Es muy fácil titular esta reseña de Nice Work, la novela de David Lodge, con el propio título de la misma, porque la define perfectamente. Se trata sin duda de un trabajo excelente, una novela inteligente y construida con gran precisión, que utiliza su humor e ironía para explicar un momento social, los problemas y psicologías de sus dos personajes principales, y diferentes maneras de afrontar la vida con mayor profundidad de la esperada.
Lo más inteligente de toda la obra es probablemente la
naturalidad con la que integra su carácter metaliterario (es muy obvio el
interés del autor en el estudio y la crítica de la literatura) en todos los
niveles de la obra sin que esto chirríe, enlentezca, o parezca una arrogancia
de autor. Para ello usa a uno de sus personajes principales, Robyn Penrose,
profesora precaria de la Universidad de Rummidge (trasunto de Birmingham),
feminista, profesora de estudios literarios de la mujer, y especialista en la
novela industrial británica de mediados del siglo XIX, escrita fundamentalmente
por mujeres, con la excepción de Dickens. Penrose, personaje empoderado y
prototipo de un estricto punto de vista izquierdista en la Inglaterra de
Margaret Thatcher (la novela transcurre a mediados de los años ochenta),
participa en el programa llamado ‘Año Industrial ', y durante un trimestre se
convierte en la ‘sombra’ de un directivo de la muy decadente industria local.
El interfecto es Victor Wilcox, gerente de la fundición Pringle’s, que ha sido
contratado para sanear los números de la empresa, y que con sus problemas
familiares (tres hijos adolescentes y jóvenes despreocupados y una mujer a la
que no quiere), confronta absolutamente en todo con Robyn. Vic y Robyn tienen
que verse durante 10 miércoles seguidos en que Robyn visita Pringle’s y se
convierte en la sombra de Vic. Por supuesto, el conflicto es completo en todos
los ámbitos: derechos laborales, gestión pública de la universidad y privada de
la industria, relaciones sentimentales y definición del amor y la familia, y de
los derechos de la mujer.
Lodge abre cada parte del libro con una cita bien escogida de entre los libros de la novela industrial de la que Robyn es especialista: Elizabeth Gaskell, Charlotte Brontë, Charles Dickens. Presenta a Robyn reflexionando sobre la novela como instrumento productivo asociable por su naturaleza más industrial que creativa al desarrollo histórico del capitalismo, y bajo esta idea central construye los mimbres de la novela, analizando mediante el criticismo deconstructivista los males del mundo industrial, machista y cortoplacista de Vic, a la par que introduciendo el bisturí de lo pragmático y productivo en el ensoñado mundo académico del Departamento de Literatura de una universidad media amenazada por los recortes. Vic y Robyn dudan de sus convicciones propias, chocan con frecuencia y cierta fiereza, y, si el combate tiene algún vencedor, sin duda es Robyn, qué, representando la modernidad y la juventud, es la apuesta de Lodge por un país y una sociedad mejores. Y ello se hace sin despreciar a Vic, hombre hasta cierto punto aprovechado y víctima de su situación a la vez, y al que la deconstrucción personal reasienta bastante mejor de su situación inicial.
No es fácil asentar estas ideas con sus matices en un libro
que mantiene una relevante capa de escritura de humor, que además evoluciona,
creo, en su propio punto de vista para pasar de lo que inicialmente es (o
parece) un estupor de origen masculino de cierta displicencia hacia Robyn, a un
reconocimiento de sus convicciones y capacidades, en un viaje en que Lodge
condiciona al lector inicialmente, pero a cuyo cambio acompaña con cierto gozo.
Varios episodios hilarantes del libro van además construyendo inadvertidamente
este proceso hasta la conclusión final, que resuelve todos los conflictos
dramáticos (generacionales, sexuales, laborales) con cierta rapidez deus exmachina
una vez que el discurso profundo tan elegantemente desarrollado y completado de
la novela está claro y empieza a agotarse. No ofrece solución el libro a la
situación de aquella Inglaterra, cuya crisis continuada es un oscuro nubarrón
que Lodge aprovecha como recurso dramático, pero al menos sí da un respiro o
esperanza a sus personajes principales.
En definitiva: buscar más libros de Lodge parece obligado. Durante
la lectura recordé con frecuencia el diseño de las obras del mejor Eduardo
Mendoza, qué, a fin de cuentas es contemporáneo de Lodge.
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