20 de agosto de 2024

El tedio que no cesa

 


Al iniciar esta reseña, en este día largo, ahora en la calma de la noche, mientras una lluvia ligera de verano enfría el asfalto y mece como único sonido este calor de estío, pienso en Bernardo, en Bernardo Soares, midiendo sus serenos pasos al bajar a la oficina en la Baixa, con su pitillo eterno nunca apagado, ese aire taciturno al mirar a los transeúntes, y el tedio dibujado en la cara. Bernardo no escudriña, le basta la fugacidad de una mirada discreta que casi preferiría no echar. Pero tiene ojos, es inevitable.

El Libro del desasosiego es la cumbre de la prosa pessoana; es una obra que se ajusta mucho al autor. Por fragmentaria, solipsista y esquiva. Es también un libro muy válido para entender al poeta, pues en su intimidad describe de manera diáfana su pensamiento, intereses y visiones de la vida. Son estas casi siempre a contracorriente y paradójicas, aunque con frecuencia resulta lícito dudar si se trata de autojustificaciones o de glorificaciones de sus costumbres: no viajar, no preocuparse por la salud de los demás y no pedir a nadie que lo haga por la propia, no publicar escritos, sentirse solo a gusto en el sueño o en la ficción, no amar...

Al menos llega la hora del sueño, de dejar la pluma con que relleno estas páginas inútiles. Aunque al menos aquí converso con Álvaro o Ricardo, y recuerdo así que al alzar la mirada de los libros de la teneduría se colaba el rayo de luz, que traía al mar consigo, e iluminaba el rostro del mozo que trastabillaba entre paquetes. Luego la tarde termina, la oficina se vacía, y bajo a cenar en la entreplanta donde desde hace veinte años me sirve los platos un camarero cuyo nombre no conozco.

En Pessoa se adivina un hombre de ideas originales y lúcidas, pero también una desesperanza, un angst apenas atenuado por algún atisbo de ironía (tan demoledora en sus Cuentos de raciocinio, especialmente en los magníficos relatos El banquero anarquista y Una cena muy original), pero siempre descrito con una prosa bellísima. El Libro del desasosiego, escrito durante años, dejado incompleto y desordenado en sus fragmentos y aforismos, y publicado por primera vez en 1982 en una edición necesariamente ordenada de modo arbitrario, es una Biblia existencialista, instalada en un ennui adulto y nihilista, sin fisuras emotivas, y dibuja ese Pessoa proyectado hacia la imaginación de personajes exteriores que le sustituyen o suplantan, en facetas que él no cumplía personalmente. Los heterónimos son a la vez el Pessoa imaginado, deseado, proyectado, y, por ello mismo y según su pensamiento, el Pessoa verdadero. En sus fragmentos, Pessoa filosofa con frecuencia sobre la esencia de la realidad y sobre el papel del hombre en lo social y lo natural. También sobre el arte. Lo alterna con episodios descriptivos de su aburrida oficina, en la que suele colarse la naturaleza con sus tormentas o su calor por las ventanas. Sus ideas sobre las mujeres responden aparentemente a su época, pero se adivinan rasgos de un homosexual reprimido que actúa con misoginia. Difícil saber si su carácter es resultado de su retraimiento social y cultural, o al revés. No es posible fijarle. Pero es fascinante su captación peculiar del mundo, apegado indisolublemente a la saudade portuguesa, pero que en su mirada del absurdo burocrático del trabajo de administración del siglo XX le acerca a su contemporáneo Kafka. Sus caracteres son distintos, pero ambos tuvieron dificultades para acabar las obras que emprendían, en una circularidad espesa compleja para el sentido tradicional de la narrativa dramática.

Apunta el día de nuevo a calor. Veo los viajeros adinerados que carro arriba carro abajo saldrán en breve de la ciudad a creer que en su destino no estarán ellos mismos y su ausencia. Me pregunto si son los mismos que el año pasado, pero no consigo ver sus rostros. En la oficina no hay ruido. ¿Por qué? ¿He llegado demasiado pronto? ¿Acaso es domingo?

