tiene la obligación de estar completamente ausente del favor. Y el gran agradecimiento no debe suponer en grado alguno un apego (El amor)

 

Lo que es directamente contrario aún mal no pertenecen nunca a la esfera del bien superior. ¡Generalmente, apenas está por encima del mal! Ejemplos: robo y respeto burgués a la propiedad; adulterio y "mujer honrada"; caja de ahorros y despilfarro; mentira y "sinceridad". (...) el bien considerado a la altura del mal y opuesto a él como un contrario a su contrario es un bien de código penal. (El mal)

El acto malvado supone un traspaso al prójimo de la degradación que uno lleva en sí mismo. Por eso se inclina uno por él, como si lo hiciera por su liberación. Todo crimen es un traspaso del mal de quien actúa a quien padece. Desde el amor ilegítimo al asesinato. (El mal)

El verdadero remedio no es el sufrimiento que uno se impone a sí mismo, sino el que se sufre de fuera. Aunque sea injusto. Cuando se ha pecado por injusticia, no basta sufrir justamente, hay que sufrir la injusticia. (El mal)

 

Decir que el mundo no vale nada, que esta vida no vale nada, y poner como prueba el mal, es absurdo, porque si esto no vale nada, ¿de qué nos priva entonces el mal? (...) Concibiendo la plenitud del goce, el sufrimiento sigue siendo a la alegría lo que el hambre al alimento. (La desgracia)

 

El deseo es imposible; destruye su objeto. Ni los amantes pueden ser uno, ni Narciso, dos. Puesto que desear algo es imposible, se hace preciso desear nada. Nuestra vida es imposibilidad, absurdo. Cada cosa que queremos resulta contradictoria respecto de las premisas o las consecuencias que lleva aparejadas, (...) y es así porque, al ser criaturas, al ser Dios y ser infinitamente distintos de Dios, somos contradicción. (Lo imposible)

Cuando algo parece imposible de obtener, se hagan los esfuerzos que se hagan para ello, significa que se ha llegado a un límite infranqueable en ese plano, e indica la necesidad de un cambio de plano, de una ruptura del techo. Esforzarse hasta el agotamiento en ese plano degrada. Más vale aceptar el límite, contemplarlo y saborear toda su amargura. (Lo imposible).

 

No poseo en mí el principio de ascensión. No puedo trepar por el aire hasta el cielo. Solo orientando mi pensamiento hacia algo mejor que yo se consigue que sea algo me atraiga hacia arriba. (Contradicción)

 

La distancia entre lo necesario y lo bueno es la misma que entre la criatura y su creador. (La distancia entre lo necesario y lo bueno).

Del límite no se escapa si no es subiendo hacia la unidad o descendiendo hacia lo ilimitado. El límite es el testimonio de que Dios nos ama. (...) La ausencia de Dios es el testimonio más maravilloso del amor perfecto. Y por esa razón es tan hermosa la pura necesidad, la necesidad manifiestamente distinta del bien. Lo ilimitado es la 'prueba' de lo uno. El tiempo, la de lo eterno. Lo posible, la de lo necesario. La variación, la de lo invariado. El valor de una ciencia, de una obra de arte, de una moral o de un alma, se mide por su grado de 'resistencia' a dicha prueba. (La distancia entre lo necesario y lo bueno).

 

El único bien que no está sujeto al azar es el que está fuera del mundo. Esa vulnerabilidad de las cosas valiosas es hermosa porque la vulnerabilidad es una marca de existencia. (...) Saber que lo más valioso no está enraizado en la existencia es hermoso porque proyecta el alma fuera del tiempo. (Azar)

 

De dos hombres sin experiencia de Dios, aquel que le niega es quizás el que más cerca está de él. (El ateísmo purificador)

La religión como fuente de consuelo constituyó un obstáculo para la verdadera fe: en ese sentido el ateísmo es una purificación. Debo ser atea en aquella parte de mí misma que no está hecha para Dios. De entre los hombres que no tienen despierta la parte sobrenatural de sí mismos, los ateos tienen razón y los creyentes se equivocan. (El ateísmo purificador)

