Aunque En busca del
tiempo perdido tiene varias epifanías, alguna ultrafamosa como la de la
magdalena, la más significativa literariamente puede ser la que recorre varias
decenas de páginas de El tiempo
recobrado, que cierra la serie de siete volúmenes en que se dividió la
larguísima novela sobre la vida y los recuerdos del propio autor. En ese momento de lucidez completa, ante el
panorama desolador de una vejez cercana y enfermiza, y siendo consciente del
pasado alcanzable mediante una memoria a perderse, Marcel Proust decide
encerrarse, renunciar a los amigos y al gran mundo, para escribir y conseguir
obtener la verdad de los hechos que le sucedieron y dieron sentido a su tiempo.
Es la forma en la que consigue recobrarlo, inmortalizando sus caprichos y los
vaivenes que va dejando en la memoria.
Las percepciones sensoriales de En busca del tiempo perdido son esenciales (y, algunas,
decididamente maravillosas): sirven como instrumento de la memoria para
relacionar diferentes tiempos y hechos a través de un sabor un olor, la luz de
una iglesia, o una flor. Proust mira extasiado el corazón de las cosas (como
dice de él Umberto Eco en Historia de labelleza)
y con una capacidad metafórica
inigualable las hace viajar en el tiempo a lo largo de los volúmenes, sea en
forma de viajes en tren, descripción de una iglesia, o antesalas de una fiesta
del gran mundo.
En busca del tiempo perdido cuenta una historia, la de la
vida del propio Marcel Proust, de niño débil a joven invitado en todas las
fiestas, a maduro solitario que decide comprender el mundo con la literatura.
En su búsqueda del arte y el amor, Proust sufre el inesperado avatar de las
orientaciones sexuales de sus amantes y de sus amigos, y de su análisis
psicológico y social, diferente a lo que hasta entonces se escribía, surge una
conciencia primitiva de lo gay como comportamiento, y un retrato descarnado de
una vida reprimida que se intenta disfrazar de continuo (el personaje de la
novela es un cristiano heterosexual, justo lo contrario del autor al que
representa). La otra pata principal de la novela es la social, en la que Marcel
intenta encontrar sin conseguirlo el calor intelectual de las clases altas
(Guermantes), que se le revelan insulsas y estultas, y las burguesas
(Verdurin), presuntuosas e intrigantes. Aunque ambos caminos se unan tras una
brillante y continuada vivisección sociopolítica (que incluye el dreyfusismo y
el nacionalismo de cambio de siglo), Marcel sólo puede recluirse para crear,
una vez que los individuos disonantes de ambos mundos que le interesaron
(Saint-Loup o Swann, por ejemplo) desaparecen.
Proust es un poeta capaz de conseguir imágenes espléndidas.
Sin duda debe ser uno de los autores más citados de la historia. Su prosa se
detiene en descripciones y pensamientos en flujo de conciencia de manera
consciente y continuada. Sus frases tienen estructuras imbricadas, con frases
relativas, paréntesis y extensión larga, que a veces resultan imposibles, pero
que fluyen con extraña ligereza en el sentimiento del lector, cuyo disfrute
estético es a veces inconmensurable. Además, para mi sorpresa, resulta ser por
momentos un autor divertido, que parece mirar el envaramiento de su sociedad, e
incluso el de varias personas que la habitan (incluido él mismo) con una ironía
directa que en general llevan consigo los personajes aparentemente más simples.
Hace 22 años hice una foto a la tumba de Marcel Proust en Père
Lachaise; sobre su mármol negro había una solitaria rosa roja fresca. Sólo
conocía pasajes de Un amor de Swann
por aquel entonces, que es el extracto más conocido de Por el camino de Swann, el primer volumen de la novela, pero que no
es nada comparado con el torrente de sensaciones que el libro completo deja. Lo
he completado en dos años y medio, intercalado con otras lecturas, e incluso lo
seguí en un blog que desde un punto de vista irónico pretendía explicar a la
madre de Proust lo que la novela de su hijo le parecía a un club de lectura de
señoras: Querida Madame. No diré que mi
pensamiento o mi visión del mundo hayan cambiado en lo esencial tras la
experiencia (de hecho, recuerdo mayor impacto emocional y/o vital con otras
lecturas a lo largo de mi vida como lector), pero, aunque sólo sea por el
Tiempo transcurrido, que se ha retorcido como en la dimensión proustiana del
mismo, mi vida sí que ha cambiado.
Este año se cumplen cien años de la publicación del primer
volumen de la novela.
Merci, Marcel.
Excelente frase cerrando el post. ¡Dos años y medio + un blog! Creo que no hay nada que se te pueda resistir Goio.
ResponderEliminarTambién por eso no me extraña la familiaridad con la que hablas de Marcel ;)
Yo no sé si podría “comprender el mundo con la literatura”, pero desde luego me resultaría muy difícil “comprender el mundo sin la literatura”.
Digamos que la frase con la que terminas tú sí que sería completamente proustiana, Isabel...
ResponderEliminarY sí, la familiaridad es inevitable, al final se le coge un montón de cariño a este persona(je) con el que convives durante unas 3000 páginas, así como a varios de los que le acompañan.
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