Este lector tiene una microhistoria con este libro, que ha estado 20 años en la estantería esperando. Tan pequeña que parece de Pessoa, y que me llevó a Lisboa, que es buen paisaje para la melancolía, y al revés. Había claro está un bilbaíno bellísimo que marchó a Lisboa en busca de un bailarín bahiano después de darme mil mareos, si bien yo no era ducho en estos menesteres en aquella juventud inhábil. Este muchacho amaba a Pessoa, pero no recuerdo su nombre. Sí el del bailarín, porque lo repetía mucho, aunque me parece justicia poética que sea así considerando que discutíamos sobre Caeiro y Reis, preguntándonos si los heterónimos son una forma de armario.

 


Aquí un conjunto de perlas del desasosiego, para disfrute general:

Comprar libros para no leerlos, ir a conciertos para no oír la música ni ver a los otros asistentes, dar largos paseos por estar harto de andar e ir a pasar unos días al campo sólo porque detestamos el campo. (Fragmento 23)

Hay en los ojos humanos, incluso en los litográficos, una cosa terrible: el aviso inevitable de la conciencia, el grito clandestino de que hay alma. (Fragmento 25)

La civilización consiste en dar a una cosa un nombre que no le corresponde, y después soñar sobre el resultado. Y realmente el nombre falso y el sueño verdadero crean una nueva realidad. (Fragmento 66)

Entre yo y la vida hay un vidrio tenue. Por más nítidamente que yo vea y comprenda la vida, no puedo tocarla. (Fragmento 80)

Por más que meditemos una cosa, y, meditando sobre ella, la transformemos, nunca la transformaremos en nada que no sea sustancia de meditación. (Fragmento 90)

Soñar es mucho más práctico que vivir. El soñador extrae de la vida un placer mucho mayor y más variado que el hombre de acción. En mejores y más directos términos, el soñador es el verdadero hombre de acción. (Fragmento 91)

¡Ah, no hay saudades más dolorosas que las de las cosas que nunca existieron! (Fragmento 92)

Las tragedias son cosas interesantes de observar pero incómodas de sufrir. (Fragmento 113)

Siempre rechacé que me comprendieran. Ser comprendido es prostituirse. Nada podría indignarme tanto como que en la oficina me extrañaran. Quiero disfrutar conmigo la ironía de que no me extrañen. Quiero el cilicio de que me juzguen como ellos. (Fragmento 128)

Coeficientes de corrección. Creo que es esta la frase, cuyo sentido exacto evidentemente ignoro, con la que los ingenieros designan el tratamiento que se le hace a la matemática para que pueda caminar hasta la vida. (Fragmento 130)

La verdadera experiencia consiste en restringir el contacto con la realidad y aumentar el análisis de ese contacto. Así la sensibilidad se amplía y se hace más profunda porque en nosotros está todo; basta con que lo busquemos y con que lo sepamos buscar. (Fragmento 138)

Me levanto de la silla con un esfuerzo monstruoso, pero tengo la impresión de que arrastro la silla conmigo, y que es más pesada, porque es la silla del subjetivismo. (Fragmento 153)

Las cosas logradas, sean frases o imperios, tienen, por haberse logrado, aquella peor parte de las cosas reales que es el saber que son perecederas. (Fragmento 169)

Sabio es aquel que monotoniza su existencia, pues así cada pequeño incidente tiene para él el privilegio de la maravilla. (Fragmento 171)

LA HOSPEDERÍA DE LA RAZÓN. A medio camino entre la fe y la crítica está la hospedería de la razón. La razón es la fe en lo que se puede comprender sin fe; pero es todavía una fe, porque comprender implica presuponer que hay alguna cosa comprensible. (Fragmento 176)

Pensar es destruir. El propio proceder del pensamiento lo propone al mismo pensamiento, porque pensar es descomponer. (Fragmento 188)

