7 de enero de 2023

Querido Dietrich que estás en los cielos

 


Dietrich Bonhoeffer es un pastor luterano alemán que fue encarcelado por los nazis y ajusticiado cuando apenas faltaba un mes para el final de la guerra. Resistencia y sumisión, este libro, es una recopilación de las cartas que escribió a sus padres y especialmente a su amigo Eberhard Bethge, también pastor y marido de la sobrina de Bonhoeffer. Es Bethge quien se encarga de extraer y editar los textos, hasta rendir este volumen que resulta ser de una influencia importante en la teología del siglo XX.

Llegué a este libro a partir de la lectura de Necesario pero imposible, el último volumen de la Tetralogía de la Ejemplaridad de Javier Gomá, que recoge la que es su idea probablemente más disruptiva: la posibilidad de un cristianismo arreligioso para un mundo en que ya ‘no existe Dios’, o al menos el Dios que nos han dado a conocer. Bonhoeffer piensa que para vivir en Dios hay que considerar que éste nos hace vivir en un mundo sin la ‘hipótesis Dios’, que Dios nos abandona, que es impotente y débil en el mundo, y que precisamente Cristo ayuda a la humanidad por su debilidad y sufrimiento, y no por su poder y omnipotencia. Debe ponerse de manifiesto de continuo la carencia de Dios en el mundo: un mundo adulto lo es más sin Dios… Lógicamente, estas ideas traen de cabeza a su amigo y familiar teólogo, y les supone discutir temas como la ‘piedad natural’, la liberación por la fe, o cómo debe ser la fuerza espiritual para luchar contra las amenazas de la modernidad (fundamentalmente, esa tecnología y capacidad de organización que han sacado a Dios del mundo).

No obstante, todas estas ideas, sorprendentes en su contradicción pero muy atractivas para un humanismo agnóstico, llegan en las cartas finales y no alcanzan mayor desarrollo, que Bonhoeffer quería recoge en un ensayo que empezaba a diseñar. Pero no son ideas que surgen de la nada, ya que hasta llegar ahí el libro es muy interesante: Bonhoeffer es sorprendentemente actual al hablar de la muerte casi como de un ‘problema técnico’ -resoluble, por tanto- y rechazando que Dios deba ser un ‘mecanismo necesario’ al que recurrir sólo en la muerte y no en la vida. Además, es un preso que puede escribir cartas con cierta regularidad y recibir libros y comida de sus familiares. Con una lucidez encomiable, aunque de continuo contrariado por los retrasos prolongados de su causa judicial, Bonhoeffer habla de los sentimientos que el encierro le produce, se encarga de tranquilizar a familia y amigos sobre su estado físico y mental, y se inscriben cierto modo en la tradición de historias literarias (cartas, diarios, ficciones) de personajes reales o imaginados encerrados en una celda. La combinación de preso y pastor da matices peculiares a sus escritos de reflexión moral presente, en algunos casos de emoción relevante como ésta sobre el sufrimiento:

Sufrir obedeciendo a una orden humana resulta infinitamente más fácil que hacerlo como consecuencia de un acto realizado libre y responsablemente. Resulta infinitamente más fácil sufrir en comunidad que hacerlo a solas. Resulta infinitamente más fácil sufrir públicamente y con honor, que hacerlo apartado y en medio de la deshonra. Resulta infinitamente más fácil sufrir en el cuerpo que en el espíritu.

O esta de carácter estético y sentimental sobre su celda:

Queréis saber más acerca de mi vida aquí. Pero para imaginarse una celda no se necesita mucha fantasía: cuanto menos mejor. Por Pascua, el ‘Deutsche Allgemeine Zeitung’ publicó una reproducción del Apocalipsis de Durero. La he colgado en mi celda.

O su reflexión tan conmovedora sobre cómo vivir una separación, que en su caso es la obligada por su detención, pero que sirve para los amigos que no volverán a verse, los amantes que rompen una relación, o los familiares que fallecen:

Cuanto más bellos y ricos son los recuerdos, más dura resulta la separación. Pero la gratitud transforma el suplicio del recuerdo en una callada alegría. Uno no lleva en sí el hermoso pasado como si fuera un aguijón, sino como un valioso regalo. No hemos de hurgar en los recuerdos y entregarnos a ellos, como tampoco miramos continuamente un valioso regalo, sino sólo en ocasiones especiales, para guardarlo el resto del tiempo como un tesoro escondido de cuya posesión estamos seguros. Entonces dimanan del pasado una alegría y una fuerza duraderas.

O su confesión contra el victimismo:

Media una gran diferencia entre el hecho de que la ‘Iglesia sufra’ y el hecho de que a algunos de sus servidores le ocurra uno u otro percance. Creo que, en este punto, deberían corregirse algunas cosas. Confieso con toda sinceridad que a veces me avergüenzo de lo mucho que hemos hablado de nuestros propios sufrimientos. No; el sufrimiento debe tener una dimensión muy distinta de la que yo he vivido hasta ahora.

No todos los juicios de Bonhoeffer, de todas maneras, resultan tan aceptables. Los hay hijos de una época exigente con la condición humana en los que creo que traiciona su humanismo: sus compañeros de prisión que lloriquean y sollozan e incluso “se lo hacen literalmente en los pantalones” durante las alarmas le parecen una vergüenza y no le inspiran la menor compasión. Se destaca por despreciar la educación si ésta no conlleva al heroísmo, mantiene una fe en la familia y en la casa paterna con un sesgo germánico de continuidad histórica, y expresa ideas sobre la selección de los mejores y cómo las élites se pueden permitir renunciar a sus privilegios.

En fin, las reflexiones, gusten o no, revelan la turbulencia de una cabeza sometida a una presión inclemente; como sucede con los autores cuya muerte injusta hace sombra sobre su obra (Wilde, Pasolini, Woolf, etc…), es imposible desligar sus palabras de esta coyuntura, y es necesario lamentar que no pudiera desarrollar de manera completa su luminosa idea principal, dado que su influencia podría haber sido relevante y enriquecedora de la tradición occidental.

Dietrich Bonhoeffer (vía)



 

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