Mimoun es la primera novela de Rafael Chirbes, y es mi segunda lectura del autor, tras París-Austerlitz, que es su obra póstuma y que podemos considerar última, aunque estuviera escribiéndola desde 1996 hasta 2015, de acuerdo a su nota final en esa novela. Ambos libros tienen un claro parecido, se diría que Chirbes hubiera buscado cerrar un círculo de manera consciente, con obras de otro estilo, tema y tipo de protagonista en el centro de su carrera, aquellas que le dieron fama y premios como Crematorio o En la orilla, sobre todo.
Mimoun se publicó en 1989 y también tiene tintes
autobiográficos. Como su protagonista, Chirbes fue un profesor español durante
una breve estancia en Marruecos. Manuel, que así se llama el protagonista, se
instala en Mimoun, un pueblo junto a Fez, en cuya universidad imparte clases
dos días a la semana, y quiere aprovechar el resto del tiempo para escribir.
Pero, en realidad, Manuel es un personaje extrañado, definición probablemente
aplicable a todos los demás, marroquíes, españoles y algún francés, que pasan
por estas páginas. Ese extrañamiento empieza en el párrafo inicial, con la
lluvia, inimaginablemente continua y persistente e inesperada en Marruecos,
gracias a cuya sensitiva descripción Chirbes nos introduce directamente en un
universo sensorial y moral diferente:
El viento se ensañaba con las ramas de los árboles, y las ramas de los árboles, al moverse, torturaban mi imaginación.
Inicialmente, Manuel se aloja con otro español, Francisco,
en una casa alejada del pueblo en una colina junto a un morabito, pero que está
maldita por la muerte terrible de un inquilino anterior. Francisco y Manuel no
congenian. Manuel comienza a frecuentar bares y beber. Conoce algunos
marroquíes con los que se emborracha y a veces se acuesta y se va de putas. Se
va de la casa. Nunca escribe. Sigue lloviendo. Se ve más o menos secuestrado
por uno de sus marroquíes, que se morrea y masturba con él pero que por las
noches encierra a Manuel mientras se acuesta con su mujer. Un vecino de
Francisco se suicida. Un policía obsesivo e irónico parece comenzar a perseguir
a Manuel, que sigue viviendo entre la bebida, el sexo y el extrañamiento.
Mimoun está narrada en castellano en primera persona,
pero mantiene en francés todos los diálogos de los personajes que usan este
idioma y hablan con Manuel. Es un francés simple que se lee casi siempre sin
problema, pero contribuye a mayor desapego del lector. Chirbes parece tener
hacia su protagonista (sospechablemente hacia sí mismo) cierto anhelo
destructivo. Por supuesto no se cae bien, entiende que no hace bien las cosas,
pero el entorno -tal vez como excusa- parece superarle y se confunde con cierto
misterio nada exótico: un paisaje destrozado, el alcohol que le obnubila, el
sexo que parece practicar desinhibido, pero siempre carente de un mínimo afecto
o ternura. La desolación permanente en que Manuel se encuentra es resultado de
todo ello, y la fisicidad con que se transmite es inmensa: las frases cortas y
lacerantes, los continuados adjetivos de carácter destructivo (embarradas,
intransitables, enfermas, etc…) y unas relaciones ásperas, marcadas por la
necesidad comprensible en los marroquíes, pues su extrañamiento de origen es
hijo de la pobreza y el probable placer en el desconcierto del colono. La
incomprensión mutua no acaba nunca. Aquí nadie hace nada lógico, nadie entiende
nada, y todos actúan como si una fuerza telúrica superior les dirigiera
azarosamente.
Sin duda en estos parámetros el libro está muy bien
conseguido y cerrado, en su brevedad y contundencia. Se acerca en ello a
París-Austerlitz (parece indudable que el personaje principal es el mismo
hombre), aunque su novela de madurez se centra en una relación y su reflexión
de dominio, amor y virus. Esto en Mimoun está más compartido, es coral.
Lo que desde luego no se atisba en Mimoun es ninguna
visión cultural elitista de las historias de occidentales en Marruecos, sean
Paul Bowles, Truman Capote, o los mismos Joe Orton y William S. Burroughs, en
general recluidos en Tánger, espacio mítico y multicultural, donde idealizar y
exotizar un espacio y población empobrecidos debía ser ‘colonialmente’
sencillo. En Mimoun, en Chirbes, eso no existe, a cambio de un realismo
sucio algo tenebrista, impregnado de fluidos y olores y actos concretos, y
trufado de tragedia y sueños inexplicables, si bien siempre se puede rascar un
inevitable eurocentrismo en la incapacidad de penetrar en las psicologías
locales. No es fácil tampoco entender a Manuel en su paso por Mimoun: la
transición de su motivación inicial a la autodestrucción a la que se encamina
es mínima, arrastrado por la asfixia del entorno, tan bien conseguida.
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