Me considero feliz por no tener parientes. Así no me veo en la obligación, que me fastidiaría, de tener que amar a alguien. No tengo saudade si no es literariamente. Recuerdo mi infancia con lágrimas, pero son lágrimas rítmicas donde ya se prepara la prosa (Fragmento 208)

Dios mío, Dios mío, ¿a quién asisto? ¿Cuántos soy? ¿Quién es yo? ¿Qué es esa pausa que hay entre mí y mí? (Fragmento 213)

El poeta, como el iniciado de una orden secreta, es esclavo, aunque voluntario, de un grado y de un ritual (Fragmento 227)

Hacer una obra y reconocer que es mala después de hecha es una de las tragedias del alma. Y es sobre todo grande esa tragedia cuando se reconoce que esa obra es la mejor que se podía hacer. (Fragmento 231)

Aquel que, tras largos ejercicios de atención y voluntad, consigue, según él, tener visiones astrales, ¿por qué no puede, con menor dispendio de una y otra cosa, tener una visión de la sintaxis? (Fragmento 256)

Mi patria es la lengua portuguesa. (Fragmento 259)

Nos servimos de la mentira y la ficción para entendernos los unos con los otros, lo que con la verdad propia e intransmisible nunca podría llegar a realizarse. El arte miente porque es social. (Fragmento 260)

La libertad es la posibilidad de mantenerse aislado. Eres libre si puedes apartarte de los hombres, sin que te obligue a recurrir a ellos la falta de dinero, o la necesidad gregaria, o el amor, o la gloria, o la curiosidad, cosas que ni del silencio ni de la soledad pueden alimentarse. Si te resulta imposible vivir solo, es que naciste esclavo. Puedes poseer todas las grandezas del espíritu, todas las del alma: serás un esclavo noble, o un siervo inteligente, pero no serás libre. (Fragmento 283)

Los compradores de cosas inútiles son siempre más sabios de lo que se imaginan: compran pequeños sueños. Son niños en el adquirir (Fragmento 295)

Perder tiempo conlleva una estética. (Fragmento 315)

"Sentir es un fastidio". Estas palabras casuales, de no sé qué invitado a unos minutos de conversación, se me quedaron para siempre brillando en la superficie de la memoria. La misma forma plebeya de la frase le da sal y pimienta (Fragmento 335)

Cuando escribo, me visito solemnemente. Tengo salas especiales, recordadas por otro en intersticios de la figuración, donde me deleito analizando lo que no siento, y me examino como a un cuadro en la sombra. (Fragmento 341).

Me asaltan entonces pensamientos absurdos, que no consigo sin embargo repeler como completamente absurdos. Pienso si un hombre que medita tranquilamente dentro de un coche que corre deprisa está yendo deprisa o despacio. Pienso si serán iguales las velocidades idénticas con las que caen al mar el suicida y el que perdió el equilibrio en la terraza. (Fragmento 350)

El mundo exterior existe como un actor sobre un escenario: está allí, pero es otra cosa. (Fragmento 383).

Maté la voluntad analizándola. ¡Quién me devolviera la infancia antes del análisis, aunque antes también de la voluntad! (Fragmento 462)

La gran dificultad del orgullo que a mí me ofrece la contemplación de los paisajes es la dolorosa circunstancia de que con toda seguridad ya antes alguien los haya contemplado con la misma mirada. (Gran fragmento 'La divina envidia')

La única razón de que un ocultista funcione en lo astral es bajo la condición de hacerlo por estética superior, y no por el siniestro fin de hacer bien a alguien. (Gran fragmento 'Declaración de diferencia')

No os penséis que yo escribo para publicar, o para escribir, ni siquiera para hacer arte. Escribo porque ese es el fin, la perfección suprema, la perfección temperamentalmente ilógica, de mi cultivo de estados de alma. (Gran fragmento 'Educación sentimental').

 

Para quien haya llegado aquí: un bonus. Hace unas pocas semanas Grandes infelices, podcast sobre escritores desgraciados, dedicó un capítulo a Pessoa, utilizando para ello varios de los heterónimos y los fragmentos adecuados del Libro del desasosiego. Quedó muy bien, y se puede escuchar aquí.


