Watchmen es ya un clásico del cómic, uno de los hitos relevantes en el reconocimiento de este arte desde finales del siglo XX, y una de las obras que dio un prestigio y fama inmensas (junto sobre todo a From Hell y V de Vendetta) a su guionista, Alan Moore. Hace 25 años leí sólo el Volumen 1, El Comediante, publicado independientemente, y no me gustó. El intercalado de textos un poco anodinos me aburría, y, aunque recuerdo desde aquel entonces las viñetas diseñadas en una continuidad que, antes de leer teoría del cómic, pensaba en la práctica que era puramente cinematográfica, tampoco el dibujo -obra de Dave Gibbons- me atrajo en exceso; en esto tiene influencia mi escaso interés por el mundo sobreexplotado del superhéroe, que, en el caso de Moore, me parecía que utilizaba conceptual y culturalmente mejor en La Liga de los Caballeros Extraordinarios.
Pasaron los años para Watchmen, llegó una película de Zack Snyder (que era apreciable), una serie de TV (que no vi, pero de la que dicen maravillas), y en este tiempo compré el volumen único que reúne los doce capítulos de este trabajo, en 400 páginas, tapa dura, y unos cuatro kilos de peso. Los resultados han sido distintos. ¡Los resultados nos sorprenderán a todos!
Watchmen presenta una ucronía distópica en 1985 en que los EE.UU. ganaron la guerra de Vietnam, hecho que Nixon aprovecha para perpetuarse en el poder y seguir siendo presidente. La guerra fría sigue adelante y la posibilidad de una guerra nuclear crece cuando se produce la invasión de Afganistán. El apocalipsis atómico parece cerca… EE.UU. había ganado la guerra gracias a un arma inesperada: el Dr. Manhattan, un hombre que sufrió un accidente en unas instalaciones nucleares pero que pudo sobrevivir recomponiendo su estructura física, dotado de todo tipo de poderes y una percepción global del espacio-tiempo. El Dr. Manhattan forma parte de un equipo de héroes encapuchados, ya sin poderes sobrenaturales, que el guion introduce como una tradición de país (la justicia encapuchada), que ya tuvo una banda de estos vigilantes en los años 40, y otra entre los 60 y 70. El resto de la peculiar nómina de esta última patrulla forma parte de la fascinación que causa Watchmen: un bufón fascistoide y cínico conocido como El Comediante; un justiciero vengativo que usa una máscara cambiante de imágenes del test de Rorschach, llamado así precisamente; un trasunto taciturno de Batman llamado Búho Nocturno; una chica, Espectro de Seda, que actúa de cuota femenina interviniendo de trasunto amoroso -o carnal- entre ellos; y Ozymandias, el hombre más listo del mundo, ahora filántropo y empresario. En 1985, cuando se desarrolla la historia, el grupo está ilegalizado por una ley de 1977, pero El Comediante y el Dr. Manhattan trabajan para el gobierno. Un día, El Comediante es asesinado. El Dr. Manhattan, que psicológicamente parece desestabilizado, es acusado de causar cáncer a sus personas cercanas y decide exiliarse (¡a Marte!). Ozymandias sufre un atentado… Rorschach decide investigar qué pasa, mientras la escalada política se encamina a la aniquilación de la especie y el planeta.
