Imitación
y experiencia es un libro sobre filosofía, que
repasa la filosofía occidental en sus postulados sobre el concepto y la
práctica de la imitación y que, publicado en 2003, es probablemente el primer
trabajo de filosofía pura escrito en el siglo XXI que leo.
Me ha parecido magnífico.
Además de apabullante, abrumador,
intenso, clarificador y preciso, pedagógico, y, obviamente, interesante. Sólo
de pensar que es el primer volumen (600 páginas) de una tetralogía me relamo y
me atemorizo a la par. Porque si este tomo, que fue Premio Nacional de Ensayo
en 2004, es la introducción a tres libros más de esta calidad…
Portadas de Aquiles en el gineceo, Necesario pero imposible, y Ejemplaridad pública. Los otros tres volúmenes de la Tetralogía de la
Ejemplaridad de Javier Gomá
En nuestros tiempos utilitaristas no es
difícil encontrar fuera del mundo académico personas inteligentes que están de
acuerdo con el giro que han dado los programas educativos para la reducción de
los contenidos de filosofía y otras disciplinas, humanitarias y de letras, en
los programas educativos. Imitación y experiencia,
describiendo conceptualmente el origen de nuestro pensamiento actual (que es
también un amalgama de diferentes corrientes filosóficas, culturales y
científicas), y escogiendo un tema específico de profundidad ética y gran
calado social –la ejemplaridad pública-, al que va dando cimientos en el
pensamiento teórico precedente, demuestra la equivocación de este juicio, que
además escamotea a las nuevas generaciones el placer de la lectura de esta
disciplina, que existe y puede ser grande.
Aunque Imitación y experiencia abarca tal cantidad de conocimiento e
intereses que es casi imposible resumirlo, lo intentaré, pero prometiendo a los
interesados que Javier Gomá merece mucho el esfuerzo de leerle. Gomá defiende
que el acto de imitar un modelo ha estado presente en la cultura y pensamiento
occidentales desde siempre y en tres formas diferentes: una imitación de la
Naturaleza (de obvio peso en el arte y sus manifestaciones), una imitación de
las Ideas o Formas (la formulada por Platón y que sobrevuela todo el
pensamiento occidental), y una imitación de los Antiguos o Clásicos, que
ejercían su perdurable principio de autoridad durante siglos. Estas tres formas
de imitación partían de la existencia de un mundo y una naturaleza ya dados por
un ente superior, ante los que el hombre era incapaz de responder salvo
mediante mecanismos de copia, ya que no podía aportar nada a semejante
perfección. Con diferentes matices históricos, este aspecto está presente en
toda la filosofía occidental (Gomá está muy brillante aunando en una única
cosmogonía las diferentes visiones del teórico-idealista-conceptual Platón y el
concreto-naturalista-observador Aristóteles), incluyendo el cristianismo, y,
aunque desde el Renacimiento ya hay indicios de que va a ser cuestionado (el antropocentrismo
cultural, el artista individual que ya firma sus obras, las reformas
religiosas, el avance técnico), no es hasta la llegada del sujeto moderno
afianzado por la imposición del razonamiento científico (y sus logros
prácticos) y el desmoronamiento progresivo del Antiguo Régimen, que la
imitación como tal deja de tener valor, pues es el hombre individual el que
toma el protagonismo, el que puede decidir, que además descubre que su
naturaleza no es perfecta, ni los Antiguos incontestables. La imitación decae,
el yo romántico es ahora el creador y toma el poder, y la visión moral de Kant
apuntala definitivamente el valor de cada individuo.
Gomá sin embargo detecta que con el
cambio del siglo XIX al XX aparece en la filosofía de la cultura y su teoría, y
en la sociedad, una nueva forma de imitación, en este caso moral, a la que
denomina imitación de prototipos. La aparición de este tipo de imitación
inexistente en la premodernidad responde a la crisis del sujeto moderno, que ha
proyectado en el positivismo científico la respuesta a todas las preguntas,
pero descubre que los problemas y la definición de conceptos sobre la moral, la
conciencia, la libertad, los sentimientos y emociones, etc… no se ajustan bien
a la capacidad, actualmente al menos, del método científico y sus resultados.