Retratos de Pessoa entre libros


13 de agosto de 2024

Un liberal propone cooperativismo



Cuenta Harriet Taylor, la segunda esposa de John Stuart Mill, que en 1869 el autor decidió echarle un ojo crítico al socialismo. Pero el trabajo que emprendió al respecto quedó incompleto, y el autor solo escribió los cuatro primeros capítulos de una serie que debía ser más larga. John Stuart Mill muere en 1873. Había escrito Sobre la libertad y La dominación de la mujer (que comenté hace unas semanas; un ensayo del que hay duda de que la autoría pudiera ser de la propia Harriet Taylor, pero parece cierto que su matrimonio era bastante igualitario). Ahora bien, ¿conocía Mill la obra y escritos de Karl Marx? Es posible que sí, pero probablemente no su obra principal, El capital, que se escribe de 1869 a 1883. Una pregunta más: ¿Mill vio los hechos, y los reflexionó, de la Comuna de París, que fueron relevantes como primera revolución comunista casi triunfante? En estos Capítulos sobre el socialismo escritos por el gran liberal de la Inglaterra victoriana no existen menciones a estos textos y hechos. Para estudiar estos Capítulos, vamos a resaltar tres partes:

 

Diagnosis

Mill da tres razones principales para que las clases populares adopten las tesis sociales: (1) la pobreza; (2) la falsa meritocracia frente a los privilegios del nacimiento, el azar de los accidentes y las oportunidades (argumento que aunque hoy suene novedoso resulta coherente con el liberalismo clásico porque implica falta de oportunidad para todos); y (3) los insultos y desprecios que practican, además, las clases altas. Con todo esto, Mill afirma que las clases populares lógicamente piensan que se dirigen a un nuevo feudalismo, de carácter industrial, donde los grandes capitalistas son los nuevos señores feudales. Recordemos que el feudalismo es el demonio de los liberales del siglo XVIII y XIX, ya que aún no existe el Estado como lo conocemos hoy. La potencia argumental de John Stuart Mill y su capacidad de empatía al entender al diferente, en este caso al trabajador, da un texto demoledor a la hora de comprender radicalmente bien el éxito de las tesis socialistas.

 

Prognosis

Pero, como cabía esperar, John Stuart Mill no está de acuerdo con las recetas del socialismo contra todos estos males, sino que propone otras soluciones. ¿Por qué? (1) porque Mill confía en el sistema liberal/capitalista para crear condiciones de trabajo justas y hacer subir los salarios (y si no se crean estas condiciones justas, entonces es que el sistema no es puramente liberal, sino que existen comerciantes deshonestos); (2) porque desconfía, o tiene reparos, a la intervención estatal: a las malas leyes, a la regulación, al, en una palabra, gobierno poderoso y omnipotente; y (3) porque tiene miedo a los procesos/gobiernos revolucionarios. En su argumentación sin embargo existe una admisión implícita de la necesidad de los procesos de reforma (no es un conservador). Pero en el texto no proporciona una explicación a las agudas crisis del liberalismo, que ya habían existido y eran relevantes a nivel local, ni tampoco acaba de explicar cómo combatir la creación de oligopolios o monopolios que se producen en el sistema y que son contrarios a la libre competencia.

Así que frente a la reivindicación de las clases populares sobre los salarios que no suben porque la producción del país se divide para enriquecer a las personas que no producen, Mill replica que los beneficios no dan lugar a usura porque el comerciante honesto siempre aumentará los salarios. Y, si acaso la competencia no asegura la calidad, esto se debe de nuevo a los comerciantes inmorales. Mill confía en el control social, dado que los comerciantes caerán en desgracia con su actitud, más que en las leyes (lo cual podemos reconocer como una característica muy inglesa en otros temas no económicos) para obligar a que esto suceda. Su confianza en la honestidad de los agentes comerciantes, a los que hoy llamaríamos capitalistas, resulta total. ¿Algo ingenua? Refugiado en el mantra de que un comportamiento inmoral (entiéndase: buscar acabar con la competencia o no subir salarios cuando hay beneficios de los capitalistas) significa que ‘entonces no hay liberalismo’, es fácil que se autoconfirme en su propuesta. Pero, del mismo modo que en sus escritos sobre la libertad afirma que no puede legislarse contra la libre naturaleza humana, diría que, por ingenuidad o por interés, en este punto está desconociendo dicha naturaleza.