El volumen entero de Watchmen lógicamente sigue manteniendo una buena cantidad de textos intercalados entre los capítulos. Son crónicas de algún vigilante de la época anterior, fichas policiales y psicológicas de la policía, diarios, etc., que se integran en la narración pero que desde un punto de vista dramático no parecen ni especialmente conseguidos (adrede, claro está) ni aportan información que no parezca subrayada de la acción principal. Pero Watchmen es un libro cuya historia va creciendo en ramas y bifurcaciones continuas. La investigación de Rorschach incluye (metodología Rosebud), visitas y explicaciones de otros vigilantes. Los capítulos con frecuencia incluyen montajes paralelos de dos y hasta tres historias a la vez, y la complejidad va en aumento. Tal vez estos textos querían ser un respiro de sencillez expositiva frente al alarde no ya sólo narrativo sino conceptual de la parte gráfica, el cómic en sí, pero son contrapuntos que a veces tienen un aire algo paternal. El concepto gráfico es denso: de capítulos construidos como un espejo de sí mismos, a motivos repetidos en las viñetas, ampliaciones y reducciones de foco interesadas, e historias paralelas que hablan entre sí y permiten avanzar a la historia que no es propia, todo tipo de saltos narrativos, contrastes y juegos de color para definir personajes, lugares y también emociones, e inclusión de diferentes tiempos en un mismo momento… esta telaraña visual viene a ser un reflejo narrativo de uno de los temas centrales del libro: cómo los sistemas complejos del mundo, que nadie consigue aprehender completamente, ejercen el poder. Quien podría entenderlo, el Dr. Manhattan, lo entiende todo a la vez y inevitabilidad del conocimiento profundo le sume en la indiferencia y la inacción: la conclusión es que Dios es inútil.
En Watchmen desde luego se observan los suficientes elementos de genio creativo: además de la estructura, el diseño y la profundidad psicológica de los personajes y la interpretación son un tanto inéditas en el género de superhéroes, asentado también en que los modos de representación de la distopía histórica que propone la historia dan verosimilitud a personajes y situaciones imposibles. La tragedia del Dr. Manhattan y su relación con el poder y su ejercicio tiene tintes shakespearianos, y es un hallazgo memorable de integración de lo sobrenatural en el realismo. La perturbación psicoanalítica de Rorschach o la fascistoide del Comediante resumen la relación entre el lobo solitario y el sentido americano de la justicia mediante sus disfraces metafóricos y políticos al mismo tiempo. Ozymandias bien podría ser el guionista oculto que interpreta mejor que nadie hechos y personas.
El arte sistemático de Moore se revela al lector con las muestras de guion del final del volumen, que incluyen indicaciones precisas del diseño de cada viñeta y de cada página, en una descripción sorprendentemente prolija de planos, encuadres, distancias y efectos, sumado claro está a diálogos e intenciones sobre el impacto a buscar. La intensidad es ambiciosa en un sentido clásico, y el resultado aparenta obsesión, excesivo, e incluso hiperrealismo. Es un texto (el de apenas diez viñetas) de trabajo, para que el dibujante plasme el guion, pero encierra en sí el poder del cómic como arte, desde el planteamiento al resultado global, donde el texto anticipa la emoción y el significado de la imagen, y Moore ya predispone el lenguaje visual completo de esta obra.
Watchmen es una obra distópica desencantada con la hipocresía de la sociedad occidental, y sus páginas anticipan un futuro imposible para la humanidad. El valor de leerlo treinta años después es particular: es imposible no apreciar su nihilismo premonitorio, pero ya no sentimos la amenaza nuclear, de carácter político, sino la ambiental, de mucho más contenido económico. El inimaginable gobierno estadounidense pseudofascista que Moore imagina con Nixon y Kissinger aún en el poder en Washington ya ha sucedido y su fuerza desestabilizadora está presente, pero, contrariamente a lo que pensaríamos, su ausencia de la escena internacional resultó en ser el menos belicoso de los gobiernos norteamericanos. La distopía de Watchmen culmina en un sacrificio trágico que redime a la humanidad y conciencia a sus poderes en el valor de lo común. Parece un final feliz, pero es imposible en la realidad, ni parece que realmente el autor se lo crea. Watchmen es aún una historia de la Guerra Fría, un estertor de la II Guerra Mundial. Ahora estamos en otra fase, pero el retrato de los mecanismos de poder es igual de válido. Sí, es un libro descomunal, inteligentísimo, pionero, fundacional.
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