Gomá estudia estas corrientes en la filosofía fenomenológica (Scheler),
humanista (Bergson), en la psicología y sus diferentes ramas y modas del siglo
XX, le teología del siglo XX, la teoría de élites, los estudios de evolución e
imitación animal e infantil, el psicoanálisis, los arquetipos… y concluye de
nuevo que aunque gran parte de la filosofía de la cultura y la sociología del
conocimiento del siglo XX bordean la práctica de la imitación, ésta sigue sin
ser formulada ni teorizada en sí.
Así, a todo este repaso histórico, Gomá
realiza finalmente su aportación propia: su teoría de la imitación. Pone el
marco de su estudio en la división clásica de la filosofía entre disciplinas
del conocimiento (metafísica, naturaleza) y disciplinas del comportamiento
(moral), formulada por numerosos autores como áreas no relacionadas, y realiza
una fusión de ambas para su teoría, que pretende ser a la vez práctica (en el sentido de realizar una
acción: imitar, seguir un modelo), y teórica
(en el sentido de necesitar la definición del prototipo: el ejemplo a seguir
tiene una naturaleza no ordinaria a definir, o no sería un prototipo). La
teoría recorre los tipos de prototipos que han dado la historia y la cultura
–en muy disfrutables capítulos sobre la naturaleza de las obras maestras y el
tipo de ejemplaridad de sus héroes antes y después de la modernidad, junto con
preclaros conceptos sobre la realidad y la ficción, la narración histórica y su
valor como representación, la verosimilitud y la veracidad en el arte- y
trabaja finalmente un concepto de prototipo moral, al que llama universal concreto, transversal a todas
las disciplinas de una vida humana y en todos sus periodos, deudor del
formalismo kantiano pero obviando sus elitismos y rigidez cruel gracias a la
fenomenología sentimental desarrollada por Scheler.
La definición es tan hermosa como
inalcanzable. El ideal no existe en tiempos de ciencia racional y sujeto
moderno. Comprenderlo es también entender el sentido de la vida y aprender de
sus diferentes prototipos incompletos en un álbum de experiencias de vida.
Es decir, Gomá hace que Platón (el
inalcanzable universal concreto) y Aristóteles (la vida resumida en las
experiencias de vida acumuladas y reflexionadas en la búsqueda del universal
concreto) se encuentren en una teoría moderna pragmática para la vida despojada
de elites que deban obligatoriamente dirigir la vida pública, y adaptada al
sujeto moderno, con conciencia propia –ya que ante el modelo moral, el sujeto
moderno no es pasivo sino que está formado, es racional y activo-. Por si fuera
poco, la teoría de la imitación de Gomá también quiere trascender el problema
del lenguaje en la formulación filosófica, que es un nudo a resolver durante
todo el siglo XX, con su aportación sentimental
y la superación de la paradoja sobre si el pensamiento sigue las estructuras
del lenguaje, o al revés.
Más allá del peso específico que la labor
de Gomá puede tener en la disciplina (que desconozco; diría que parece un
pensador desapegado de los temas aparentemente específicos de la
postmodernidad, centrados en los problemas ontológicos y éticos de las nuevas
tecnologías, la inteligencia artificial, o los avances neurológicos y
biológicos), la escritura liviana del libro –por mucho que algunos autores descritos
tienen una obra que supera cualquier intento de simplificación expositiva-, su
búsqueda activa de utilidad al pensamiento filosófico digamos clásico, su
propia maestría literaria de carácter narrativo, planteado el libro desde el
inicio como un viaje con su punto dramático hacia una nueva teoría que se
alcanzará en un clímax final, y su trabajo en pos, como dice la introducción,
de conseguir una imagen unitaria en este
mundo roto en fragmentos y de señalar y describir un objetivo moral elevado y un prototipo superior de lo humano, que
se encuentra a contrapelo del escepticismo reinante en literatura y
pensamiento, hacen del estudio de Gomá una pieza a disfrutar inmensamente. Todo
ello sin olvidar el caudal de conocimiento histórico que incluye, las ganas que
le entran al lector de volver a leer filosofía, y que no se deriva de estar de
acuerdo con sus postulados. Mi principal discrepancia procede de mi cientifismo
militante, que entra en conflicto más veces con los autores que estudia Gomá
que con él mismo, si bien el problema, en mi opinión, tiene que ver con que los
hombres de ciencia practican y explican la ciencia más como hombres que como
científicos. Así que corro a comprar y devorar Aquiles en el gineceo, segundo volumen de la serie en el camino hacia
la ejemplaridad pública, a ver si extraigo más experiencias de vida, o, al
menos, de literatura.
Javier Gomá (vía)
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