8 de septiembre de 2014

Macondo v.0


Recuerdo que en su día supuso cierta conmoción el Premio Nobel concedido a Gabriel García Márquez en 1982: fue un premio saludado y celebrado, posiblemente por las características del premiado, algo joven para este premio, y el espaldarazo oficial al boom de la literatura latinoamericana de la segunda mitad del siglo pasado. García Márquez acudió vestido de blanco a la gala en Estocolmo, y aunque ese color tuviese una esperable lógica caribeña, en cierto modo le convirtió en una figura seráfica entre la literatura hispana y la progresía mundial. Ascendió a los cielos y posiblemente llegó a un mito excesivo, que también le supuso varios ataques hijos también de una fama desmedida.

El premiado del traje blanco

En aquel momento, casi un único libro era el responsable de todo, y hoy, tras la muerte del autor, parece que será imposible separar a García Márquez de Cien años de soledad como lo es separar Ulises, En busca del tiempo perdido, o El Quijote de sus respectivos autores. Cien años de soledad no tiene aún 50 años, pero la enorme repercusión que supuso y su influencia en la narrativa posterior son más que notables. Tal vez no sea fundar la novela, o fundar la novela moderna, pero tal vez no haya pasado el tiempo suficiente.

La calle Macondo de Donostia-San Sebastián (vía)

Cien años de soledad cuenta la historia de la estirpe de los Buendía desde su llegada a Macondo hasta su extinción. Con una estructura que ahora (23 años después de leerla por primera vez) me parece bíblica, pero con el paganismo de lo prehistórico mezclado con el de la literatura moderna, el libro canónico del realismo mágico recupera la poética de la fábula inagotable. No son resumibles, ni adaptables, todos los hechos posibles e imposibles que suceden en la novela, que está habitada por una pasión indómita por la acumulación de historias y personajes, ya que a fin de cuentas narra la historia del mundo bajo el pesimismo determinista de Gabriel García Márquez, según el cual los hombres están condenados a repetir los mismos actos cíclicamente y a seguir los mandamientos de un destino sofocante.

Escrita con una precisión imposible en un relato tan enmarañado, Cien años de soledad tiene una increíble poder hipnótico. Sus frases y descripciones se acercan al barroco sin caer en él, pero es imposible salir de su pesadilla fascinante. Da igual que Macondo sea asolado por una peste de insomnio o un diluvio de cuatro años, que el liberal coronel Aureliano Buendía emprenda 32 guerras civiles y las pierda todas, o que una vieja tía borde su mortaja en la esperanza de terminarla el día de su propia muerte: cada capítulo está dotado de un intenso ritmo interno, generalmente basado en uno o dos personajes o situaciones, alternando el estímulo de la memoria frágil del lector con retrocesos y avances constantes (desde la primera frase, donde se recoge el futuro ‘Muchos años después…’ con el pasado ‘…habría de recordar aquella tarde remota…’) y la musicalidad del lenguaje y las imágenes surreales, cerrándose cada uno en su propio círculo de soledad. El genio no sólo poético sino también social, político e incluso psicológico de Gabriel García Márquez está también en añadir capas metafóricas a sus propios recuerdos alterados de infancia, llena al parecer de personas de nombres repetidos y costumbres peculiares, para rendir un cosmos propio de valor universal, que en el encierro de la jungla cruza lo lisérgico con lo social, lo mítico con lo religioso, y lo político con lo sexual y lo humorístico, por más que la soledad y sus hijas la tristeza y la melancolía, sea el sentimiento superior a todos.


Gabriel García Márquez bajo el peso de la soledad.

2 comentarios:

  1. ¡Magnífica reseña! Has conseguido trasladarme a la interpretación, sensaciones y percepciones que tuve en las dos lecturas (década de por medio) de la novela. La leí siendo muy jovencita y años después la abrí por casualidad y ya no puede escaparme. En la segunda incluso me planteé trazar la genealogía de los personajes (me parecía recordar alguna incongruencia, auque dada su complejidad no sería de extrañar) pero fue imposible precisamente por ese “intenso ritmo lento” de cada capítulo y por esa constante provocación de retrocesos y avances.

    Lo dicho, magnífica reseña, por lo que dices y por la belleza de cómo lo dices.

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  2. ¡Muchas gracias, Isabel!

    Yo me temo que hice la genealogía las dos veces, más o menos a mitad de novela, cuando aún es posible recordar toda la ensalada de Aurelianos y Jose Arcadios, pero la primera la tiré. Ahora la pienso conservar dentro del libro. Aunque la acabo de mirar y haciendo tan poco de la lectura ya me doy cuenta del imposible que va a ser pretender saber si fue el Aureliano nieto o el Aureliano tataranieto el que hizo esta o tal cosa o el que sufrió tal o cual calamidad. Pero en fin, esta maraña en la memoria no es del todo desacorde con la sensación buscada por el libro, así que...

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