Dificultades

Mill realiza un análisis peculiarmente honesto considerando su opinión sobre los métodos del socialismo, y se pregunta cómo de plausibles son estas propuestas para triunfar en sus propósitos. Para ello hace una distinción relevante entre el socialismo comunitario, que se puede vivir en comunidades tipo falansterios sin romper el sistema, y socialismos revolucionarios, que implican un cambio radical del sistema de manera total.

A Mill le interesa ese socialismo comunitario, porque lo considera un ensayo factible y controlado, cree que su potencial éxito le permitiría expandirse, y que, en el fondo, no es demasiado lejano a una empresa grande bajo un control. El problema que le ve a su ejecución es el de la propiedad. Intuye que este socialismo puede tener una tendencia al autoritarismo, y que produciría disminución de la calidad por la falta del incentivo económico al trabajador. Entre lo que no intuye, sin embargo, está el hecho de que el socialismo sacara a millones de personas de la pobreza incluso extrema, o que pudiera existir una regulación laboral combinada o insertada en el sistema liberal (o, en este caso, mejor capitalista).

La solución de Mill a esta situación es, sorprendentemente (para mí), el cooperativismo, donde una propiedad privada conjunta permitiría también apuntalar la necesidad de la libertad individual. Mill dice que este socialismo comunitario podría tener un desarrollo bajo circunstancias favorables, si bien cree que para tener éxito requeriría un alto nivel de educación intelectual como moral en todos los miembros de la comunidad.

 

Conclusiones

Lógicamente Mill escribe sin conocer lo que vendría después de su época. Atreverse a enmendarle la plana con la historia posterior sería presentista. Leerle, además, permite concluir que si Mill tuviera capacidad de réplica, sería un oponente correoso, dada la potencia de su argumentación, su detalle exhaustivo y su análisis demostrativo de contradicciones. En realidad se genera cierta envidia de no tenerle hoy en el debate con su furibunda defensa de los derechos individuales y su sintaxis apasionada, porque (1) su acercamiento a una ideología distinta a la suya es honesto y transparente; (2) existe en el texto una apelación a conseguir justicia ante las reivindicaciones comprensibles de quienes se encuentran al margen del sistema, cuya existencia como problema reconoce, pero que no es capaz de resolver (tampoco es que eso fuera el objetivo de los Capítulos sobre el socialismo); y (3) su visión tiene un marco de progreso filosófico, resumible en la evolución desde la caridad que proponía Adam Smith, aunque sin llegar a la justicia social de John Rawls en el estado liberal. Median cien años entre cada uno de estos tres pensadores liberales.

John Stuart Mill
 

 

 


5 de agosto de 2024

Iberia desvertebrada

 


La península de las casas vacías, novela escrita por el joven autor jienense David Uclés, y que está siendo uno de los libros del año, es, cuando menos, una obra singular y osada, que opera lógicamente en el campo de la literatura, pero sería ingenuo pensar que no lo hace en los de la historia o la política de nuestro país. Así que vamos a ello.

 

Literatura

La novela utiliza el realismo mágico para explicar, o narrar, o sentir, o más bien todo ello, la Guerra Civil española a través de la historia de una familia diezmada por el conflicto. Esta opción estilística es lo más evidente y singular en el libro, cuyo epicentro es un pueblo de nombre ficticio, Jándula, de Jaén, que irremediablemente recuerda al Macondo de Cien años de soledad. Como en el libro de García Márquez, la tierra tiene sus magias y da lugar a acontecimientos no sospechables, además de existir una genealogía a lo Buendía, con sus antepasados apicales.

