Con razón aseguran las reseñas que hay ecos importantes de A sangre fría en El adversario, el libro que llevó a la fama a Emmanuel Carrère,
ejemplo de volumen de no ficción que durante todo el siglo XXI ha mezclado la
autoliteratura con la investigación histórica o periodística, y del que tal vez
Javier Cercas sea el mejor representante en la literatura española. En El adversario Carrère cuenta la
historia de Jean-Claude Romand, el hombre que durante veinte años engañó a su
familia y amigos afirmando que trabajaba en la OMS cuando no era así, y que
consiguió vivir de los fondos de sus conocidos que supuestamente invertía en
condiciones ventajosísimas gracias a sus contactos suizos, y de la venta de
medicamentos falsos. Hasta que el dinero se acabó y Romand sospechó que iba a
ser desenmascarado, y, no pudiendo soportar la vergüenza asesinó a su familia y
sobrevivió a su tibio intento de suicidio. La fascinación por los hechos
inspiró a Carrère a escribir la historia desde dentro, es decir, contando con
los testimonios y razones contadas por el propio Romand. Ha habido al menos
tres películas basadas en el personaje.
Frente a Capote, Carrère se hace mucho más presente en su
libro, aunque no tanto como en Limónov, donde la comparación
personal con su protagonista es una constante. Carrère aquí se avergüenza de
contar la historia de un asesino y servir de excusa a la estilización trágica
del mismo, pero con cierta impudicia –tal vez signo de los tiempos- muestra las
cartas intercambiadas con el asesino y pone encima de la mesa sus propios sentimientos; Capote obviamente
nunca se arrepintió de lo suyo ni hizo evidente ninguno de estos pensamientos
en su libro –podemos decir que Carrère expía su acto interesado a través de la
sinceridad. Capote se beneficia en lo
literario del trágico final de sus protagonistas, el ahorcamiento, cuyos
constantes aplazamientos retrasaron la publicación del libro convirtiendo en
leyenda la angustia del escritor por poder publicar; se toma además mucho más
tiempo en la descripción de la vida de los protagonistas y del pueblo, y crea
un fresco político y poético de clase, tiempo y país, consiguiendo que los
asesinatos de Holcomb funcionen como paralelismo de un país enfermo que además
lo desconoce y se pasma ante ello. Carrère es más preciso aunque su caso sea
sin duda más peculiar, y la lectura no alcanza esos niveles, el análisis de
clase está presente y es excelente pero
trasciende menos una lectura sobre la alienación del trabajo; también
los tiempos son más cínicos. Ambos trazan perfiles psicológicos brillantes y
ambiguos de sus asesinos, ambos sin duda se horrorizan de la tragedia sin
comprender íntimamente los motivos últimos de sus contrincantes. Carrère termina
su libro describiendo la aparición de sorprendentes visitadores a lo Helen Prejean, que le
permiten un final piadoso y cristiano, aunque sin obviar la sorpresa ante el
personaje imposible que seguirá siendo Jean-Claude Romand, al que no puede
darle final, al menos en 1999, fecha de publicación.
El adversario es
un libro que destila rigor, aparentemente, describiendo los hechos en cada una de sus líneas. Es una
crónica de un proceso personal y judicial ante unos hechos obsesionantes, y un
perfil de un personaje aterrador que se obligó a una vida autodesplazada y
negada que funciona como un espejo del vacío vital postmoderno. Resulta
imposible dejar de leerlo, y no es de extrañar que Carrère adquiriera la fama
que le supuso. A pesar de aliarse con el mayor de los adversarios.
Emmanuel Carrère (vía)
Leí A sangre fía juso después de La canción del verdugo de Mailer. Aprovechando que la primera había sido mi lectura pendiente durante mucho tiempo, enlacé las dos para compararlas. No sale perdiendo ninguna de las dos.
ResponderEliminarAhora que ha pasado un tiempo, estaría bien incluir esta en el lote y, de paso, conocer a Carrere por fin. Tu reseña me ha convencido de que (me) es imprescindible leerla. Y, probablemente, continuar después con el resto de sus obras.
De Carrere hasta ahora sólo llevo Limonov y El adversario, y ambas están muy bien. Tal vez la diferencia principal con Mailer y Capote, o con el nuevo periodismo de manera general, esté en lo explícito de la presencia del autor, que ha cambiado con los tiempos, y ahora es tan evidente. El caso Romand, de todos modos, me parece en sí más interesante!
ResponderEliminar