Entiendo que trama
tiene varios de sus diversos significados en el título de este libro, aunque
sea el más físico (el que alude a una red) el que verdaderamente aplique a este
histórico ensayo. Escrito en 1919, La
trama del arte vasco es un estudio de las primeras generaciones de la en
aquel entonces incipiente pintura vasca, representada por varios autores que
entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX vivieron en París y que
trajeron ideas renovadas e inspiradoras al arte nacional, y rompieron con la
tradición hispana oficial que, anclada en la larga sombra de Goya, sólo
pintores vascos y catalanes fueron capaces de cuestionar, según el autor, un
crítico bilbaíno apodado Juan De La Encina.
Retrato de la
Condesa Mathieu de Noailles (Ignacio Zuloaga)
Este volumen es un facsímil editado en 1998 de la primera edición
impresa en 1920, e incluye al final las láminas, casi todas en blanco y negro
(lo cual debo confesar me parece algo delito en estos tiempos tratándose de
autores que trabajaron el impresionismo por mucha pureza del libro que se
quiera conservar), de varios cuadros de los autores estudiados por el autor:
los hermanos Zubiaurre, Zuloaga, Regoyos, Guiard, Losada, Arrúe, Arteta, etc…
El texto consta de 20 pequeños capítulos en los que De La Encina opina
libremente sobre los autores, el movimiento que constituían, y su relación con
el arte español del momento y el histórico, destacando en parte su rupturismo y
en parte la vuelta a determinados autores clásicos que habían sido olvidados.
La siega, de Adolfo Guiard
La trama del arte
vasco debía ser un primer volumen de una serie que se malogró en parte por
la crisis económica que se inició a principios de los años 20 al paralizarse la
Gran Guerra, que debilitó a los mecenas de una escena artística bilbaína que,
habiendo salido de la nada, por un momento pareció competir con las de Madrid y
Barcelona. Recogía en sus capítulos el lenguaje de la época, definitorio de las
cualidades de los vascos como pueblo, y deudor de un momento literario un tanto
sentencioso. Su vehemencia verbal unida a la pompa de un plural más mayestático
que modesto parece hoy en efecto más sentencia que crítica, aunque obviamente
los criterios no pueden ser los mismos que hace un siglo, cuando apenas existía
tradición crítica artística en el País Vasco. Eso sí, como buen periodista de
aquellos años, su prosa en gran parte es fascinante, su caudal de conocimientos
importante, y su análisis del objeto de estudio es completo, relacionándolo con
las corrientes de los últimos 50 años en pintura y literatura, y utilizando
argumentos de una incipiente psicología en su análisis. Se me antoja que debió
ser un texto imprescindible, hasta el punto de que sospecho que visitar el Museo de Bellas Artes de Bilbao bajo su
guía debe mejorar notablemente la experiencia, situar los cuadros en su época,
y comprenderlos con una debida conexión con cómo se vivían las vanguardias en
provincias.
Juan de la Encina, pintado por Alberto Arrúe
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