Pero el autor, inmerso en una gira inacabable por el país de cuyo atraque en Bilbao fui testigo, afirma no sentirse tan inspirado por el realismo mágico más conocido, el de los autores latinoamericanos, sino por el de autores europeos, donde Günter Grass y El tambor de hojalata parecen una mención obligada. Como el autor alemán, La península de las casas vacías se asienta en un conflicto bélico resultado de una locura cultural y política, y, con frecuencia, utiliza el recurso de la parálisis del tiempo (eje central en Grass) para su narración.

¿Existe distinción entre el realismo mágico europeo y el latinoamericano? Si bien siempre se enmarcan en lo inexplicable o inabarcable, en los autores latinoamericanos la exuberancia de la naturaleza y sus excesos (los de la jungla inabarcable, en general) forman un marco físico y mental que motiva la acción, mientras que en los europeos lo inexplicable es con frecuencia una locura bélica o violenta que asesina humanos sin remisión y cuya narración sólo puede partir de lo imposible. Lo que sí resulta inédito en la narrativa de la Guerra Civil es el uso del realismo mágico. También en cine, donde más que realismo mágico encontramos cine fantástico y de terror (por ejemplo, el díptico de Guillermo del Toro, El espinazo del diablo y El laberinto del fauno). Que aún sea necesario ajustarse al realismo estricto al narrar la Guerra Civil probablemente indique cómo es todavía nuestra relación con el hecho histórico.

Uclés también afirma que en la escritura de la novela se ha topado con los elementos de realismo mágico y que estos le encajaban en los hechos. Y peculiarmente, sí que lo hacen, mimetizándose con los hechos históricos y permitiendo así una narración nueva, o, al menos, sugerente en su diferencia. El realismo mágico de Uclés parece una mixtura de los dos mencionados. Sin duda Jándula es profundamente telúrica: existen plantas (las chozas) que congelan los miembros del cuerpo que entran en contacto con ellas; existe tierra en Jándula que, a quien tiene ese poder e introduce sus manos en ella, le permite adivinar que ha sido de alguien; o hay torcas que parecen detener el tiempo y ser la perdición de las cabezas. A la par, las locuras de la guerra encuentran su propia magia: aviones que se congelan en vuelo, hombres disparados que sangran tierra (conseguidísima imagen que se pega al alma), un diluvio y un volcán que paran el tiempo y parecen representar el deseo de final de la pesadilla, en algún caso incluso antes de empezar, o la ruptura saramaguiana de los Pirineos. En la metáfora de la desazón de varias de estas propuestas se transmite un cierto determinismo fácilmente legible, pues todos conocemos el final.

Un elemento especialmente arriesgado desde el punto de vista literario es la presencia recurrente del autor, que actúa como un demiurgo frustrado puesto que a veces cambia acontecimientos históricos, pero es incapaz de cambiar el total de la Guerra. La quiebra del relato convencional que suponen estas intervenciones queda engarzada con la ficción mágica escogida, pero revela un anhelo de imposición de una realidad imposible incluso para un escritor. La reflexión sobre por qué utiliza este recurso no acaba de quedar clara. Pero Uclés se atreve a hablar directamente con Franco, y dialogan en términos de poder, y, aunque se trata de un capítulo breve, supone una imagen muy potente de lo que significa crear una representación de la realidad.

La península de las casas vacías puede también considerarse, a su manera, una novela de viaje, o de viajes... El autor ha visitado todo el país, ha visto los lugares de la memoria histórica, ha recogido información de infinidad de localización. Si la novela empieza en su primera parte en Jándula antes del golpe de estado, durante la segunda y la tercera se produce la dispersión de los personajes con el estallido y desarrollo de la contienda; en la cuarta existe un regreso al pueblo. La explosión familiar acompaña a la bélica y a la quiebra del país, y los hermanos hijos del protagonista principal, Odisto -que suena tan homérico-, también se dividen. Los chicos jóvenes salen por primera vez del pueblo, pero su viaje no es de aventuras. Su viaje y aprendizaje moral, el debido a la novela de formación, sucede en un entorno de importante miseria moral. La novela debe luchar ahí contra el fuerte recuerdo de Jándula, epicentro enorme de la historia.

