Este título de impacto es uno de esos casos de primera
novela que encumbra directamente a su autor. Ya su primera frase, de
referencias garcíamarquesianas, encierra una construcción que resume estilo,
tema y alcance con una precisión que luego la novela confirma y desarrolla:
On the morning the last Lisbon daughter took her turn at suiciede –it was Mary this time, and sleeping pills, like Therese- the two paramedics arrived at the house knowing exactly where the knife drawer was, and the gas oven, and the beam in the basement from which it was possible to tie a rope.
Jeffrey Eugenides tenía 33 años cuando publicó en 1993 Las vírgenes
suicidas. Seis años más tarde la película fue llevada al cine por Sofia Coppola,
su, por supuesto, primera película también.
Las cuatro hermanas Lisbon, según Sofia Coppola
Las vírgenes suicidas narra el suicidio de las cinco
hermanas Lisbon, hijas del profesor de matemáticas del instituto local y de un
ama de casa religiosa y conservadora, que asfixian con estrictas reglas a las
hijas, entre trece y diecisiete años. Eugenides decide narrar los hechos desde
el punto de vista de los chicos adolescentes vecinos de la casa de las hermanas
Lisbon, en primera persona del plural, y sin una gran concreción en estos
personajes masculinos en formación, en ocasiones más un coro narrativo que
protagonistas de la ficción. El tono de la narración tiene trazos de
investigación entre lo policial y lo médico: los chicos, ya adultos, han
recopilado ‘pruebas’ de todo lo sucedido durante su adolescencia alrededor del
caso Lisbon (fotos, objetos, canciones, etc…) e intentan entender qué sucedió y
cómo afectó a sus vidas. Este grupo innominado de chicos, que habla desde el
presente y el futuro, es, como punto de vista, todo un logro. Las hormonas
adolescentes permiten a Eugenides mantener durante 250 páginas una parábola
sobre el deseo sexual materializado en la penetración de la casa acosada de las
Lisbon en ocasiones especiales, y disfrazarla en la por supuesto más evidente
radiografía del paisaje uniformizador y enfermizo del suburbio norteamericano. La
novela oscila sin definirse entre la mancha del deseo sexual y el drama de un
destino conocido, jugando evasivamente a una mirada masculina mitad machista,
incluso misógina, mitad paralizada. En cierto modo, el interés principal no
está en el drama directo más obvio (el suicidio, los padres castradores y la
religión, el desastre de los pocos momentos de alegría que las chicas disfrutan
en su particular gineceo), sino en esos proyectos de hombre incapaces de
entender, no digamos ya de actuar.
Una proyección televisiva durante la lectura del libro me
recordó al instante los paralelismos dramáticos entre esta novela y La casa de
Bernarda Alba. Cinco mujeres jóvenes encerradas por una madre ultrarreligiosa,
y con hombre que rondan la fortaleza inexpugnable en busca de una recompensa
sexual. La frustración consecuente tiene un final parecido. La obra de Lorca no
obstante está narrada desde dentro de la casa, y la ausencia es lo masculino,
visto con deseo pero también con terror hacia el fálico atacante penetrador. Lorca
no aspiraba de todos modos a ‘entender al hombre’: daba por sentada su
simplicidad y se centraba en el enfrentamiento de las chicas al absurdo en que
su madre, por religión y por soberbia vengativa hacia su marido recién muerto,
les hace vivir. Eugenides sí pretende que sus chicos, desde fuera, intenten entender
las motivaciones de las chicas (frase que podríamos trasladar a lo carnal casi
directamente). Constata que no lo consigue, ni él ni su ejército semianónimo de
muchachos perdidos ante la complejidad femenina. Sin duda hay una pizca de
condescendencia falocrática al racionalizar su fracaso masculino en estos
términos. El tono particularmente evasivo y semihipnótico de una investigación
enterrada en la memoria, no obstante, lo acaba superando.
Jeffrey Eugenides (vía)
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