 

Nuestros deseos son infinitos en sus pretensiones, pero limitados por la energía de la que. Por esa razón, es posible, con el concurso de la gracia, dominarlos y erosionarlos hasta destruirlos. Una vez se comprende claramente esto, se les deja virtualmente vencidos siempre que se mantenga la atención en contacto con esa verdad. (La atención y la voluntad)

 

Contamos dentro de nosotros con un principio de violencia, o sea con la voluntad, y es preciso además, en una proporción limitada, pero en la plenitud de dicha proporción, hacer un uso violento de ese principio violento; obligarse violentamente a actuar como si no se tuviera tal deseo o tal aversión, tratando de persuadir de ello a la sensibilidad y obligándola a obedecer. Si se rebela, entonces hay que aguantar pasivamente esa rebelión. (...) Cada vez que nos violentamos en esa disposición de ánimo, poco o mucho, avanzamos realmente en la operación de amaestramiento del animal que llevamos en nosotros. (Adiestramiento)

 

Dentro del ámbito de la inteligencia, la virtud de la humildad no es otra cosa que la capacidad de atención. (La inteligencia y la gracia).

El objeto de la búsqueda no debe ser lo sobrenatural, sino el mundo. Lo sobrenatural es la luz: si hacemos de ello un objeto, lo menoscabamos. (La inteligencia y la gracia).

 

La lectura, con la excepción de una atención de cierta calidad, obedece a la gravedad. (Lecturas)

 

Desear la propia salvación es malo, no porque sea egoísta, sino porque se trata de orientar el alma hacia una mera posibilidad particular y contingente, en lugar de hacerlo hacia la plenitud del Ser, hacia el bien que existe incondicionalmente. (El sentido del universo)

 

El poder (y el dinero, esa llave maestra del poder) es el medio puro. Precisamente por eso, es también el fin supremo de todos aquellos que no han comprendido nada. Este mundo, territorio de la necesidad, no nos ofrece en absoluto otra cosa que medios. Nuestra volición se ve despedida sin cesar de un medio a otro como una bola de billar. (Metaxu)

 

Al sucumbir bajo el peso de la cantidad, al espíritu no le queda otro criterio que el de la eficacia. La vida moderna se ha entregado a la desmesura. (Álgebra)

El capitalismo ha consumado la liberación de la colectividad humana en relación con la naturaleza. Pero esa misma colectividad ha heredado inmediatamente frente al individuo la función opresiva que antes ejercía la naturaleza. (...) Pregunta: ¿puede transferirse al individuo o la liberación alcanzada por la sociedad? (Álgebra)

 

A partir de un cierto grado de opresión, los poderosos logran necesariamente hacerse ‘adorar‘ por sus esclavos. Porque la idea de estar absolutamente doblegado, de ser un juguete de otro resulta insostenible para un ser humano. Cuando alguien se le priva de todos los medios de escapar a ese doblegamiento (...), no le queda otro remedio que sustituir la obediencia’ por la ‘abnegación’. (La carta social)

 

Puesto que no se puede esperar de un hombre que no posee la gracia que sea justo, es preciso que la sociedad esté organizada de tal manera que las injusticias se vayan corrigiendo unas a otras en una perpetua oscilación. (La armonía social)

El espejismo constante de la Revolución consiste en creer que si a las víctimas de la fuerza, que son inocentes de las violencias que se producen, se les pone en las manos esa misma fuerza, la utilizarán justamente. Pero con excepción de las almas que se encuentran muy cerca de la santidad, las víctimas están mancilladas por la fuerza como lo están sus verdugos. El mal que se halla en la empuñadura de la espada se transmite a la punta. Y las víctimas, así encumbradas y ebrias por el cambio, acaban haciendo un daño igual o mayor, y pronto vuelven a caer en lo mismo. (La armonía social).

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario