Era apetecible hacerse con esta edición de las obras de Teatro escritas por Pier Paolo Pasolini, que incluye sus seis piezas (Calderón, Fabulación, Pílades, Pocilga, Orgía, Bestia de estilo), el Manifiesto para un nuevo teatro, y un prólogo analítico de Mario Colleoni. Ni son obras fáciles de ver en representación, ni realmente recuerdo haberlas visto anteriormente editadas en texto.
Pasolini es una figura contradictoria (‘oxímoron viviente’,
le llama Colleoni), diría que se acerca a lo ciclotímico, y que, por encontrar
otro calificativo adecuado en el prólogo, 'tiende al derramamiento'. Colleoni
explica lúcidamente cómo Pasolini se acercó a la dramaturgia, y al cine, sin
conocimientos técnicos previos, con desparpajo y valentía, digamos. En lo que
discrepo con el prologuista es en los resultados de esta aproximación. A él le
parecen portentosos, porque trajo un 'diálogo real' a sus creaciones en esas
artes, una conversación con las personas y unas ganas de vivir que son
características que han alentado las obras más grandes de la historia de la
cultura. Pero esto es más cuestionable en Pasolini de lo que parece, diría.
El cine de Pasolini -que he visto casi entero- suele tener
severos problemas de continuidad en la narración, que no se solucionan en su
montaje. Se le nota falta de práctica (o conocimiento) en cinematografía, que
se traduce en cierto desaliño interno de sus films. Estos se salvan por lo
profundamente original y lo impactante de sus propuestas estéticas y
conceptuales, y diría que tiene películas muy felices e inspiradas (mis
preferidas serían dos películas tan extremadamente diferentes como El
Evangelio según Mateo y Saló o los 120 días de Sodoma), pero no son
raros los momentos suspendidos o deslavazados, con la cámara/mirada puesta de
cualquier modo. Mi impresión es que esto procede de lo que comenta Colleoni.
Puede que con el teatro le suceda lo mismo. Su necesidad de
separarse de las tradiciones (sea la más culta, la más burguesa, o la más
crítica) lleva a escenas de diálogos crípticos, acumuladas más que en
continuidad o al menos yuxtaposición, sumadas a extrañas unidades temporales...
Como no es sorprendente en él, por momentos la plasmación de ideas es de una
viveza extrema, pero, probablemente, su cultura inabarcable y su visión crítica
radical y sin fisuras resultan a menudo oscuras en significados finales.
Siempre está presente la subversión de la burguesía, y siempre asoma la
degradación o la violencia, una escisión inmensa de su visión de la
representación con una vida posible. Representarlo es problemático porque se
acerca a la exposición de una violencia psicológica inusitada y poco habitual.
En realidad, creo que este 'derramamiento' de Pier Paolo Pasolini es una pena, pues ciertamente siento que tal vez los esfuerzos concentrados le habrían permitido un crecimiento sublime en alguna de estas artes. Probablemente le era inevitable. Todas estas obras son cortas pero exigentes. Instaladas en la parábola, con nulos apuntes de representación, su puesta en escena será determinante. Yo salí muy a disgusto de una Orgía en el Teatro Arriaga, de una violencia casi insoportable, incluso contraria a la dignidad personal. Supongo que tanto Pasolini como el director de la obra, Calixto Bieito, lo buscaban así. Mi consuelo es recordar que alentaba un humanismo que recuerdo bien en algunas de sus películas, y que algunos personajes estaban atravesados por una ternura (o un ideal) que, en su teatro, siempre trágico, no he llegado a ver.
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