4 de abril de 2020

Un simposio



20 años después he vuelto a leer El banquete, de Platón. Fue un regalo de boda de mi marido, una edición nueva del antiguo volumen de Alianza Editorial, con la misma introducción y notas de Carlos García Gual. La portada es distinta, pero yo también, claro. Del simpático simposio sobre las diferentes formas del amor y el interés erótico y sexual sobre los muchachos que leí en 1999 (y yo no era un muchacho tampoco) a este libro leído en madurez y estabilidad, con los 20 años de cambios sociales y legales en España en particular y en el mundo en general, seguro que mis impresiones son distintas. No había blogs en aquel entonces, por lo que no puedo comparar.

El banquete (Symposio en griego) es uno de los Diálogos de Platón, en los que explicaba su filosofía usando como personaje a su maestro Sócrates, filósofo ateniense que no dejó nada por escrito. Los estudiosos de los Diálogos discuten clásicamente qué opiniones pertenecen realmente a cada uno de ellos, y en general se suele admitir que los primeros diálogos expresan más posiblemente la opinión verdadera de Sócrates, mientras que con el tiempo y el desarrollo de su pensamiento propio, Sócrates como personaje acabó en realidad exponiendo el pensamiento de su alumno Platón. Al conjunto se le reconoce en general este nombre de Diálogos, o incluso Diálogos Socráticos, en los que Platón utiliza el conocido como método socrático, que Sócrates usaba realmente en vida, y que consiste en realizar preguntas sencillas que buscan contradicciones en los razonamientos de sus interlocutores (y contrincantes) para acabar extrayendo de ellos mismos el razonamiento que el propio Sócrates consideraba verdadero.

Sócrates (vía)

Creo que la primera diferencia de criterios con mi lectura anterior tiene que ver precisamente con este diseño de personaje, a quien en su día no di más importancia como tal. Parece que Sócrates era de por sí una persona peculiar y extravagante, poco dado a las convenciones sociales, pero Platón lo convierte en un personaje formidable sobre el papel, utilizando su reputación social y filosófica, otorgándole un carácter estelar subrayado con sencillez y eficacia, dotándole de una íntima cercanía con su autor, y desatando las líneas de pensamiento con una agilidad y eficacia inapelables. La escritura es brillante y limpia, los ejemplos sencillos y el diálogo es un método rápido e incisivo para avanzar en el razonamiento. Platón, y probablemente este punto es esencial en su éxito e influencia, era un escritor magnífico.

Alcibíades (vía)

El banquete es uno de los diálogos más conocidos y a la par, curiosamente, uno de los menos socráticos. El método apenas se utiliza, y aunque Sócrates es el personaje más reconocido que participa para nosotros, lo hace en relativa igualdad de condiciones y acompañado de otros grandes de la sociedad griega pero que no eran filósofos (lo habitual era que Sócrates confrontara con sofistas), sino un dramaturgo como Aristófanes, o un político como Alcibíades. Probablemente el tema del diálogo, el amor, lo hace un texto universal, aunque se dé una de esas particulares negaciones de la historia de la literatura (más que de la filosofía, diría yo) en reconocer que semejantes razonamientos que acabarían siendo canónicos sobre el amor partían del estudio de relaciones homosexuales en que además había una gran diferencia de edad en la pareja (hay un ejemplo estupendo de esta negación en Maurice, la novela de E. M. Forster que James Ivory llevó al cine: el decano que lee con sus alumnos un libro en griego en sus habitaciones de Cambridge a principios del siglo XX pide en un momento concreto al alumno lector que omita la referencia al pecado inefable de los griegos).

Maurice

El banquete es en realidad una sobremesa, y es un relato narrado por un tercero al que se lo contó una persona presente. Tras una cena entre amigos, los comensales –muy disciplinadamente sin duda- deciden un tema de conversación y cuánto alcohol beberán durante la misma, además del orden de palabra, que toman Fedro, Pausanias, Erixímaco, Aristófanes, Agatón y Sócrates. El diálogo termina con la interrupción brusca de Alcibíades, que rompe con todas las normas con su exaltación de Sócrates, en paralelismo de lo que hizo con la política ateniense. Fedro y Erixímaco son pareja, lo mismo que Agatón y Pausanias. También Sócrates y Alcibíades, aunque su relación es platónica (precisamente). Aristófanes no tiene amado, aparentemente no aprobaba tenerlo. Los personajes, reales, están hablando por tanto de sus propias relaciones.

Aristófanes (vía)

El tema es honrar a Eros mejor de lo que, afirman, se hacía en su tiempo. Fedro loa su poder en la batalla por los afectos irrompibles que consigue en los soldados. Pausanias y Erixímaco ahondan en diferenciar Eros de Afrodita, el amor de la pasión y el deseo. Aristófanes expone la teoría de las mitades que necesitan encontrarse, en un pasaje que remite más a la mitología y francamente surreal y divertido. Agatón opta por describir los valores de Eros en relación a los aspectos de la virtud, y lo rodea de grandes palabras y oratoria. Sócrates termina hablando del camino que lleva del amor al de la verdad y la belleza en todos los aspectos de la vida, en una explicación diáfana del concepto del amor que se impondría también en el cristianismo, también del porqué del concepto del amor platónico, y que no por brillante deja de augurar, leído más de 2.000 años después, tantas justificaciones en contra del erotismo y la sensualidad.

En fin. El banquete es también literatura fundacional homosexual (aunque esto tal desagrade a filósofos o historiadores canónicos). En Maurice, precisamente, los estudiantes comparten el libro y se preguntan si lo han leído y si les ha gustado para reconocerse. Encierra en sí mismo (aunque obviamente no es la única obra) el cómo de la homosexualidad en la Grecia clásica, y resulta casi un texto histórico en las costumbres, pero paradójico en su influencia y resultados.

Pero, como afirmaba, a pesar de la lejanía de los referentes, Platón se revela como un excelente narrador, conocedor de que una estructura narrativa y un ritmo ágiles permiten una penetración superior de las ideas, y un autor incluso juguetón: con sus prólogo y epílogo extraños, alejados y evasivos casi deja su bloque central en un mundo nebuloso, fantástico, algo que pudo ser o no, que pudo ser de esta manera u otra, según lo que esa noche dijera el oráculo, o dictara el vino.

Platón (vía)



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