Finalmente, si hablamos de las características literarias de La península de las casas vacías, es inevitable hablar del multiformato de sus 120 capítulos, todos breves excepto el dedicado a la batalla del Ebro. Una estructura no encorsetada alivia mucho el determinismo de la historia, agiliza la lectura, y suma originalidades literarias. No es que no estuvieran inventadas: el uso de caligramas, el personaje estático que lanza augurios -más un oráculo a la griega que un orate-, los diálogos en idiomas no castellanos, el apunte a escuchar una pieza de música durante la lectura de según qué capítulos, etc… Reconozco que el uso de citas me parece un poco excesivo, aunque entiendo su valor como un coro (¿de nuevo griego?) de sabios que definen un país sentenciado mediante un fresco inútil de opiniones. Pero, por su lado, elementos increíblemente emotivos como el capítulo de puntos, o tan particulares en su lucidez como la descripción de los movimientos de la partida de ajedrez que juega Franco son momentos de enorme alcance literario, y, si te introduces en la propuesta estética de Uclés, difícilmente olvidables. Y no son pocos… A ello hay que añadir el lenguaje rico en que abundan olvidados -para un urbanita- pero preciosos términos de labranza y campo, y el tono musical de la sintaxis.

 

Historia

Se puede afirmar que La península de las casas vacías supone un ejemplo de lo que Jorge Wagensberg llama el método artístico de conocimiento, en contraposición al método científico o al método revelador. Es decir, Uclés emplea el artificio de la ficción novelesca como manera de explicación de la Historia, mediante una “extensión de la experiencia de la realidad” (en palabras de Wagensberg). Al tratarse de una ficción, necesariamente su correspondencia con la realidad no ha de ser plena, pero en un tema como la Guerra Civil esto puede ser problemático, y, en último extremo, es controversia de nuestra guerra cultural actual. De hecho, Uclés retuerce la Historia en beneficio de la narración, pero sin detrimento de la comprensión, incluso de precisamente la comprensión histórica. Así, el realismo mágico de la novela no maquilla la realidad, que también se presenta de manera muy cruda; de hecho, bien puede decirse que apoya esta crudeza con frecuencia.

Ahora bien, ¿es lícito preguntarse si este método puede confundir al lego? La novela es necesariamente un relato incompleto de la Guerra, pero además existen saltos de tiempo y modificación de hechos, incluso algunos que alcanzan cierto grado mítico, si bien entonces aparece el autor demiurgo con una justificación, tal vez a modo de prevención, y que tal vez una autoría literaria pura discutiría. Por el otro extremo, hay una pregunta que puede llegar más allá en esta discusión: ¿es lícito preguntarse si el método artístico de este caso puede incluso ofender? Esta pregunta no está lejana de lo que antes subrayaba, que sólo un realismo estricto ha sido aceptable al menos hasta ahora para narrar la Guerra Civil. Y es entendible porque en muchas ocasiones no se realiza bajo el prisma de una narración ampliada, sino de la mentira histórica descarada. Pero… ¿puede la Guerra Civil ser el tema de un ejercicio de estilo formalista, incluso de un espectáculo literario? Creo que la pregunta sobrepasa realmente el interés honesto del autor. Y hay un argumento de apoyo en el método artístico, en este caso el literario: la novelística exige indagación por parte del autor y transmisión a los lectores de las psicologías de personajes que vivían emocionalmente el momento. En conseguir eso hay un valor añadido que es difícil ver en los libros de Historia. No obstante, estas dudas sobre la representación tampoco son novedosas; no son lejanas a cómo tratar la imagen de las víctimas de la violencia. La situación no es tan discutida, de todos modos, en la literatura como, por ejemplo, en el cine.

