Como en el cómic de Juan Sepúlveda Sanchís, la palabra violeta vuelve a definir a los homosexuales en la España de Franco desde el título de un libro, si bien en este caso en el mundo de la representación cinematográfica: Violetas de España trabaja, como dice su segundo título, Los Gays y lesbianas en el cine de Franco. Está escrito por el profesor y dramaturgo Alejandro Melero, y en mi lectura me ha sido imposible no recordar el magnífico clásico Miradas insumisas, de Alberto Mira, con el que comparte no sólo algunas de las películas bajo estudio (Mira se centra más en el cine norteamericano y no olvida el cine europeo en general) sino también método y tipo de análisis. Mira y Vito Russo (autor de El celuloide oculto) están presentes en la bibliografía empleada por Melero.
El repaso a la presencia de gays y lesbianas en el cine español producido bajo el franquismo empieza con órdago a la grande: el cine legionario y taurino lleno de homosexualismos, como decía la censura (a la que Melero trata con mayúscula: Censura). Yo, mea culpa, he trabajado poco estos géneros, por absoluta falta de interés, y porque ya estaban superados cuando la cinefilia me atacó como parte de una propaganda. Pero pensar en ver ¡Harka! o ¡A mí la Legión! con mirada G me aturde. No es que, en el fondo, se distancie de otras cinematografías en las que esto pudiera pasar (los trabajos de Russo y Mira lo confirman, Mira incluso habla resumidamente de estas películas): la camaradería masculina en ausencia de mujeres (ese estorbo para la batalla y la vida militar) deriva en amistades inquebrantables, héroes de pecho descubierto erotizado, y jóvenes soldados travestidos para divertirse en las largas noches de espera. La descripción que hace Melero de los aspirantes a torero en el cine taurino (más tardío, de los sesenta) tampoco se antoja distanciada de los jóvenes pasolinianos de la época y de las relaciones de poder e intergeneracionales que iban anunciando a Eloy de la Iglesia. Hace bien Melero en colocar esta caída del antifaz en el primer capítulo, porque el descubrimiento está dirigido al corazón mismo de las esencias del régimen, convenientemente desnaturalizadas y, en un irónico tropo del destino, subvertidas.
Otros capítulos del libro son más esperables: el cine de vampiras y otras lesbianas malvadas, el dedicado a Diferente, el peplum rodado en España, o lo que Melero llama vecinos del quinto, que amplía a todo el cine cómico con personaje mariquita en general ridiculizado. Me han interesado especialmente el spaghetti western y su profusión de efebos y torturas, el estupendo análisis de la homofobia en la obra y persona de Luis Buñuel, y el capítulo -de mayor continuidad histórica y por ello probablemente más perdurable en la memoria-, del homosexual como ser marginal y criminal, desde El expreso de Andalucía, a, de nuevo, Eloy de la Iglesia.
El libro de Melero es rico en referencias y matices, y devuelve un fresco histórico al que, por negación de la memoria LGTBI y de la mirada homosexual, apenas se ha hecho caso. El libro es ecléctico en su estructura, en general de tipo temático, pero con capítulos en que una película o un director acaparan toda la atención. Esto no impide el seguimiento, claro. El autor recoge y analiza mucho más el resultado en pantalla que las motivaciones autorales que, por razones diferentes, apenas aparecen explicadas para Eloy de la Iglesia, Luis Buñuel, o Ignacio Iquino. En ese sentido, el análisis es algo limitado, pues no llega a dilucidar los intereses y manejos propios de la industria y de sus potenciales creadores LGTBI del momento, impidiendo así tener un cuadro más completo que lo que semeja una especia de fenómeno inexplicable salvo por las ganas de varios productores de hacer la puñeta a la Censura franquista. Pero este no deja de ser un juicio de máximos, pues las revelaciones del volumen alcanzan una relevancia significativa, el anecdotario es suculento, y el vasto trabajo documental adquiere cierto carácter paradójico en su cantidad y riqueza de matices si se relaciona con la pétrea imagen del régimen, que, qué se le va a hacer, era incapaz de impedir que las violetas crecieran.
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