1 de septiembre de 2011

París, 1960

El París de los años sesenta del siglo pasado es posiblemente el último París mítico, el último anterior a la globalización mediática y turística, el último en que una fuerza cultural local abrió vías artísticas nuevas, combinó cosmopolitismo y ruptura con la tradición, e incluso formó parte de un movimiento social de repercusión mundial del que salió un borrador del canon de las relaciones sociales de fin de siglo, que hasta hoy es válido. Un París al que tal vez merezca viajarse desde un futuro idealizador y falto de referentes como los de Midnight in Paris


 París, 1960



A ese París viaja Jean-Michel Guenassia en El club de los optimistas incorregibles, un libro que no me he cansado de recomendar, aunque me hayan respondido que tiene un título difícil (sé que quieren decir idiota o incluso adolescente, aunque, en fin, en materia de títulos debería haber tratados) a cualquier buen lector que se me haya cruzado. Cuenta la historia de Michel, un muchacho de 13 años, durante la primera parte de esa década, en la que los azares de la vida adolescente le hacen entrar en contacto con un grupo de refugiados de la Europa comunista que se reúnen socialmente –y especialmente para jugar al ajedrez- en la trastienda de un bar de París. ¿Quién puede resistirse al torrente de historias de rusos exiliados que deben trabajar como taxistas en París y que huyeron por diferentes causas del país de los soviets? ¿A sus trifulcas por haber quien renuncia al comunismo y quien renuncia sólo a quienes lo ejercen mal? En esta novela hay ingenieros petrolíferos que llevan la contabilidad de un gremio de tenderos, actores húngaros mariquitas, médicos de prestigio, un griego ateo exiliado casado con una beata española, y un piloto de avión gran maestro de ajedrez que se atrevía a contarles chistes de Stalin… ¡¡a Stalin!!... Un club por el que también se pasa Jean Paul Sartre, como figura intelectual occidental cuya no renuncia al comunismo ortodoxo no le parecía incompatible con ayudar económicamente a los exiliados ideológicos del régimen comunista...


 Tito Stalin nunca ríe




Estos ecos de Koba el temible (con la que comparte el escenario de análisis de la intelectualidad de Occidente ante el comunismo, y el reflejo del peculiar humor ruso que ademásrodeó perversamente el estalinismo) no son sino uno de los elementos principales de la novela, que a través de Michel desarrolla este leitmotiv a la vez que construye la historia de su familia. Aunque el libro no abandone nunca el entorno y la ambición histórico-cultural: la familia de Michel se ve dividida bajo el fuerte impulso de la división francesa ante el conflicto de Argelia. La magia de este libro procede del engranaje sabio de los elementos: al humor de las peripecias de rusos comunistas en París (y es difícil no pensar en Ninotchka) se suman la subnovela de espías en que estos rusos expertos en huídas difíciles asesoran a quien quiere abandonar Argel; la comedia de familia latina mal avenida que incluye al pillo adolescente que bien hace pira para estar con la novia de su hermano, bien es lector empedernido que asiste asombrado al estreno de Al final de la escapada (y es difícil no pensar en Antoine Doinel); o la simultaneidad de historias construidas paralelamente en un edificio que aunque no es novedoso, está muy bien ejecutado: su ligereza aparente de ironía continuada y su profundidad sutil me han recordado (bien) al mejor Vargas Llosa.

No sé quién es Jean-Michel Guenassia. Leo que es crítico y que ésta viene a ser su primera novela, aunque sea de madurez. Por edad, parece claro que retrata el París de su juventud, y que puede haber tintes autobiográficos. Y no es que la novela no tenga sus cosas de primerizo (aunque tienen su encanto), pero es obvio que es alguien que ha pensado y vivido antes de haber escrito.

Jean-Michel Guenassia, vía Nerrati

 

 

6 comentarios:

  1. Pinta muy bien Goio y más aún tal y como lo has envuelto en este magnífico post. Interesante la frescura de esta visión soviética desplegada desde la trastienda de un bar de París. Creo que en la retina todavía conservo las imágenes nebulosas de Antón Semiónovich Makárenko, ya ves…

    Gracias!

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  2. Vaya, vaya, esta parece que hay que tenerla muy en cuenta. Suena especialmente atractivo eso de escribir algo que antes has pensado y vivido. Y encima en Paris...

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  3. Pues yo estoy de acuerdo respecto al título... Pero es que encontrar títulos acertados es complicadísimo. La tendré en cuenta, aunque me estoy terminando "Las correcciones", que me están costando un poco, y le sigue "Tenemos que hablar de Kevin". Tanto tochazo junto y yo aún viviendo de alquiler...
    Un abrazo!

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  4. Gracias, Manel. He tenido que buscar quién era Makarenko, que el nombre sólo me sonaba ligeramente, y ya veo por dónde pueden ir los tiros de tu interés en él. Y resulta de lo más interesante!

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  5. Es de estos libros, Isabel, que estando profundamente pensados, su ejecución es ligera, y todo ese edificio parece no existir. Siempre es un logro conseguir eso, ya que muchas veces el exceso de pensamiento nos lleva a situaciones más graves o serias, ¿no? Un poeta, no recuerdo quién, decía que el hombre no había nacido para pensar sino para vivir, y que si sólo piensa y no vive llegará el día en que le suceda como al nadador que cree que su sitio sólo es el agua y no la tierra...

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  6. he visto info de kevin por la peli que se viene con tilda, y la historia tiene un ligero tufo freudiano, ¿no? La madre sufriendo, la culpa asumida, el crimen... Bueno, ya comentarás

    oye, qué gran hallazgo lo de que los tochos literarios son para vivienda en propiedad, me gusta!

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