Versiones de Teresa es una novela que busca perturbar. Teresa es una chica de 14 años con síndrome de Down, de la cual abusa sexualmente su hermana, Verónica, de 17, pero también su monitor de campamento de verano, Manuel, de 30 años. El relato alterna la versión de Teresa que tiene Manuel, con la versión de Verónica. Por el medio Verónica y Manuel se cruzan y acuestan entre ellos. En cada versión, el autor, Andrés Barba, adopta el punto de vista de cada abusador, entrando especialmente en sus psicologías dañadas, en la vergüenza y la culpa por sus actos, y las razones de los mismos, que en general se dirigen hacia sus problemas familiares, aunque, en el caso de Verónica, se añade una relación rota con una amiga. Los relatos de Manuel fluctúan más con el tiempo, mientras que los de Verónica parecen más lineales. Teresa apenas tiene voz, apenas la que Verónica y Manuel quieren imaginar que le corresponde.
Versiones de Teresa tiene 17 años, y fue premio Torrente
Ballester en su día. He leído alguna reseña sobre su análisis del amor, el
sentimiento de transgresión y el “tratamiento valiente de un tema delicado”,
que hoy probablemente serían algo inaceptables. En 17 años, claro está, la
concepción de relaciones así y el foco donde poner el interés literario puede
haber cambiado, pero más la situación social, de modo que la turbación de la
novela debería dilucidarse entre el interés del autor por desvelar la
hipocresía ante las situaciones de abuso, o por el potencial discurso
apologético de las mismas. Sin embargo, no existe realmente ninguna de las dos
situaciones. Obviamente es incómodo leer cómo una niña con Down es forzada por
personajes conscientes de sus actos -aunque las palabras violación o abuso no
se mencionan-, pero el acto no alcanza emoción literaria ni verdadera o
profunda transgresión artística, y tampoco existe un interés ni de denuncia ni
de fascinación por el mal. ¿Es valiente, entonces?
2006 es un contexto muy cercano. Versiones de Teresa
no es el retrato de un sátiro de los años cincuenta en una sociedad totalmente
represora. Era lógicamente un mundo (occidental) más preocupado por los más
débiles, en que germinaban ya derechos civiles alcanzados en este siglo, y
pienso que es probable que Barba no haya sabido sacudirse esta capa de realidad
social al intentar hacer verosímiles a sus personajes. Mantiene un estilo
(cortando frases, uso de párrafos mínimos para revelar el desconcierto, cierta
lírica psicológica para los personajes) que alcanza momentos interesantes, como
la muerte del padre de Manuel, la reunión previa al campamento con los demás
monitores, o los celos de Verónica por el resultado de una foto familiar. Pero
también se pierde con frecuencia en vericuetos mentales que no aportan cuerpo y
se acercan a una sensación de justificación. Habría sido preferible en términos
de transgresión literaria el afrontarla directamente. Pero Barba no quiere ser
cruel con sus personajes crueles y ahí proyecta cierta falta de visión, por
incomprensión de Teresa, a quien sí abandona en intereses y posibilidad de
estudio, lo cual no deja de ser imperdonable para su tono. ¿Nos querrá decir
que la verdad es inaccesible, que sólo puede haber versiones exteriores, que
Teresa es inexplicable per se? No sé, a mí esa ausencia, la falta de esa
versión de Teresa, que interpreto en parte como falta de habilidad o de interés,
me ha pesado, probablemente también por lo manido de la motivación freudiana de
los abusadores de Teresa, y porque no encuentro siquiera que el esfuerzo en la
estructura signifique algo respecto a ella: la víctima es casi un bulto. Igual
peco de presentismo, pero no he llegado a entender este premio, vaya.
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