Reconozco que determinados planteamientos del libro me resultan problemáticos. Por ejemplo, una cierta exaltación de las regiones de Iberia, incluyendo cierto idealismo del uso de los idiomas diferentes al castellano. Creo que su aparición se salva por la humildad de la interpretación del hecho lingüístico, pues es notorio que parte de un interés de aprendizaje y de respeto a una incomprensible persecución cultural específica. También me rasca el iberismo, porque me consta que la visión a ambos lados de la raya no es igual, aunque determinada intelectualidad portuguesa lo haya apoyado. La solución que Uclés encuentra para encajar Lusitania en una narración que siempre habla de Iberia es la existencia de una especie de dictador federado, y, por tanto, más bien una trastienda de apoyo que una amenaza hacia Franco. Esto encaja en una desvertebración de origen medieval, pero es un apunte complicado de desarrollo.

 

Política

La Guerra Civil y sus consecuencias directas son el pecado original aún vigente de nuestra democracia. Entre esas consecuencias directas está la dictadura franquista. España es un país relativamente excepcional en el mal reconocimiento de su pasado, lo que se debió a motivos políticos de construcción de la democracia actual, pero lo cierto es que el revisionismo de un pasado ultranacionalista aparentemente (soñadamente) mejor está sucediendo en más países. Los posicionamientos en este tema no deberían ser complejos, pero haber entrado en parámetros de guerra cultural lo hace así para mucha gente, desgraciadamente.

Entre el texto que ha escrito y la presentación que hace del mismo, mi opinión es que Uclés tiende a la visión histórica de Paul Preston; a mí me parece ver ecos de ello en la elección de un pueblo (Jándula en la novela es una representación de Quesada) de Jaén que no es asaltado por las fuerzas de Queipo, sino que pasa toda la Guardia Civil bajo mando republicano, con un exaltado y vengativo líder local de izquierdas, que purga a la población sin reparo, y al que temen todos los vecinos. La novela por tanto no huye de esta parte del retrato histórico, pero también es consciente de que las cifras y sistemática de la guerra y la represión son peores en el bando vencedor, y es evidente que en la historia de la novela el protagonismo es llevado adelante por campesinos humildes y no por otras clases o estamentos.

El hecho de recoger testimonios novelescos o el de proponer citas de autores del bando rebelde no significa búsqueda de una equidistancia imposible por parte del autor. Un miembro de la familia pertenece al bando rebelde, y actúa con crueldad esperable con frecuencia. Es difícil interpretar de acuerdo a estas etiquetas cuando, por ejemplo, la novela recoge citas, entre muchos, de Grandes, Trapiello, y Espriú.

 

 

Por mucho que La península de las casas vacías narre el horror, creo que es un valor añadido único la diferenciación estilística del texto frente a anteriores relatos, que es radical, y creo que su resolución es excelente, casi pasmosa, dentro del riesgo enorme que ha asumido. La Guerra Civil sigue siendo contada, pero éste es un escritor de 34 años, nacido 61 años después de terminada la guerra y 15 tras la muerte del dictador. Dispone de datos familiares hundidos en los acontecimientos de 1936 a 1939, que nos preceden y nos definen, y que en su caso crearon la necesidad personal de dar forma al texto.

La narración tiene una agilidad tremenda. El uso continuado de la metáfora mágica genera una expectación relevante por el siguiente asombro a recibir, o el acontecimiento histórico escogido para ello. La combinación del lenguaje de la tierra con la ternura hacia sus personajes y la estructura fluida son un logro narrativo significativo que alcanza las 700 páginas, que han sido pulidas durante 15 años de escritura. Me pregunto si apela a las generaciones actuales. Sospecho que el libro será leído más por generaciones mayores e interesadas por el tema, porque estamos más necesitados de nuevas aproximaciones a lo que tantas veces hemos visto, pero puedo estar sesgado en esto. Ojalá lo esté. ¡David, enhorabuena! ¡Qué empresa enorme! ¡Qué éxito más merecido!

David Uclés en la presentación de La península de las casas vacías en la librería Cámara de Bilbao