Este libro de Bertrand Russell me parece, al mismo tiempo, la obra de una persona de cultura e inteligencia excepcionales, y un trabajo apresurado o alimenticio.
Por algunos detalles es posible entender que El poder
se escribe a finales de los años 30 del siglo XX, con Hitler y Mussolini en el
poder y la Guerra Civil española aún no resuelta, aunque no mencione una fecha
concreta del estudio. En Europa conviven tres formas diferentes de ejercicio
del poder (las democracias occidentales, el comunismo estalinista y el
fascismo), y parece que la exacerbación bélica del momento contribuye a la
reflexión. Dice la contraportada del libro (reedición en castellano de 2010),
que Russell opina que el poder, su ejercicio, los mecanismos para alcanzarlo y
mantenerlo, es la fuerza que impulsa al mundo, por encima del sexo o el dinero.
Y aunque dedica páginas a las esferas sociales y económicas en que inevitablemente
se ejerce el poder, es el poder político el que realmente le interesa.
En mi lectura no he encontrado tantas ambiciones en el
libro. Hay un intento de análisis de tipos de poder que resulta interesante
(los que Russell llama poder tradicional, poder revolucionario, y poder
desnudo), así como la evolución por la cual unos y otros se alcanzan y
desdibujan entre ellos. Pero luego el libro es difuso en los ejemplos y motivaciones,
obviando los momentos históricos en que se impone un tipo de poder a otro y la
propia historia del pensamiento político en relación al poder y su ejercicio.
En cambio, el salto de circunstancias de un estilo de poder a otros es
constante, sin el contexto ni entorno que expliquen diferencias o similitudes,
y sin mayor profundidad en el análisis. Maneja eso sí innumerables referentes,
pero no produce una bibliografía ni cualquier otro tipo de paratexto que
permitiera asentar el trabajo más allá de lo que parece una memoria prodigiosa.
En alguna ocasión incluso parece desdeñar una mayor ambición de conocimiento,
con un ‘qué sé yo’, que me parece algo inaudito e inasumible en este tipo de
edición y tono y en un autor de esta posición hablando de estos temas.
Claro que el libro tiene pensamiento de alto interés, producido además en un momento de considerables confusión e incertidumbre; es tal vez ese desconcierto, fácilmente diagnosticable por un lector del futuro que sabe la década que le espera al autor, un reflejo interesante, aunque indiciario, del desmoronamiento intelectual y moral que acecha al mundo en ese momento. No obstante, Russell no lo vive desde un desgaste o una desesperación (como Stefan Zweig, aunque El mundo de ayer es otro tipo de libro), sino desde una mirada de aire académico un tanto fuera del mundo. Es un volumen de 300 páginas, que, aunque deslavazado e indudablemente apegado a su tiempo a pesar de querer evitarlo, y de ser un tanto repetitivo, no es para nada despreciable. Ahí es donde entra, probablemente, el cerebro del genio que se ve obligado a publicar, cualesquiera que sean las razones.
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