18 de septiembre de 2016

El ángel caído


Cuando el lector constante me recomendó con fervor este libro por fascinación hacia su figura central, Eduardo Haro Ibars, confesé no recordar al personaje. No es aparentemente Haro Ibars una de las figuras principales de la movida, ni tampoco aparece demasiado en las recopilaciones nostálgicas de los años ochenta que poco a poco empiezan a remitir (porque probablemente en breve empezarán a recordarnos los noventa), aunque Wikipedia lo nombre prácticamente poeta oficial del movimiento. Tal vez no sea una figura cómoda para los supervivientes, o tal vez directamente los supervivientes no están a gusto recordando demasiado a los caídos. Esta minuciosa biografía, Eduardo Haro Ibars: los pasos del caído, se publicó en 2005, y está escrita por J. Benito Fernández, periodista aficionado a los malditos que anteriormente fuera biógrafo también de Leopoldo María Panero. El retrato personal es prolijo en grado sumo, y da mucho sentido al título del libro: es posible que no exista paso del poeta Haro Ibars que sea conocido y recordado que no registre el libro. Su retrato social y cultural, no sólo del momento estelar que podría ser la movida madrileña, sino ampliado a las cuatro décadas que vivió el poeta, es inmersivo y en gran parte adictivo. Su estilo es… bueno, vamos por partes…

Fuente de El Ángel Caído, en el Parque del Retiro, de Madrid. La escultura es obra de Ricardo Bellver, y la foto de Pablo Alberto Salguero Quiles (vía). El lugar era uno de los preferidos de Eduardo Haro Ibars en la ciudad.

Mencionar el segundo apellido del poeta es necesario porque Eduardo Haro Ibars era hijo de Eduardo Haro Tecglen, periodista al que recuerdo sobre todo por sus crónicas culturales, pero que escribió multitud de ensayos y columnas de todo tipo, vinculado especialmente a la revista Triunfo. Eduardo (nacido en 1948) fue el primero de sus seis hijos (cuatro de los cuales, entre ellos Eduardo, murieron jóvenes), de ninguno de los cuales se ocupó especialmente su padre, cuya vida nómada por su carrera de corresponsal y periodista en diferentes ciudades, especialmente Tánger y París, afectó a la familia. Eduardito era un gran lector, avispado e inteligente, que enseguida empezó a cultivar la escritura, y, todavía adolescente, ya manifestaba su brillantez cultural, su bisexualidad, y su gusto por la politoxicomanía; todas ellas se multiplicaron con la transición y sus nuevas libertades. El anecdotario es inmenso, los avatares de Haro Ibars le hacen amigo de infancia de Diego Galán, conocido de Paul Bowles, letrista magnífico de la Orquesta Mondragón entre otros, compañero de celda, supuesto amante y seguro mítico rival de Leopoldo María Panero, compañero de caza y versos de Luis Antonio de Villena, mentor iniciático de Jaime Urrutia y Fernando Márquez, hermano de músicos que militaban en Ciudad Jardín y Sindicato Malone, participante en programas de televisión, etc… Haro Ibars tuvo una vida desatada y múltiple cuyo malditismo ya se le comentaba en una vida que el VIH se llevó, y que el biógrafo combina con sus publicaciones literarias, que se llevan menos análisis aunque aparezcan algunos poemas y obras de interés, abriéndose el apetito por algunas obras casi históricas, como Gay Rock –pionero en la temática en España; Haro Ibars fue también uno de los primeros promotores del movimiento gay en España- o ese título poético y provocador que es Pérdidas blancas. En ese sentido, tal vez al libro le sobre la infinidad de detalle –con peligro de acabar siendo un casting innecesario de famosos con un aire Who’s Who- alrededor de una vida escabrosa, que seguramente describan a Haro Ibars en una persona inestable, violenta y dificilísima de tratar pero fascinante de cruzarse, y le falte reflexión profunda sobre el valor literario del poeta y cronista múltiple que fue.

Eduardo Haro Ibars y Ángel Luis Martínez Lirio, en una foto de Alberto García Alix.

Haro Ibars vive a caballo de dos épocas, el tardofranquismo y la España de la transición que culmina en el gobierno del hiperlíder socialista Felipe González. El seguimiento de los pasos del poeta que hace el biógrafo ineludiblemente retrata la vida española (y también la tangerina) de 1948 a 1988 y curiosamente se convierte en un envoltorio excitante y necesario de las peripecias del biografiado. No es que Benito Fernández dedique páginas a la situación social o política (de hecho, cuando dedica frases directamente a esto resulta un tanto obvio y sentencioso), sino que la propia casuística de Haro Ibars, un ser necesitado de experiencias en una época en progresión de libertades para conseguirlas y con un padre dedicado al comentario también histórico y político, deviene en un espejo múltiple de épocas donde se cuelan los modos de vivir familiares y juveniles, el retrato de lugares y locales míticos de la noche madrileña, el desarrollo de los medios de comunicación escritos y audiovisuales en que Haro Ibars también participa, el retrato en la música popular y juvenil, y la aparición, consecución y uso progresivo de las drogas. Aunque a Benito Fernández prácticamente no le gusta ninguna de las épocas retratadas, la franquista por gris y la transición y su movida por falsa (y en esto coincidiría con el antisistema por defecto que es Haro Ibars), el retrato social deviene objetivo escapándose entre líneas, probablemente más auténtica en la época estrella retratada al no proceder de una figura altamente mediática, y resulta aclarador como imagen de país en desarrollo.

Madrid me mata, revista de la movida.

Como libro, Eduardo Haro Ibars: los pasos del caído, es una lectura apasionante. Haro Ibars es un personaje fascinante tan cercano a la autodestrucción personal y social como a la genialidad creativa desgraciadamente no desarrollada en plenitud. Benito Fernández transmite esto y una cierta complicidad hacia Eduardo, aunque no llega al cariño o la ternura. La bibliografía es inmensa, además del trabajo de investigación, enorme en entrevistas a diferentes amigos y familiares que aún viven, que obligan a compaginar versiones distintas de los hechos. Al autor le puede a veces el gusto creo que innecesario por el cultismo, que en cierto modo le da protagonismo a él frente al retratado. No obstante, este libro completo, ágil y ameno sobre un personaje inaudito que recupera una época mítica permite situarnos en aquel tópico que decía que si recuerdas la movida, es que no estuviste en ella, e interrogarnos sobre qué significa en realidad vivir nuestra época.

Aquí Luis Antonio de Villena recuerda emotivamente a su amigo.

Aquí Pilar Yvars, madre de Eduardo Haro Ibars, replica la reseña que sobre este libro se publicó en El País en el momento de su publicación.

J. Benito Fernández, fotografiado por Mayte Catalina (vía)


Gracias mil al lector constante por la recomendación y por la cesión del libro. ¡Su intuición fue adecuada!

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