Cada novela que leo de Jonathan Franzen, desde Las correcciones a esta Pureza pasando por Libertad, me supone una tendencia a
la baja desde la genialidad equilibrada de la primera, al esfuerzo repetitivo
de la última. Pureza es de nuevo una
novela larga con ambiciosa vocación de retrato de época (el menos conseguido de
los tres), y momentos de narración sublime (en concreto y por encima de otros,
la narración de un polvo que no llega en el primer capítulo, y la de un
asesinato en el segundo), en la que Franzen, a pesar de utilizar estructuras
similares a sus anteriores novelas, ha preferido no centrarse en un núcleo
familiar único sino en varias relaciones madre-hijo y madre-hija que articulan
freudianamente y de manera algo compulsiva, las motivaciones de los personajes.
Berlín, 1989 (vía)
Purity Tyler, de 24 años y norteamericana, es aparentemente
la principal protagonista de la novela, aunque su presencia es coral junto a la
de cuatro o cinco personajes más. Su vocación de personaje (subrayada) es
doble, porque además de la metáfora de su nombre, aplicable a las aspiraciones
profesionales de tipo periodístico-informativo de la mayoría de los personajes,
su apodo es el dickensiano Pip, lo cual señala tal vez demasiados puntos de la
trama. Pip vive con una madre obsesiva y es tentada a cambiar de trabajo por
una agente de Andreas Wolf, alemán del este que de joven adquirió fama en los
días en que cayó el muro al ser el hijo rebelde pero aprovechado de un
dirigente del país, y que dirige en Bolivia el Sunlight Project, una agencia de
filtrado de información vía web que pretende superar las barreras de Wikileaks
y su fundador en la denuncia de gobiernos y poderes fácticos. Por su parte, Tom
Aberant, también de cincuenta y tantos, dirige una agencia periodística online
llamada Denver Independent. Tom tiene madre también alemana, y conoció a
Andreas en los años de la caída del comunismo; acabará siendo el empleador de
Pip en su agencia, y alojándole en su casa.
Edward Snowden, Julian Assange y Chelsea Manning en su
estatua de Berlín obra de Davide Dormino (vía)
La novela dedica un capítulo de larga duración a cada uno de
estos personajes, donde una intriga familiar y económica se va dibujando de
manera paralela, durante treinta años y en tres países, a un retrato de cada una de las épocas
consideradas, donde los modos de información en la era de la web son el foco
principal, pero existe también uno esencial dedicado a la vida en la República
Democrática de Alemania. El dedicado a Tom Aberant está significativamente
escrito en primera persona, rasgo estilístico que sorprende cuando la novela
está bastante avanzada. El capítulo se presenta directamente y aunque su estilo
particular se explica posteriormente, resulta chocante, modifica la relación
psicológica de la narración con los personajes, y comete el error de hundir más
de cien páginas en la descripción de una obsesiva relación de pareja que no
necesitaba ser tan prolija. La llegada de nueva narración dinámica en el terreno
que mejor se mueve Franzen, la combinación de miserias personales en momentos
de Historia, permite sobrevivir al libro del propio riesgo innecesario tomado. El efecto funciona peor que un experimento similar en Libertad: un diario escrito en tercera persona, mejor situado en todos los aspectos en la trama.
La mayoría de capítulos independientes del libro tiene una
estructura propia bien dibujada y en general muy eficaz, en el que el toque
Franzen funciona excelentemente. Curiosamente, cada uno se centra en una de las
estructuras familiares aparentemente unívocas del relato. Sin embargo, el
mecánico engranaje entre todos supedita la lectura metafórica a un thriller de
identidad sin demasiada entidad, un mecanismo algo vulgar que rebaja el
análisis de situación a simples devociones maternofiliales y problemas de
relaciones sexuales de pareja. Pareciera que sin ellos no existirían personas
brillantes que hicieran grandes cosas por el mundo, y, ante esta idea extraída
de la generalidad de las relaciones del libro, yo no puedo sino hacer una mueca
de extrañeza.
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