Estos calificativos con los que Stefan Zweig se define en la
introducción de su autobiografía, este fabuloso libro titulado El mundo de ayer. Memorias de un europeo,
nos colocan inmediatamente en el centro del horror europeo de hace más de
ochenta años, que es el momento y motivo por el que este hombre decide escribir
su vida, como memoria de una Europa que ya no era y de una vida culturalmente
riquísima, y antes de suicidarse en su exilio brasileño, unos meses antes de
que la II Guerra Mundial diera un vuelco con el avance de la batalla de Stalingrado.
Palacio Imperial de Viena, de donde emanaba la seguridad
Zweig escribió el libro desposeído de prácticamente todo,
basándose en su memoria, y sin tener a su alcance sus recuerdos, libros ni
apuntes, ni poder visitar los lugares que vio durante su vida. Fue un
europeísta convencido en tiempos que ahora no imaginamos pero que él creía
humanistas y progresistas, que vivió el final de un período de paz inusualmente
largo en Europa (sólo superado por el actual), y, sobre todo, el final de un
imperio caduco como el austriaco en la gran primera herida que rompe su vida,
la Gran Guerra.
Ofrece especialmente en sus primeros capítulos un fresco vivaz,
dinámico y profundo de la sociedad vienesa del cambio de siglo, envidiable como
ninguna en su potenciación y disfrute de lo cultural, pero rancia y moralista
como correspondía a un gobierno milenario y decadente. Su análisis parte del
rasgo psicológico personal, pasa por la descripción social y su moral burguesa,
y la influencia en la vida cotidiana, y termina con la situación política y el
aparente absurdo de las guerras que vivió, bajo una capa de amargura por los
valores perdidos y un terrible pesimismo ante el futuro inmediato; la
combinación es arrebatadoramente emotiva por momentos, aumentada por el recuerdo de sus inicios profesionales, y el hecho que nosotros sabemos y Zweig no: que acabaría suicidándose por todo ello. Resulta
especialmente brillante, y entiendo que posiblemente de manera muy válida como
testimonio histórico, en el periodo que va de su infancia a 1914, y en su
descripción del estallido de la I Guerra Mundial. Zweig además fue de los pocos
intelectuales de la cultura alemana que, a diferencia de lo que sucedió con muchos de ellos en la II Guerra Mundial, fue antibelicista durante el conflicto.
Secesión
La riqueza de la prosa y el ritmo del libro pueden tener
parte de mérito en la traducción. Rara vez nombro aquí a los traductores que me
veo obligado a leer, en este caso J. Fontcuberta y A. Orzeszek, que espero
hayan disfrutado con su trabajo, al obtener la sensación de fluida literatura,
comprometida, sentimental e intelectual que en castellano tenían coetáneos de
Zweig que también sufrieron guerras como Eugenio
Xammar o Manuel Chaves Nogales. ¿Sería cosa de los tiempos?
Stefan Zweig, a los 19 años (vía)
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