Cuando el lector
constante me recomendó con fervor este libro por fascinación hacia su figura
central, Eduardo Haro Ibars, confesé no recordar al personaje. No es
aparentemente Haro Ibars una de las figuras principales de la movida, ni
tampoco aparece demasiado en las recopilaciones nostálgicas de los años ochenta
que poco a poco empiezan a remitir (porque probablemente en breve empezarán a
recordarnos los noventa), aunque Wikipedia lo nombre prácticamente poeta oficial
del movimiento. Tal vez no sea una figura cómoda para los supervivientes, o tal
vez directamente los supervivientes no están a gusto recordando demasiado a los
caídos. Esta minuciosa biografía, Eduardo
Haro Ibars: los pasos del caído, se publicó en 2005, y está escrita por J.
Benito Fernández, periodista aficionado a los
malditos que anteriormente fuera biógrafo también de Leopoldo María Panero.
El retrato personal es prolijo en grado sumo, y da mucho sentido al título del
libro: es posible que no exista paso del poeta Haro Ibars que sea conocido y
recordado que no registre el libro. Su retrato social y cultural, no sólo del
momento estelar que podría ser la movida madrileña, sino ampliado a las cuatro
décadas que vivió el poeta, es inmersivo y en gran parte adictivo. Su estilo es…
bueno, vamos por partes…
Fuente de El Ángel Caído, en el Parque del Retiro, de
Madrid. La escultura es obra de Ricardo Bellver, y la
foto de Pablo Alberto Salguero Quiles (vía).
El lugar era uno de los preferidos de Eduardo Haro Ibars en la ciudad.
Mencionar el segundo apellido del poeta es necesario porque
Eduardo Haro Ibars era hijo de Eduardo Haro Tecglen,
periodista al que recuerdo sobre todo por sus crónicas culturales, pero que
escribió multitud de ensayos y columnas de todo tipo, vinculado especialmente a
la revista Triunfo. Eduardo (nacido
en 1948) fue el primero de sus seis hijos (cuatro de los cuales, entre ellos
Eduardo, murieron jóvenes), de ninguno de los cuales se ocupó especialmente su
padre, cuya vida nómada por su carrera de corresponsal y periodista en diferentes
ciudades, especialmente Tánger y París, afectó a la familia. Eduardito era un
gran lector, avispado e inteligente, que enseguida empezó a cultivar la
escritura, y, todavía adolescente, ya manifestaba su brillantez cultural, su
bisexualidad, y su gusto por la politoxicomanía; todas ellas se multiplicaron
con la transición y sus nuevas libertades. El anecdotario es inmenso, los
avatares de Haro Ibars le hacen amigo de infancia de Diego Galán, conocido
de Paul Bowles, letrista
magnífico de la Orquesta
Mondragón entre otros, compañero de celda, supuesto amante y seguro mítico
rival de Leopoldo
María Panero, compañero de caza y
versos de Luis
Antonio de Villena, mentor iniciático de Jaime Urrutia y Fernando
Márquez, hermano de músicos que militaban en Ciudad Jardín
y Sindicato Malone,
participante en programas de televisión, etc… Haro Ibars tuvo una vida desatada
y múltiple cuyo malditismo ya se le comentaba en una vida que el VIH se llevó,
y que el biógrafo combina con sus publicaciones literarias, que se llevan menos
análisis aunque aparezcan algunos poemas y obras de interés, abriéndose el
apetito por algunas obras casi históricas, como Gay Rock –pionero en la temática en España; Haro Ibars fue también
uno de los primeros promotores del movimiento gay en España- o ese título poético
y provocador que es Pérdidas blancas.
En ese sentido, tal vez al libro le sobre la infinidad de detalle –con peligro de
acabar siendo un casting innecesario de famosos con un aire Who’s Who- alrededor de
una vida escabrosa, que seguramente describan a Haro Ibars en una persona inestable,
violenta y dificilísima de tratar pero fascinante de cruzarse, y le falte reflexión
profunda sobre el valor literario del poeta y cronista múltiple que fue.
Eduardo Haro Ibars y Ángel Luis Martínez Lirio, en una
foto de Alberto
García Alix.
Haro Ibars vive a caballo de dos épocas, el tardofranquismo
y la España de la transición que culmina en el gobierno del hiperlíder socialista
Felipe González. El seguimiento de los pasos del poeta que hace el biógrafo
ineludiblemente retrata la vida española (y también la tangerina) de 1948 a
1988 y curiosamente se convierte en un envoltorio excitante y necesario de las
peripecias del biografiado. No es que Benito Fernández dedique páginas a la
situación social o política (de hecho, cuando dedica frases directamente a esto
resulta un tanto obvio y sentencioso), sino que la propia casuística de Haro
Ibars, un ser necesitado de experiencias en una época en progresión de
libertades para conseguirlas y con un padre dedicado al comentario también histórico
y político, deviene en un espejo múltiple de épocas donde se cuelan los modos
de vivir familiares y juveniles, el retrato de lugares y locales míticos de la
noche madrileña, el desarrollo de los medios de comunicación escritos y audiovisuales
en que Haro Ibars también participa, el retrato en la música popular y juvenil,
y la aparición, consecución y uso progresivo de las drogas. Aunque a Benito Fernández
prácticamente no le gusta ninguna de las épocas retratadas, la franquista por
gris y la transición y su movida por falsa (y en esto coincidiría con el
antisistema por defecto que es Haro Ibars), el retrato social deviene objetivo
escapándose entre líneas, probablemente más auténtica en la época estrella
retratada al no proceder de una figura altamente mediática, y resulta aclarador
como imagen de país en desarrollo.
Madrid me mata, revista de la movida.
Como libro, Eduardo
Haro Ibars: los pasos del caído, es una lectura apasionante. Haro Ibars es
un personaje fascinante tan cercano a la autodestrucción personal y social como
a la genialidad creativa desgraciadamente no desarrollada en plenitud. Benito
Fernández transmite esto y una cierta complicidad hacia Eduardo, aunque no llega
al cariño o la ternura. La bibliografía es inmensa, además del trabajo de
investigación, enorme en entrevistas a diferentes amigos y familiares que aún
viven, que obligan a compaginar versiones distintas de los hechos. Al autor le
puede a veces el gusto creo que innecesario por el cultismo, que en cierto modo
le da protagonismo a él frente al retratado. No obstante, este libro completo,
ágil y ameno sobre un personaje inaudito que recupera una época mítica permite
situarnos en aquel tópico que decía que si
recuerdas la movida, es que no estuviste en ella, e interrogarnos sobre qué
significa en realidad vivir nuestra época.
Aquí
Luis Antonio de Villena recuerda emotivamente a su amigo.
Aquí
Pilar Yvars, madre de Eduardo Haro Ibars, replica la reseña que sobre este
libro se publicó en El País en el momento de su publicación.
J. Benito Fernández, fotografiado por Mayte Catalina (vía)
Gracias mil al lector
constante por la recomendación y por la cesión del libro. ¡Su intuición fue
adecuada!
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