Hacía mucho tiempo que no leía un libro de historietas recopiladas. Un cómic que no fuera novela gráfica sino una colección de las tiras publicadas diaria o semanalmente en un periódico, forma de publicación que supuso el nacimiento del cómic como arte moderno. Así que puede que Julius Knipl, fotógrafo inmobiliario, sea el primer libro de estas características que leo desde Calvin y Hobbes (y de esto puede hacer 10 años).
Julius Knipl es un judío de oficio absurdo que deambula por una especie de Nueva York llena de pequeños comercios de nombres paradójicos (el puesto de agua de lluvia, el taller de reparaciones de almohadas eléctricas), y con sus dos pequeñas mochilas colgadas y permanentemente encorvado cual Marx (Groucho), es testigo de actos culturales delirantes (el desfile del día del estatismo, el teatro excursionista, excursiones para rescatar barcos), o de la vida de personajes singulares (la amante de los tomates adobados, el virtuoso del radiador, el lector de coches aparcados), sin nunca participar de lleno o involucrarse. El personaje parece arrastrado por un dibujo rápido, incluso histérico, de líneas inclinadas y trazo imperfecto, en lucha con bocadillos de textos surreales. Un tono más burlesco que grotesco preside la función, obvia metáfora del absurdo humano, y broma continuada sobre las ínfulas personales en un mundo urbano cuyo mecanismo infinito se impone siempre al individuo. Abundan las referencias judías (y me imagino que muchas se me escapan), y algo parecido a la nostalgia de una ciudad tal vez más oscura pero menos normalizada.
El protagonista y las preguntas esenciales (vía repampanos)
La referencia obvia parece Kafka, todas las reseñas que hablan del autor Ben Katchor mencionan al escritor de Praga. Kafka tiene un humor más negro y bordea lo trágico aunque pueda ser absurdo y la ambientación urbana y opresiva de El proceso esté aquí. A mí este cómic me recuerda mucho a La peor banda del mundo, de José Carlos Fernandes, una excelente (y para mi gusto superior) colección de historietas ambientadas en una ciudad europea indeterminada que por momentos se adivina Lisboa o Praga, y que cuenta también con personajes chocantemente centroeuropeos (Sebastian Zorn, Morfeus Gabor, Ignacio Kagel) y de oficios también locos (troquelador de sellos, criptógrafo de segunda clase), cuatro de los cuales tocan música cuando consiguen reunirse tras superar avatares inimaginables.
Julius Knipl, fotógrafo inmobiliario es a veces demasiado críptico, algo impenetrable. Pero la mayoría de las veces es desatadamente divertido, y de una originalidad e inventiva desbordadas. Es una tira que se sigue publicando y que ha dado gran fama a su autor en su país y durante su lectura reconozco haberme inclinado varias veces ante su creatividad. Se ha editado en un bonita edición de Astiberri que respeta el formato original.
Ben Katchor, vía New Jersey Jewish News
Julius Knipl no solo participa del surrealismo, sino de una ideterminada ternura por los objetos y una desaforada poseía urbana, Y si, los lazos con el portugues Jose Carlos Fernandes son evidentes, pero funcionan a la inversa. Katchor fue el inventor de este formato y el luso, como un Saulo derribado del caballo camino de Damasco, vio la luz al contemplar esas viñetas. Ahora es su más aventajado seguidor hasta el punto -yo también lo afirmo- de superarle en ocasiones. La última de Fernandes 'Agencia de viajes Lemming' es un disfrute completo.
ResponderEliminarAh, he visto la agencia Lemming en esas librerías de Dios, pero no me lo agencié. De la peor banda llegué a leerme cinco volúmenes, no sé si hubo más, A ver si cumplo con la Lemming, anyway.
ResponderEliminarLa verdad es que dado el tiempo que lleva Katchor en el negocio no es de extrañar su carácter pionero, pero no lo miré más respecto a Fernandes. Gracias por el detalle, master Ismael!
Claro, uno que tiene una pila de lecturas cada día más alta y tú sigues descubriéndonos joyitas: ni idea del autor, ni de las tiras ni nada. Y desviándome del tema: genial Calvin y Hobbes, pero me quedo con la ironía de Garfield...
ResponderEliminarUn abrazo.
Lo de los actos culturales delirantes no sólo se da en las páginas de los libros. Me decían ayer por aquí que es mausoleo que tenemos llamado Ciudad de la Cultura, que se está llevando los millones que no tenemos desde hace tres legislaturas y que aún no sabemos a qué dedicar, va a ser testigo de la Copa Davis entre España y Francia.
ResponderEliminarY lo de personajes singulares, pues no sé que te diga, no hay más que encender la tele o coger el libro Guinness… Ya sabemos que la realidad siempre supera a la ficción.
Que quieres que te diga Goio…cada vez que me entero de que, en el mundo que habito, hay personas como esa [me suele suceder con muchos guionistas de series, bloggers, etc ;)] pienso que quizás no está todo perdido…;))
ResponderEliminarAy, Daniel, ¡nadie dijo que fuera a ser fácil!, :-) Aunque peor es lo tuyo, que veo que te cascas historias de la literatura en apenas media semana!
ResponderEliminarYo tengo a Calvin y Hobbes como un auténtico must. Además de ser de los pocos cómics que en efecto pienso que retratan lo que de verdad puede llegar a ser un niño, su universo, sus travesuras, o la vida imposible que con frecuencia les hace a sus padres. Yo me suelo mondar con la 'educación' que el padre, bastante vacilón, le suele dar a su hijo. Y luego Calvin tiene los pies de forma de panecillo, y eso me parece irresistible. Reconozco haber leído poco Garfield, pero es que siempre me pareció menos interesante.
Sin duda, Isabel, tienes toda la razón. Si uno sabe de músicos que se ganan la vida tocando copas con diferentes cantidades de agua, ¿cómo puede extrañarse luego de que pudiera haber conciertos de radiadores usados? (si además ponemos subvenciones de por medio, seguro que el absurdo sube exponencialmente). Claro que la base de Julius Knipl es la realidad absurda de por sí, aunque entiendo que él la acumula toda al estar ambientada en ese mundo bizarro y la lectura continuada es un tanto bofetón. El logro es mostrar ese espejo, supongo, y ver nuestro propio mundo ahí detrás...
ResponderEliminarPara mí, Manel, autores como este Ben Katchor asumen un riesgo importante ante lo extraño (y siguiendo lo que decía a Isabel, tal vez muy lúcido) de su obra. Muy grande porque rompen cánones de lectura/mirada, pero también porque ponerse en el filo del absurdo es conocer que muchos lectores verán la obra como ridícula. Creo que parten de la necesidad de mostrar su mirada diferente, y de asumir que no es producto que todo el mundo entienda (no digamos ya disfrute, aunque este es enorme si entras en su apuesta). Ahora, conseguir un editor al que convencer, hacerse el hueco, me parece complicado. Y ahí está, en una publicación semanal. Así que, en efecto, no todo está perdido!
ResponderEliminarJua jua jua... desde luego son unos panecillos mejores que los de la pavisosa de Heidi... y de verdad, que yo heredé toda mi ironía de ese gato gordo que ama la lasaña, no lo dejes pasar. Respecto a mi velocidad de lectura... cualquier cosa antes que corregir...
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