12 de septiembre de 2025

Los ídolos

 


Llego al primer Mujica Lainez que leo por un camino inesperado: en vez de caer en la lectura de Bomarzo, obra tan resonante, me encontré con Manucho en la antología del Canon de la literatura gay en español, de Augusto F. Prieto, donde se recoge Los ídolos, su primera novela publicada después de algunas colecciones de relatos. Pertenece a su etapa de novelas porteñas.

En cierto modo, se nota que el escritor se maneja bien en formatos cortos, al menos en esa parte inicial de su carrera. Los ídolos consta de tres partes bien diferenciadas y bastante autónomas, con finales dramáticos internos propios de cada una, aunque tienen una lógica narrativa en continuidad en el conjunto. El desencadenante es un poemario titulado precisamente Los ídolos, escrito por el poeta Lucio Sansilvestre, y que la tía Duma regala a su sobrino nieto Gustavo en su adolescencia. El narrador es el mejor amigo de Gustavo, y ambos caen rendidos y fascinados ante los poemas de Sansilvestre, que aprenden de memoria y les obsesionan y leen continuamente. Gustavo pertenece a una familia noble venida a menos, cuya matriarca fría, impertérrita y etérea es la mencionada Duma. La familia del narrador, que apenas aparece, pues este pasa gran parte de la novela en las casas de la familia de Gustavo, es de clase media, y la creciente amistad preocupa a la madre, que se encarga de que ambos muchachos estudien carreras diferentes y así se separen en sus caminos vitales. El narrador será médico. Gustavo, con su obsesión sobre Sansilvestre en aumento, se dedicará a escribir. A su familia esa obsesión no le es extraña: dos tías se dedican a algo tan inabarcable como replicar el tapiz de Bayeux sin más utilidad que llenar sus horas, y un hermano de Duma lleva toda la vida escribiendo páginas y páginas de una inabarcable biografía de Juana de Arco.

Los amigos, que pasan veranos juntos mientras son chicos en el castillo de la tía Duma, se separan físicamente, pero años después coinciden casualmente, pero nada menos que en Stratford Upon Avon. El narrador está en Europa por trabajo y ha viajado a ver una obra de Shakespeare en unos días libres. Gustavo ha encontrado que cerca de Stratford Upon Avon, en Warwick, vive el mismísimo Lucio Sansilvestre que le obsesionó de adolescente, y que nunca volvió a publicar nada tras el éxito y reconocimiento enorme de Los ídolos. Está cas recluido y apartado del mundo. Los dos amigos reencontrados deciden visitarle, juntos, al día siguiente...

Mujica Lainez dispone de un vocabulario exquisito, un manierismo controlado y un conocimiento amplio de su campo de trabajo, cruzando la fascinación de su narrador de clase media con la conciencia de la decadencia de una clase social. La musicalidad de la prosa es envolvente, y la trama, un conjunto de idolatría sin espiral, está completamente adornada de subtextos diversos. El narrador vive arrobado por Gustavo (con quien se prometió una amistad que nunca terminaría), Gustavo lo hace por Sansilvestre (o por la idea que se ha construido de Sansilvestre, tal vez), que a su vez lo hace por un amigo joven poeta que tuvo y murió. Encontrarse en la ciudad de Shakespeare tampoco suena gratuito: un autor de autoría discutida, con personajes con inversiones sexuales y de género en sus obras. Otros detalles: un retrato de la tía Duma, que cuelga de varias paredes durante la novela y aparenta cierta maldición, trae ecos de Dorian Gray, cuyo autor, un dandy retratista de lo decadente de su tiempo, comparte espíritu con Mujica Lainez (que también se casó, también tuvo hijos, y nunca obvió su querencia por jóvenes con quienes de continuo se hacía acompañar). ¿Más? El hermano soltero de Duma, que tiene su propio arrobamiento en otra figura equivoca (Juana de Arco), se llama Sebastián, reflejo de un martirio propio y de representación homófila cultural. Todo esto, y más detalles imposibles de consignar, otorgan a esta narración el derecho a figurar en el canon de Prieto que mencionamos arriba. Pero todo este uso de referencias sutilmente homosexuales deviene en un tono irónico en sus dobles lecturas, que no se alejan del aparente tema central, sino que simplemente ayudan a su desarrollo.

Como lectura, el primer episodio, que sucede fundamentalmente en Europa, resulta fascinante e hipnótico, que es así mismo la propia sensación del narrador tanto al ser capaz de conocer al escritor cuyos poemas llenaron su juventud como al ir recibiendo después las cartas de Gustavo, que permanece en Warwick mientras el narrador debe continuar viaje por Europa. En el segundo la historia se centra en Duma, como señora que aún vive en un mundo perdido pero que constituye el ídolo propio de todo el clan. La hipnosis literaria aquí se va reduciendo, pues el absurdo de la decadencia social que refleja la historia impone poco a poco su poder. Ambos capítulos, no obstante, tienen un cierre evasivo, algo dado al enigma, a lo que no es ni podría ser nunca explicable: encontrar las motivaciones últimas del ser humano. El tercer capítulo resulta algo disonante; el narrador se fascina de nuevo con un miembro de la familia, una sobrina natural de Gustavo, y reflexiona introspectivamente sobre todo lo vivido con una familia que no es la suya, pero a la que siempre regresa. Si bien estilo y forma siguen siendo exquisitos, sucede que la introspección sirve apenas para subrayar lo que ya era claro, y dejar en bandeja de plata, eso sí, un final espléndido sobre la añoranza de los tiempos en que teníamos ídolos. Parece, así lo cuenta Prieto, que inicialmente sólo existía el primer relato, y que el editor pidió a Manuel Mujica Lainez que alargara el asunto y llegara por fin a una novela.


Manuel Mujica Lainez en 1974, según foto de Sara Facio en Wikipedia