9 de diciembre de 2023

Tragar y tragar

 


En 2021, El bar que se tragó a todos los españoles fue un importante éxito teatral, que cosechó premios y llenó plateas en el delicado año aún de pandemias y confinamientos y desescalada que fue. Este volumen es el texto teatral (incluye también los actores que lo interpretaron) escrito por Alfredo Sanzol, autor y director teatral de prestigio; actualmente dirige el Centro Dramático Nacional, que depende del Ministerio de Cultura y trabaja en los teatros María Guerrero y Valle Inclán.


El bar en cuestión (según foto del Centro Dramático Nacional)

Jorge Arizmendi es un cura navarro que se inició en el seminario a los 13 años, obligado, y que con 33, en plenos años 60 del siglo XX, decide salir del sacerdocio pidiendo la dispensa correspondiente. Viaja a Estados Unidos, donde sufre una serie de peripecias peculiares (el encuentro con una pareja de rancheros mayores que perdieron a su hijo -con el que Jorge tiene un parecido asombroso-, la fiesta de disfraces en la que se encuentra con Martin Luther King, etc...), y en el que acaba conociendo a una chica española que terminará siendo su mujer, siempre que obtenga esa dispensa del Vaticano que no llega.

Jorge Arizmendi es aparentemente un trasunto del padre de Sanzol, y en las notas del libro reconoce qué episodios son los inventados y cuáles los reales entre todos los dramatizados. El drama de Arizmendi, querer cambiar de vida en un momento y desde una organización rígidos, es paralelo al del pueblo español que se quiere liberar de una dictadura fascista casi eterna. Esto no se recoge en la trama en sí, pero es rastreable en diálogos sueltos aparentemente inintencionados, pero en los que se recoge la esencia principal del libro. Pero, a esta opción, que en principio parece más efectiva por menos discursiva, le vencen varios elementos: el catálogo de situaciones yuxtapuestas sin mayor continuidad ni avance dramáticos -refugiado el texto en describir el retrato aparente de un individuo concreto mediante sus azares-; o lo desatado de estas situaciones, que finalizan en una serie de episodios en Roma a medias entre De La Iglesia (Álex) y Coppola que parecen más pensados en la espectacularidad de la representación de la convivencia del texto.

Probablemente es una experiencia inconexa e injusta hablar sólo del libro y no de la obra en escena. Pero también es ineludible que el formato dramatúrgico no impide la consistencia de la historia, en lo que al final parece un producto de consumo que pretende mayor profundidad de la que ofrece, y en la que los momentos particularmente epatantes no acaban de sumar un valor mayor.



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